DE LA OSCURIDAD A LA CLARIDAD 2DA PARTE «EL ULTIMO SUEÑO AMERICANO» (copia)

DE LA OSCURIDAD A LA CLARIDAD 2DA PARTE «EL ULTIMO SUEÑO AMERICANO» (copia)

Henry Arboleda

05/09/2020


DE LA OSCURIDAD A LA CLARIDAD, SEGUNDA PARTE:

EL ÚLTIMO SUEÑO AMERICAN

Para: mi lector,

que estas páginas iluminen tu camino

Título original: DE LA OSDE LA OSCURIDAD A LA CLARIDAD, SEGUNDA PARTE:

EL ÚLTIMO SUEÑO AMERICANO

Para: mi lector,

que estas páginas iluminen tu camino

Título original: DE LA OSCURIDAD A LA CLARIDAD, SEGUNDA PARTE: EL ÚLTIMO SUEÑO AMERICANO.

Segunda parte: Abril, 2018

2018, Tuluá-Valle del Cauca

El autor decide publicar el escrito.

Este texto está basado en apuntes reales que el autor escribió entre los años 1995 y 1998 en una cárcel de los Estados Unidos.

PRÓLOGO

Contar una historia es quizás uno de los impulsos esenciales de nuestra condición de seres humanos, y aún más si se trata de la propia. Cómo se puede entender lo que somos, si no es a través del recuento de episodios de nuestra vida, a los cuales les damos sentido a través del maravilloso acto de narrar.

La escritura de nuestra historia precisamente materializa el deseo de dejar huella de nuestra existencia. Le permite al autor reafirmar su lugar en el mundo y entender las circunstancias que lo moldearon y transformaron a través de los años. Escribir sobre uno mismo es ofrecer al lector un pedazo de vida plasmada en papel, es querer compartir la experiencia del viaje. Eso es ciertamente lo que hace Henry Arboleda en esta narración autobiográfica: compartir un proceso de aprendizaje,

Henry Arboleda es un hombre de familia, quiendespués de su retiro se ha dedicado a escribir acerca de su vida. Esta es su segunda producción. Inicialmente, publicó un relato en el que desarrolla un recorrido autobiográfico por los principales momentos de su niñez, juventud y parte de su vida adulta. Ese libro recibió el siguiente nombre: “De la oscuridad a la claridad”.

En esta nueva publicación, el autor continúa desarrollando el relato de su vida y por eso decide ponerle el mismo nombre. Sin embargo, utiliza un subtítulo para referirse al nuevo episodio que pretende narrar: “El último sueño americano”. Esta vez la historia se enfoca en su último viaje a los Estados Unidos y su narración es un testimonio que busca enriquecer al lector espiritualmente.

El texto es muy ameno y logra mantener la tensión y la intriga. El desarrollo rápido de los acontecimientos y su narración ágil le da gran ritmo a la lectura. Además, la ausencia de artificios innecesarios, permite que el autor entregue una versión intima de sí mismo, con la que el lector logra cierta identificación.

La narración también logra la representación del sufrimiento y la desesperación que provoca el encierro. De allí que el autor nos ofrezca, en medio del relato, una serie de reflexiones de diversas fuentes, que le sirvieron como brújula en los momentos de agonía y que seguramente le pueden servir al lector. En consecuencia, este un libro que indudablemente desencadenará la reflexión y que traerá consuelo a algunos corazones.

Gustavo Ramírez.

Lic. en literatura.

Me detengo por un momento y leo nuevamente algunas de las notas que escribí en la cárcel. Recuerdo algunos momentos, organizo los hechos en mi mente y continúo tecleando frente al computador. Quiero contar mi historia y dejarle a mi familia, en especial a mis nietos, el legado de mi testimonio.

Cuando estuve en prisión, tuve el tiempo suficiente para pensar, reflexionar y aprender acerca de los errores cometidos. Ahora, muchos años después, puedo mirar al pasado con claridad y ver la serie de acontecimientos que desencadenaron ese terrible castigo. La historia que voy a contar a continuación es sobre las circunstancias que desencadenaron mi arresto y sobre el tiempo que pasé encerrado.

A inicios del año 1995, me encontraba en Tuluá (Colombia) preparando un nuevo viaje para los E.E.U.U. Quería sellar mi pasaporte y no dejar vencer mis papeles como residente. Yo había trabajado durante algunos años en ese país y me había hecho merecedor de ese estatus. Además, iba en busca de comprar un computador y algunas herramientas de mano que necesitábamos indispensablemente para Vigabloque, una empresa de construcción que habíamos formado el comerciante Carlos Marmolejo, su hijo Cesar, mi hermano Eduardo y yo.

Naturalmente, dejé a mi hermano Eduardo encargado de la parte que me correspondía como socio de la empresa y me dispuse a viajar a Nueva York con el plan de regresar quizás a los tres meses, para seguir cumpliendo mis responsabilidades como miembro de la sociedad, como padre y esposo. No era justo dejar nuevamente sola a mi familia después de tantos años en los que permanecieron sin mí.

