Cobriza y humedecida tierra se extendía sobre un estrecho sendero que discurría al costado de una verdinegra ciénega tan prolongada y curva que lucía como el avanzar de una serpiente, la cuál no veía su principio o su final al igual que el camino.
Lóbregos arboles acompañaban de un lado y del otro al sendero, sus hojas que en ellos eran escasas, asemejaban al color de los zorros y adornaban en el suelo a las gruesas raíces que parecían dedos torcidos sin nada más a su alrededor.
Un grupo de jóvenes, todos amigos ocupaban un anticuado automóvil que transitaba por el camino alejado de civilización alguna y el único de ellos sin pernoctar era Miguel, quien conducía y que de momentos detenía su mirada en el retrovisor, por donde contemplaba el transcurrir del crepúsculo a su detrás con ese color arrebol en las nubes, las cuales se agrupaban más y mas en el cielo con cada respiro.
Los grados bajo cero provocaban que el agua estancada en la ciénega produjera una densa neblina dotando al lugar de un aire fantasmagórico, lo que a su vez orillaba al sentido común de Miguel a reducir su velocidad a cada tanto del camino debido a la cada vez más nula visibilidad.
A pesar de que el gélido frío invernal hacía estragos en la piel y huesos del joven, este prefería mil veces aquello que soportar el calor, a menos claro que se tratase del calor de una hermosa playa, con un buen coctel dentro de un coco y en mano, además de por supuesto estar recostado sobre una cómoda hamaca sujeta a un par de frondosas palmeras que a su vez las hojas de estas le hicieran de techo.
Pero lo que estaba viviendo justamente en ese momento, con ese clima, con sus amigos a sus espaldas y su linda novia a un lado suyo no lo cambiaría por nada del mundo sin dudarlo.
Un bache saco a todos bruscamente de sus sueños y a Miguel de sus pensamientos.
Las quejas no se hicieron esperar, al igual que tampoco las disculpas del conductor avergonzado.
-Estamos perdidos ¿cierto? -pregunto Miriam temblorosa que se apretujaba a sus ropas.
-No, es la neblina que no deja ir mas rápido.
-No te preocupes Migue, solo te quiere joder- comento Jorge, quien además era hermano de Miriam, el joven estaba al centro del asiento de atrás y una sonrisa a medias aparecía en sus labios-. Es una chinga quedito.
-¡Eres un imbécil! -enuncio Miriam y empujo del hombro con fuerza a su hermano.
-Activen Google Maps -enuncio una relajada y varonil voz, que estaba detrás del conductor.
América de inmediato saco su celular, en reacción a las palabras de Paco.
-Tranquilos conozco bien el camino. No hay necesidad de usar el celular cariño, en máximo cuatro horas llegaremos.
-!¿Todavía falta tanto?!- bufo Miriam para enseguida quejarse-. Al menos activa la calefacción. ¡No seas cruel!
–El auto no tiene calefacción -contesto América amablemente pero con una cierta molestia en su tono-. Por eso les dijimos que se abrigaran bien.
Miriam murmuró algo y América apretó un poco su quijada.
Miguel noto al momento la molestia de su chica y no tardó en jalarla hacía el, para recostarla en su hombro.
-Como dices que se llama el lugar en donde está la cabaña de tu tío- dijo la voz varonil detrás de Miguel.
-Por última vez Paco, el lugar se llama «La comunidad de las conejas negras del monte de Bárcenas”. Además no es una cabaña, no esta hecha de madera, sino de ladrillos y concreto. Es más bien una casa de descanso.
-¿Y ahí si tienen calefacción?
-No Miriam- respondió América que giraba los ojos hacia arriba.
Miriam se quejo con fuerza al escuchar esas palabras, pero Miguel rápido la calmo diciéndole que al centro de la casa había un amplio pasillo con un piso forrado de peludas y cálidas pieles de cordero hiladas entre si y al núcleo de todo una abrazadora chimenea rodeada de mullidos y confortables sillones.
-¡Cuidado! -vocifero Jorge.
Un hombre frente a ellos se diviso, más robusto que enjuto, con la mirada perdida y en dirección contraria hacía ellos, estaba completamente rígido como estatua obstaculizándoles el sendero.
Miguel sumió el freno tanto como pudo, pero sintió desfallecer y su corazón golpetear contra el pecho al percatarse de cómo las llantas derrapaban en la húmeda tierra.
