Cursed (III)

Preocupación. Es el primer efecto colateral que se produce en mi cuerpo cuando leo aquel mensaje citándome en la oficina de asuntos celestiales. No puedo evitar ser víctima de un desasosiego cerval que me consume hasta la más recóndita célula de mi cuerpo. Aunque es algo que ya esperaba, pues ningún ángel se escapa impune cuando se enamora de un mortal.

El inminente castigo es algo que había aceptado desde que estuve consciente de mis sentimientos. Ellos pueden exiliarme, pueden bajarme de rango, incluso despojarme de la inmortalidad. Pero mientras siga disfrutando de la posibilidad de ver a Chris, entonces sé que todo estará bien. Tener el privilegio de estar cerca de él posee el mismo impacto adictivo de una droga. Mientras más consumo, más me vuelvo dependiente; si llegase a dejar de estar a junto a él, seguramente perdería todo el sentido de mi existencia.

El gran edificio de paredes y suelos blancos absurdamente resplandecientes se extiende bajo la suela de mis zapatos como las alas de un albatros en pleno vuelo. Mientras camino por el pasillo de asuntos internos, soy capaz de ver a lo lejos la oficina de Ithuriel, quien podría decir es mi jefe. Puedo notar que su ceño se frunce con fastidio en cuanto la puerta rechina detrás de mí al cerrarse. Sus cabellos largos y blancos perfectamente peinados me causan un estremecimiento aciago.

Es un poco más alto que yo, el traje dorado con detalles de color bronce se adecua bien a su anatomía, aunque sus ojos esmeraldas sean más bien un arma de doble filo. Vuelo a sentir escalofríos cuando me mira con desaprobación. Sé que he hecho mal, pero lo único que deseo ahora es huir en dirección a Chris para sentirme mejor.

―Elzay ―suelta un suspiro mientras abre un folder con escazas hojas y lo sostiene con ambas manos.

―¿Qué tal todo? ―le pregunto de una forma inocente. La silla frente al escritorio de Ithuriel truena con demasiado suspenso cuando me siento sobre ella.

―¿Qué tal todo? ¿En serio tienes el descaro? ―enarca una ceja―. No repetiré lo que has hecho porque estoy seguro de que lo sabes con certeza, ¿creíste que no pasaría nada? Cosas como ésta, Elzay, tienen un precio a pagar. Es una lástima, eras el mejor de nuestros ángeles. Nuestro padre está muy decepcionado de ti.

Su voz lacónica atraviesa exactamente la mitad mi pecho, creando un agujero entre mis costillas. Le he fallado a mi propia raza. Pero es que no lo pueden entender, me he enamorado, ¿no es eso lo que les enseñan a los humanos? A amar: Ama a tu prójimo como a ti mismo. No comprendo por qué un ángel tiene prohibido relacionarse con aquellos a quienes protege, o en mi caso, a quienes guío a su vida después de la muerte.

Saliendo del edificio despliego mis alas para emprender el camino de regreso a China. Allá por el horizonte, el sol de un amarillo intenso desaparece entre jirones de nubes multicolores. Las mortecinas palabras de Ithuriel no dejan de retumbar dentro de mi cabeza y sin darme cuenta mi respiración se vuelve siseante, por lo que debo detenerme en la azotea de un edifico.

El viento es helado hasta calarme los huesos. Cierro los ojos y trago saliva con dificultad, curiosamente tengo una masa recula entre las paredes mi garganta. No sé cómo sentirme ante la idea que deambula grotesca por los pasillos de mi mente. Para ser sincero, me asusta pensar así, sin embargo, creo que estoy maldito. Ser un ángel de la muerte es una maldición. No puedo estar con la persona a quién amo…sí, amo a Chris. Aquello que me hacía sentir orgulloso, que le daba un propósito a mi vida, ahora no es más que lo mismo que me impide ser feliz.

Retomo el vuelvo hasta llegar a la casa de Christopher. Entro por la ventana del balcón y un desconocido dolor me aprisiona como una enorme garra, ahogándome y quitándome las fuerzas cuando me percato de que la habitación está vacía, sin rastros de él. Es verdad, había escuchado que saldría el fin de semana con sus familiares, ergo, no lo vería durante un largo tiempo.

Retraigo las alas antes de aventar mi cuerpo sobre el colchón de la cama. Decido mantener los ojos abiertos mientras la barahúnda de pensamientos me carcome por dentro. Me siento más humano que nunca antes. La melancolía que me asfixia cada fibra emocional me convierte en un ser que continúa respirando porque no tiene otra opción. Supongo que esto es lo que los humanos experimentan cuando extrañan a alguien.

Ojalá pudiera estar con él en estos momentos, abrazarlo y escuchar sobre lo que hizo en su día. Pero sigo siendo alguien utópico y onírico para él, no formo parte de su realidad. ¿Cómo hacerle entender que sí existo en verdad? Que puedo ser esa persona especial. No obstante estoy horriblemente atrapado en este maldito mundo celestial, condenado a ser un ángel de la muerte para siempre.

Daría lo que fuera por tener otra oportunidad, otra vida; una donde estar juntos no esté prohibido. Y también una donde pueda amarme un poquito más. Así sería capaz de darle todo lo que él se merece, hacerlo feliz hasta que no sepa si vive o sueña.

Etiquetas: maldición

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