Sedienta crueldad (VIII)

Sedienta crueldad (VIII)

DaelBeek

11/09/2020

Me encuentro agazapado desde lo alto de un tupido pino. El tronco se siente húmedo bajo el tacto de mi mano con la que me sostengo, mis piernas en cuclillas me facilitan una visión amplia del bosque. La ansiedad crece dentro de mí, como un deseo sanguinario que se va expandiendo a través de todas mis terminaciones nerviosas, aguardando la llegada de mi infeliz víctima.

La semana pasada, antes de que las vacaciones de invierno cobraran vida, los alumnos del Colegio de Magia y Hechicería disfrutaban de un delicioso banquete que daba la despedida al ciclo escolar. En compañía de la solitud, yo partía un pedazo de carne para luego llevármelo a la boca y limpiar los restos usando una servilleta.

No era un secreto que Cassian y yo estuviéramos saliendo, sin embargo, su popularidad aún causaba estragos en mí. Lo observo fijamente desde mi posición, sus cabellos almendra y el suéter de color negro que lo hace lucir ridículamente guapo. Me sorprende que no se haya percatado de mi riguroso escudriño.

Está hablando con un chico cerca de las escaleras, a unos 5 metros de distancia de las mesas del banquete. Su nombre es Kian, primer año, ganador del concurso de latín, se pasa las horas en el gimnasio y tiene su propio club de admiradores. Una menuda pizca de celos comienza a irritarme cuando veo que continúan en su plática, trato de tranquilizarme, es común que los alumnos se interesen por Cassian.

Lo que no me parece es que Kian le sonría demasiado, que le tome de la mano y le acaricie los cabellos. La rabia bulle desde lo más oscuro de mi interior, me carcome las entrañas, me nubla la amabilidad. Esa escoria, ¿cómo se atreve? Haré que lamente el día de hoy. Su sangre saciará mi ansiedad y con sus gritos suplicantes habré eximido mi hambrienta crueldad.

No comprendo cómo es que existen magos tan descarados, me causan repulsión. En tanto voy caminando de regreso al cuarto que comparto con Cassian, mi mente se regocija con perversidad al imaginar todas las cosas horribles a las que podría someter al desdichado de Kian. Me apetece aplastar su cráneo con mis manos y cercenar su garganta para quitarle el último aliento de vida.

Me molesta que se haya creído con la libertad de coquetearle a mi novio. ¿Acaso es estúpido?

El resto de los días me dedico a investigarlo discretamente para no levantar sospechas. Vive a las afueras de Reth, en una ciudad donde los mortales elevan la mirada al cielo en busca de respuestas que nunca obtendrán. Las casas colindan con un bosque feral que para la mayoría no está permitido entrar, pero no es impedimento para un mago como Kian. Y sé que a él le gusta tomar lo prohibido.

Entonces lo espero, escondido entre la penumbra de la noche, atento a cualquier indicio de su presencia. De pronto escucho el sonido de sus pasos y su sombra no tarda en aparecer. Ha llegado el momento. Mis ojos se vuelven feroces, me relamo los labios y mi cuerpo adopta la forma de un animal nocturno cuando Kian pasa de bajo de mí.

Doy un brinco certero, haciendo que las ramas del pino crujan y me abalanzo encima de él con una ira sorprendente. El mago se desploma boca abajo contra la tierra, lo que me da la oportunidad de romperle las piernas usando un encantamiento maldito para evitar que escape y así tenerle bajo mi dominio.

—¡Por favor! ¡No me mates! —chilla, ahogándose en su propio dolor—. ¿Eres del Colegio? ¡Dime qué es lo que quieres!

Su ingenuidad me da risa. Coloco la suela de mi zapato sobre su cabeza y comienzo a comprimirla hasta que los gritos suplicantes de Kian retumban en mis oídos. Es entonces cuando una sensación de remordimiento y culpabilidad me toma por sorpresa, haciendo que dude de mis acciones. ¿Qué estoy haciendo?

No obstante, mi mente me juega la contraria y me obliga a recordar esa escena donde Kian le toma las manos a Cassian. El mismo recuerdo se transforma a uno irreal y ahora pienso que se han besado. Que han compartido una noche. Veo sus asquerosas manos profanando el cuerpo de mí amado y lo disfrutan y se vuelven uno mismo.

Consumido en un torbellino iracundo de celos, mis extremidades tiemblan de rabia, es un punto sin retorno. Me agacho a la altura de mi víctima, halando sus cabellos hacia atrás con fuerza para exponer su yugular y con veneno le escupo al oído:

—Cross es mío. Solo mío.

Entonces le entierro mis afilados colmillos, perforando sin piedad su piel hasta encontrar la vena principal. Comienzo a beber de su sangre con una furia insaciable que colma de placer cada rincón de mi perversa alma. Su muerte es exquisita, se escurre por las comisuras de mis labios, empapando mis ropas, arrastrándome a un abismo peligroso.

En un frenesí de gloria le entierro las uñas para desgarrar su cuero cabelludo, Kian se remueve en un intento desesperado por zafarse de mi agarre, a lo que yo respondo con un fuerte golpe que le parte la mandíbula; quiero que sufra. Le extirpo la sangre que continúa saliendo a borbotones y baja por lo angosto de mi garganta, tan cálida y carmesí que no me importan las consecuencias de mis actos.

Así le quito la vida, hasta la última gota. Ahora me siento más tranquilo. El cadáver descansa entre mis brazos. Mi boca pintada de un crimen que no me avergüenza. Izo la mirada hacia el cielo; la luna y las estrellas, testigos de esta noche. Entonces una pregunta salta casualmente a las paredes de mi serenidad.

Cassian, ¿me seguirás amando aunque sea un asesino?

Etiquetas: sangre

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