A menos de un metro quedo el vehículo del hombre que reacciono con gran lentitud acercándose hacia el conductor.
Pareció que el alma les regreso al cuerpo y todos miraron al hombre acercarse.
-Cuidado cariño no me gusta para nada la cara de ese sujeto- enuncio América que se replegaba del hombro de Miguel para apegarse a la puerta de su lado.
-No juzgues tan rápido amor -dijo Miguel que bajo a la mitad la ventana de su puerta-. Lo importante es que él este bien.
El hombre se paró de frente al costado de la puerta del lado de Miguel, este último le dijo que los había preocupado, mientras volteaba a ver a su novia y amigos.
Tarde sería la palabra adecuada para cuándo todos se enteraron que el sujeto traía un martillo en una de sus manos.
Fue el sonido del cristal desquebrajándose y el del metal oxidado contra la carne de Miguel que los hizo reaccionar pidiéndole a este último que arrancará de inmediato. El así lo efectuó pisando a fondo.
La voz varonil de Paco se escucho entre los fuertes resoplidos de todos, le pedía a Miguel enfocarse en el camino, ya que fue el único que noto las incidencias en el manejo del conductor, pero fue lento en percatarse del continuo sangrado en la oreja de este último, aquel hombre del martillo había conseguido golpear con fuerza la cabeza de Miguel, quien enseguida vomitó toda su cena sobre el volante, sus ojos se pusieron en blanco y perdió el control de su cuerpo.
El auto derrapó, la inercia y velocidad lo hicieron volcar con fuerza, en la primera vuelta el auto arrojo a Jorge contra el parabrisas que cortó su cara y cuello antes de salir despedido tal cual proyectil expulsa una bala, en las siguientes dos piruetas sus tripulantes se golpearon con violencia en su interior y para la última pirueta Miriam fue lanzada por la ventana de su costado un par de metros al exterior, un árbol detuvo al auto quedando este último con las llantas por arriba y torcido hacía un lado.
El fuerte olor de la gasolina junto al del aceite despabilo a América que grito de dolor sujetando su brazo derecho.
-Ayúdame -la ronca voz de Paco se escucho débil y lastimosa-. No puedo moverme.
La joven resto importancia a Paco y observó a Miguel, su novio colgaba de brazos al aire debido al cinturón,con mano temblorosa giro la cabeza del joven que había quedado torcida y para su horror la opacidad en sus ojos ahora viscos y su lengua salida cubierta de baba le mostraron completa carencia de vida.
América quiso gritar pero las pisadas de alguien cada vez más cerca no la dejaron. Le indico a Paco que guardara silencio, mientras ella sacaba su estrellado celular tan solo para darse cuenta que no había señal.
Reviso su puerta, estaba trabada y no podía romper su vidrio sin hacer ruido o salir por el parabrisas que había quedado tapado por el árbol que los había detenido.
Se asomo por debajo de la ventana trasera, era ese maldito demente caminando como si nada hubiese pasado.
La única opción para escapar era romper el cristal de su puerta y correr el riesgo de tener que enfrentar al hombre.
Las pisadas llegaron hasta el auto y ella tapo su boca, el sonido del martillo chocando contra el metal del auto y los gritos ahogados de Paco que no pudo soportar más en silencio acallaron el llanto y la fuerte respiración de ella.
El hombre arrastro bruscamente al exterior a Paco para golpear sus extremidades lentamente, todo ante la incrédula y desubicada mirada de este último que nada podía hacer más que escuchar el crujir de sus huesos.
Las expresiones que mostraban su cara estaban cargadas de dolor, más dolor del que jamás en su vida había experimentado y entre más sufrimiento el palidecía, el rostro del hombre se iluminaba más y más con una torcida sonrisa que le desfiguraba la cara.
Los gritos ininterrumpidos de Paco se reducían con cada hueso que le era desquebrajado.
América probaba el salino sabor de sus lágrimas mientras rezaba sin parar con sus manos juntas y apoyadas en la frente, tratando desesperadamente de aceptar su inevitable final.
De pronto sintió el vidrio reventar a sus espaldas y como alguien la jalaba mientras gritaba llena de terror.
Pronto taparon su boca, era Miriam que la silenciaba y con señas le indicaba que se alejarán de ahí.
