Lorenzo y yo eramos los únicos sobrevivientes de la lucha de canicas. Los añosos árboles daban sombra a los campos de batallas Los tres hoyitos, achita y cuarta , la troya y mi preferida : El choclón.

Esta última batalla era a muerte instantánea: dos guerreros ponían una cantidad similar de canicas, las que eran lanzadas a un hoyo con fuerza, las contaban ambos contendores, si las que quedaban afuera eran par, el que lanzaba ( por sorteo ) se llevaba todo el tesoro en juego.

Entonces todos expectantes que yo lanzara todas las canicas previamente acomodadas en mis dos manos y hasta el antebrazo. Era todo mi capital

Nervioso tiré el preciado botín, pero mis nervios no eran los que hacían que me temblaran las piernas y el piso; era un terremoto, uno de los tantos que han asolado mi patria. Comprenderán que la batalla quedó inconclusa y mis canicas olvidadas tras mi huida despavorida hasta los seguros brazos de mi madre.

Aun ignoro quien aprovechando el sismo se apoderó del tesoro,

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