Por aquella época, mis padres llevaban poco tiempo viviendo en Tuluá. Debido a que una deuda de hipoteca que tenían se puso cada vez más pesada y difícil de cancelar, se vieron obligados a hacer quizás un mal negocio con el señor Alfonso Jaramillo a quien se le debía dinero, era el primer postor y estaba posesionado de los negocios de las residencias.

Decidió mi padre proponerle que se quedara con todo, casa y residencias, a cambio de saldar todas las deudas que mi padre tenía, quedándole un pequeño remanente de dinero, que no alcanzaba quizás para comprar casa en Tuluá.

Eduardo ya estaba viviendo en Tuluá incluso antes que mis padres y ya había logrado vender sus propiedades, también dejándolas a bajo costo, y había cancelado también todas sus deudas, quedándole solo una camioneta Chevrolet apache modelo 53, la cual decidió cambiar por un lote de terreno en el barrio el bosque de Tuluá.Con los pocos pesos que le quedaban y aprovechando su oficio como constructor, empezó a construir una vivienda unifamiliar, y así mismo promocionaba y daba testimonio de los productos que ofrecíamos en nuestra empresa, para el comercio de Tuluá y a sus alrededores.

Así empezó mi odisea

Ya de regreso en los Estados Unidos, me encontré con mi hermano Arles y mi primo Guillermo Arboleda. Este último, quien esperaba ansioso e impaciente por mi llegada, me presentó a un amigo de él, colombiano de origen paisa, que gozaba de buenas comodidades, dinero, y una excelente familia compuesta por su esposa y dos hermosas niñas.

Además, este sujeto se movía muy bien en el campo social y urbano y frecuentaba sitios clandestinos no muy recomendables para una buena sociedad. Este misterioso hombre, me propuso un buen negocio lucrativo, y tentativo, que despertaba todas mis ansias, y mis ambiciones, mejorando quizás mis expectativas para mi pronto regreso y volver a mi Colombia querida, y seguir con el buen proyecto de la sociedad de Viga Bloque con mi hermano Eduardo y el señor Carlos Marmolejo. Yo calificaba perfectamente para este hombre ya que buscaba personas que tuvieran papeles legales de los EE.UU y una buena licencia de conducir de ese país.

Yo carecía de amistades que se parecieran o se movieran en ese mismo rol que él lo hacía. Mi primo Guillermo lo desempeñaba súper bien, pero no calificaba para esto, debido a que no tenía papeles, ni licencia de conducir. Yo tenía poca experiencia y era muy inocente con respecto al negocio que me proponía este tipo, pues él traficaba con drogas y yo ni las conocía. Aquel hombre me decía que todo era muy fácil, que mi trabajo era solo conducir un taxi de alguna empresa privada, como por ejemplo Caprice Car Service, que tenía unos carros buenos, y prestaba los servicios a nivel interestatal, especialmente en el área de Queens y Manhattan. Estas eran las rutas que a él más le interesaban para mover la mercancía que le llegaba de Colombia y otros países, como Puerto Rico y República Dominicana.

El trabajo que supuestamente iba a hacer, consistía en que cada vez que le llegaba mercancía a este señor me tocaba recogerla y llevarla a los sitios que él me asignara. Todo esto lo veía el muy fácil y yo no dimensionaba el peligro, y tampoco lo veía difícil. De entrada me depositó una buena suma de dinero y me indicó que comprara un buen carro, que precisamente él me recomendaba que estuvieran vendiendo en esa prestigiosa empresa de taxis Caprice, y así mismo afiliarlo a la empresa para que todos los papeles salieran a mi nombre, desde la tarjeta de propiedad, afiliación y todos los documentos requeridos y exigidos por las leyes estadounidenses, y yo quedara como un verdadero taxista de la ciudad de New York, especialmente de todo el condado de Queens, y Manhattan.

Después me dijo que alquilara un buen apartamento costeado por él, y el resultado del producido del taxi cada vez que lo trabajara, sería para mis gastos personales y mis necesidades del día a día. Además me colaboraba con dinero para enviarle a mi familia como remesa. Es costumbre que los emigrantes trabajen para mandar dinero a su país de origen y en este caso yo lo hacía a mi familia en Colombia.

Todo lo tenía el bien preparado y bien maquinado, no se le escapaba ningún detalle. Yo me sentía bien protegido y bien remunerado, y Guillermo me pedaleaba para que en ningún momento fuera a desistir de este buen negocio. Hasta me decía: “Primo, yo lo acompaño cuando haya que hacer cualquier vuelta”. El me ayudaba a tener seguridad en este negocio, mientras que mi hermano Arles ni se enteraba de este oscuro y macabro compromiso que yo estaba adquiriendo. Yo pensaba que en unos cinco o seis meses podría regresar a mi país, realizado y satisfecho con unos buenos ahorros y seguir al lado de mi familia y capitalizar mejor el negocio que tenia de Viga Bloque.