America se llenó de vergüenza al darse cuenta, cuan grande había sido su temor, se bloqueo por completo al olvidar que rompiendo el cristal podía escapar.
-Gracias a dios, creí que moriría- dijo y una expresión de alegría y pánico se entremezclo en su cara y se arrastró presurosa para salir.
-Tenemos que encontrar a mi hermano- susurro Miriam-. Creí que estaría en el coche. Pero parece que el también debió haber salido disparado.
-No hay tiempo- dijo América también susurrante y aún aterrada-. Ese maldito demente nos atrapará si no nos largamos de aquí.
-Él es toda mi familia, por favor -enuncio casi implorando-. Es todo para mi.
-No quiero morir aquí Miriam- dijo mientras seguía sujetando su brazo lastimado-. Lo siento.
Las pisadas apresuradas de alguien acercándose las hizo huir instintivamente del lugar de manera despavorida.
América corrió, pero pronto todo a su alrededor pareció ir mas lento, lo único que veía era tierra rojiza, cortezas oscuras y ramas secas, eso hasta que su vista se nublo.
Cayó de rodillas apretujándose el estómago y no supo más de si hasta que golpeó su cabeza con algo.
Alguien la arrastraba, se sentía desvanecer de nuevo, pero no sin antes lograr leer un letrero “Bienvenidos a Tres Cruces”.
Recobro la conciencia completamente al sentir la dura madera en su nuca, el sujeto del martillo la arrastraba sujetándola de una pierna y la adentraba al interior de una estropeada cabaña.
Ella comenzó a gastar su garganta en enormes gritos y se afianzó al marco de la puerta.
Él alzó su martillo y lo dejo caer con fuerza en dirección a la cabeza de ella.
América cerró sus ojos creyendo que todo había terminado, no fue así, abrió lentamente sus párpados, el martillo estaba clavado entre las roídas tablas, a unos centímetros de su cabeza.
-Me llaman sonrisas y vamos a pasar un buen rato- dijo feliz el hombre con su rasposa voz-. ¡Así y después te voy a matar! – desabrocho con ahínco sus pantalones.
-¿!Por qué haces esto!?- pregunto con voz entrecortada y llorando.
-¡Por que si! – exclamó el hombre que le salto encima y empezó a bramar mientras rasgaba los pantalones de ella.
Mientras América luchaba por su vida no dejaba de pensar en esas palabras «Por qué si»… !Tan solo por qué si! Sus amigos y novio habían muero por qué si. Cuántas mujeres y hombres no habrían muerto a manos de este ser despreciable y !!!tan solo por qué si!!!
De un momento a otro escucho un golpe hueco, el hombre se detuvo y cayó a un costado suyo, frente a ella estaba Miriam que soltaba una roca embarrada en cabellos ensangrentados, mientras le decía que ya todo había terminado, la ayudo a erguirse mientras se disculpaba explicándole que trato de arrastrarla cuando se desmayo, pero él bastardo ese las había alcanzado muy pronto y tuvo que esconderse esperando la oportunidad adecuada para ayudarla.
-¿Y que habrías echó si me mataba a medio camino?- pregunto América tanto molesta como agradecida.
Miriam se encogió de hombros y respondió.
-Me habría ido, para buscar a mi hermano…. Lo siento.
America no respondió, pero sabía, que lo que había echó Miriam era mucho de lo que ella misma hubiera echó por cualquiera de sus amigos o incluso de su novio.
Después de dar algunos pasos Miriam recostó a América en la oscura pared de madera al darse cuánta de que tardaría en recobrarse, tomo la roca y se acercó al hombre lentamente, algo la dejaba intranquila, quería comprobar que estuviera muerto, le pareció que aún respira, alzó la roca, pero él hombre abrió los ojos, aquello causó que ella diera un salto hacia atrás y al mismo tiempo el se ponía en pie y tomaba su martillo.
Ella le lanzó la roca en la cara abriendo sus carnes hasta descubrir el hueso y el azotó de lleno el martillo en la mejilla de ella haciendo que su sangre y muelas volarán por todos lados.
Para América todo paso en un instante, cuándo razonó en lo sucedido Miriam se desangraba y revolcaba de dolor, mientras el hombre con su cara ensangrentada yacía presumiblemente muerto en el frío suelo, pero acompañado de una complaciente sonrisa en los labios.
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