Los días siguientes me dedico a laborar como usualmente lo hago. Parece gracioso, el mundo ahora me es indiferente, tal vez hasta mundano, así como un riachuelo si tuviera que compararlo con algo. En cambio, cuando estoy con Christopher, todo se vuelve fascinante, él sería el índigo de los mares.
Cada noche me escabullo a su habitación, nos quedamos horas hablando, algunas veces lo contemplo al bailar, y cuando entona cualquier melodía, me siento elevar a un universo sempiterno. Me pregunto si él seguirá pensando que yo soy un producto de sus sueños, o tal vez, después de estas semanas, ha comenzado a creer que soy real.
Hoy me ha dicho que está cansado, que el trabajo en la universidad ha sido pesado, así que simplemente nos limitamos a descansar sobre la cama. Estamos frente a frente, a una distancia que me permite tomarle de las manos para entrelazarlas con las mías. Él se mantiene con los ojos cerrados, respirando en una especie de ataraxia; mientras que yo me quedo maravillado como un encandilado pintor ante tal pieza de arte.
Su nariz, pequeña y redondita, genera en mí unas ganas insaciables de morderla. Sus largas pestañas yaciendo con armonía sobre sus párpados cerrados, el flequillo que le llega justo por arriba de su par de cejas, los escasos y pequeños lunares que se acomodan como estrellas sobre la superficie de su piel. Seguramente yo sería capaz de formar constelaciones si por casualidad me lo encuentro despojado de sus ropas.
Entre un espacio que el silencio deja libertino, Chris hace un mohín enternecedor y suelta un suspiro por lo bajo, arrugando la nariz. Dios mío, ¿es que este chico algún día tendrá piedad de mí? Así me quedo junto a él, hasta que se convierte en un cautivo más de Morfeo.
Cuando voy volando por los edificios cercanos de la ciudad y la frialdad de la noche me escolta como una fiel compañera, no puedo evitar preguntarme de nuevo qué es lo que estoy haciendo. Porque en definitiva estaba cayendo, y no precisamente del cielo, sino que el motivo de mi felicidad ahora me lo brindaba él, comenzaba a dedicarle mi total existencia a él. ¿Acaso mi Padre iba a permitir esto? Por supuesto que no.
Sin previo aviso, una silueta que me es familiar capta mi atención. Parece ser una persona siendo acorralada contra un lúgubre callejón, aunque es un tanto extraño pues son altas horas de la madrugada y raramente alguien se atreve a abandonar la seguridad de su hogar. No obstante, me acerco para ver con más claridad la escena y por un momento me siento desfallecer cuando me doy cuenta de que es Christopher quién está siendo atacado por tres hombres de aspecto dudoso.
¿Pero qué mierda hace ahí? Lo había dejado dormido un par de horas atrás, y ahora su vida corre peligro. Entonces, mi corazón se paraliza en el momento en que uno de ellos desfunda una pistola y la apunta directamente hacia el menor. Le están exigiendo dinero, mirándolo con un porte amenazante y sus gritos enérgicos me perforan los oídos. A esta distancia puedo sentir el miedo que corroe a Christopher, mi cariño, es como una escultura de cristal: tan hermosa pero a la vez tan frágil.
—¡Danos el maldito dinero! ¡Ya!
Christopher niega con la cabeza, haciéndose más hacia atrás hasta que no tiene salida alguna. Está perdido.
El malhechor jala el gatillo al mismo tiempo que yo me abalanzo en picada, recurriendo a toda la fuerza que mi cuerpo posee. En cuanto tengo al muchacho cerca de mí, lo cubro con toda la extensión de mis alas, creando una especie de refugio para evitar que la bala diera en el blanco.
Todo sucede tan rápido.
Escucho los pasos de aquellos hombres que huyen despavoridos, seguramente mi evidente presencia los ha tomado por sorpresa. Cuando todo está más tranquilo, miro a Chris, su cuerpo tiembla aún temeroso y se ha cubierto la cabeza con los brazos; pero está a salvo, vivo, es lo que más me importa.
Retraigo mis alas y doy unos pasos hacia atrás para continuar mi camino, no obstante, un dolor punzante me ataca al nivel del sacro, mi vista se nubla y todas mis fuerzas me abandonan por lo que caigo inevitablemente al piso. Christopher logra reaccionar antes de que me golpee la cabeza y se arrodilla frente a mí, sosteniéndome entre sus brazos.
—Mi ángel…mi querido ángel —comienza a sollozar.
Alzo la vista hacia arriba, la oscuridad del cielo parece abrazarme con cariño. Una gota aterriza sobre mi frente, seguida de un par más, hasta que la lluvia toma fuerza y nos sumerge con singularidad al término de algo que nunca debió haber sucedido. Qué gran coincidencia. Está lloviendo justo como el día en que lo conocí.
—Mi estrella… —musito. Apenas si tengo fuerzas para moverme, y la última reserva que me queda, la utilizo para acariciarle con ternura sus mejillas.
La sensación caliente en mi zona lumbar es proporcional al descenso del dolor mientras transcurren los segundos. Quién lo diría, aquel tipo había atinado justo en una arteria. Aunque admito que es extraño, pues creía que los ángeles no podían morir.
—N-no te preocupes, iré a pedir ayuda para que traigan una ambulancia. Es-estarás bien —se limpia el rostro con el dorso del brazo, a pesar de que la lluvia lo volverá a mojar.
—No —lo detengo—. Quédate conmigo.
Y entonces es cuando comprendo que el amor nos vuelve vulnerables.
Cojo una de sus manos para entrelazarla con la mía y enseguida me la llevo a los labios para dejarle un casto beso. Le miro desde abajo, su carita empapada, sus ojos cristalinos y esa impotencia de no poder hacer nada. Pero él, con su simple existencia, ya me había salvado.
—Te prometo… —susurro, cada vez me siento más débil—. Te prometo que nos volveremos a encontrar. En esta vida o en la otra, te buscaré.
Mis ojos se van cerrando, todo lo que me rodea se desvanece al igual que los latidos de mi corazón. Las últimas palabras que escucho antes de morir son:
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤTe amo.
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