Eran las doce de la noche y Esteban apenas terminaba sus labores en el laboratorio de fisiología. Estaba tan comprometido con la investigación del Doctor Quintanar que prácticamente vivía en el edificio 202 de ciudad universitaria. Tal dedicación era posible gracias a que el joven ocupaba todo su tiempo en estudiar y, al ser foráneo, no tenía cerca una familia que se preocupara porque llegara temprano a casa.
Esteban apagó las luces y mientras cerraba con llave la puerta principal, se sobresalto al ver pasar a su lado a una pequeña niña, como de 7 años de edad, de tez morena y pelo negro. Traía en sus manos una muñeca de trapo y llevaba puesto un vestido blanco. Escurría agua por todos lados, por lo que el joven pensó que tal vez se habría mojado con los aspersores. Volteó en todas direcciones buscando a sus padres o alguna persona con la cuál viniera, pero nada, todos los laboratorios estaban cerrados y el edificio completamente solo.
Se encaminó hacia su vehículo, el cuál había dejado cerca de la biblioteca. La niña caminaba algunos pasos adelante de él. Mientras la observaba recordó que Salomón, el vigilante, le había platicado sobre el fantasma de una niña que se aparecía en diferentes partes de la Autónoma. Se trataba del espíritu de Mariquita, una campesina que se había ahogado en el arroyo un poco antes de que los terrenos fueran donados para hacer la Universidad. Su corazón se aceleró un poco tan solo de pensar que se tratara de ella. Pero él no creía en esas cosas.
Al llegar exactamente a la mitad del puente la niña se dio la vuelta y se quedó estática, con la mirada fija en el joven y una actitud retadora como diciendo: ¡A ver si te atreves a pasar!-. Esteban experimentó entonces un terrible escalofrío que recorrió todo su cuerpo. Después de tragar saliva se armó de valor, y un poco titubeante le dijo: -¡Ho hola niña! ¿Dónde… están tus papás?-. La niña nada respondió, se quedó inmóvil, imperturbable ante el cuestionamiento. Entonces, temiendo la posible respuesta de la pequeña, Esteban preguntó: -¿Eres… Mariquita?-. La niña comenzó a llorar mientras decía con gran pena: -¡Perdóname Esteban!, ¡Perdóname!-, y esbozando una diabólica sonrisa continuó. -¡Voy a tener que matarte!-. Sus ojos se inyectaron de sangre y ante el asombro del joven comenzó a tener una sorprendente transformación. Su aspecto se tornó en el de una terrible bestia, de ojos de fuego y hocico como de lobo. Sus frágiles manos se convirtieron en enormes garras y su débil voz se volvió rugido ensordecedor.
Una fuerte descarga eléctrica erizó entonces los pelos de Esteban, quien, regresando sobre sus pasos corrió con desesperación, tropezando con todos los objetos que había en su camino. Desafortunadamente para él sus piernas no respondieron y rodó por un lado del arroyo golpeándose la cabeza contra un tronco…
En eso sonó el despertador, y una suave y dulce voz le dijo:
-¡Despierta hijito!, ¡Ya levántate, no seas flojo!-, mientras que unas delicadas manos sacudían levemente sus hombros, -¡Vamos mi amor que se te hace tarde para ir a la Universidad!-.
Esteban sintió un gran alivio al saber que todo había sido un sueño, solo una fea y angustiosa pesadilla, y todavía con los ojos cerrados se estiró un poco para desmodorrarse… En ese momento, recordó que él vivía sólo, que su familia estaba en Chihuahua y que no tenía despertador, pues acostumbraba levantarse con el sonido del televisor. Lleno de terror volvió a escuchar la voz, que ahora en un tono mucho más grave le decía: -¡Vamos desgraciado, abre ya tus malditos ojos que esto, apenas es el comienzo…
Desde ese día nadie supo más de Esteban. Cerca del laboratorio tan sólo se encontró una muñeca de trapo con lágrimas en los ojos, justamente a la mitad del puente.
Si alguna vez te quedas hasta tarde en la Universidad, y ves por ahí a una pequeña niña que juega sola por pasillos o jardines, mejor no le preguntes nada y aléjate de ella, tal vez se trate de Mariquita.
Jorge Humberto Varela Ruiz.
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