Empezamos a hacer las cosas tal y como él las tenía planeadas: visitamos juntos la empresa de taxis Caprice Car Service, y negociamos un buen carro, un Buich Century americano de un buen modelo. Lo afiliamos a la misma empresa, y me asignaron un buen radio para escuchar la central de la empresa.Cada vez que alguien llamaba para solicitar algún servicio,ellos reportaban a quien estaba más cerca de esa dirección.

A los pocos días ya tenía todo en regla y no sabía ni por dónde empezar. Yo conocía poco de Queens y de Manhattan y todavía no me atrevía a recorrerlo con alguna carrera. Sin embargo, poco a poco me fui llenando de confianza y hacía uno que otro servicio en el área de Queens y a uno que otro amigo, hasta hacer un buen reconocimiento de todo el condado.

A los pocos días me había conseguido un buen apartamento casi al frente del parque de flushing, el cual era muy apetecido por todos los hispanos. Mi hermano Arles se vino a vivir conmigo, pero él seguía trabajando en el primer trabajo que yo le había conseguido desde su llegada a los EE.UU. y poco participaba él de mis asuntos. Solo aprovechaba esta gran oportunidad que supuestamente yo tenía, y gozaba de las buenas comodidades que día a día íbamos adquiriendo gracias a este hombre que buscaba primero ganarse que todo mi confianza y aprovechar mi inexperiencia en este asunto del narcotráfico.

Yo me encontraba con este señor cada vez que me citaba por medio de un bíper o un teléfono inalámbrico para saber cómo iba mi situación económica o como estaban mis ánimos. Él me decía que cualquier cosa que yo necesitara se la diera a saber, que él me la cubría y que la primera vuelta pronto llegaba y él me prepararía para ello. De vez en cuando me hacía buenas invitaciones, en buenos restaurantes colombianos que existían en todo Queens.

Este sujeto era muy discreto y poco me visitaba en mi apartamento. Conocí a su esposa y sus dos lindas niñas en una de las citas que me puso. No era muy ostentoso al vestir, nunca lo vi embriagado ni fumando cigarrillo, tampoco le conocí carro de su propiedad, se desplazaba en tren o en buses urbanos. Nos fuimos ganando la confianza mutua, lo respetaba como un patrón ya que todo él me lo daba, sus órdenes eran mínimas, siempre existía respeto entre él y yo.

Su constitución física era excelente, parecía que practicaba gimnasio constantemente. A pesar de que era un hombre de baja estatura, se veía en forma. Quizás teníamos la misma edad, ya que por ese entonces yo tenía 39 años y él los conservaba muy bien. Mi primo Guillermo salía mucho con él, le conocía hasta su sitio de residencia en Long Island. Yo no me interesaba en saber todo de él, debido a que todo lo tenía adelantado sin haber hecho nada a cambio, por todas las regalías que me daba y todas las comodidades de las que yo gozaba.

Mientras tanto yo salía de vez en cuando a prestar mis servicios como taxista, más que todo para reportarme ante la central, y que se viera que el carro estaba circulando por las calles como cualquier taxista. Con un poco de miedo salía a las calles New Yorkuinas y me hacía una que otra carrera, siempre y cuando fueran cerca y a un lugar que yo conociera.

El radio de la central no dejaba de anunciar carreras. Yo las escuchaba, y no me atrevía a contestarlas debido a que podría quedar mal con alguna dirección o con un cliente que usaba frecuentemente este servicio, y podría quejarse a la central y podrían suspenderme o sospechar que yo no era un verdadero taxista. Las carreras que de vez en cuando hacía eran aquellas que recogía en la calle cuando alguien me ponía la mano. Observaba primero si eran hispanos, y les decía que yo era nuevo en este oficio y que si me explicaban o ellos conocían el sitio adonde iban a ir los podía llevar. Así, poco a poco iba conociendo la ciudad, especialmente las afueras de Queens que es tan grande.

Tampoco me hacía el sufrido, si no me hacía ninguna carrera, tenía el apoyo de este señor, que cada vez que me encontraba con él, me encavaba dejándome cualquier dólar, para cualquier necesidad, y me decía: “cógela suave, que todavía no hay afán”. Así pasaban los días y quizás el primer mes y él no me presionaba para nada. Lo que si notaba era que poco a poco me llamaba con más frecuencia para que lo llevara de un lugar a otro, y si era posible lo esperara todo el tiempo que fuera necesario. Mientras tanto yo me quedaba dentro del carro, u observando vitrinas.

También empezó a utilizarme para que le transportara a su familia, de un lugar a otro, especialmente dos o tres veces en la semana ocupándome casi todo el día. De vez en cuando llevaba una de sus hijas a Manhattan a recibir clases de valet por dos o tres horas y había que esperarla. Bueno, para eso me estaba pagando y yo no podía quejarme, todo lo tomaba como un trabajo.

El tiempo pasaba de prisa, así lo sentía yo, ya llevábamos como tres meses en ese mismo cuento. Yo ilusionaba mi familia en Colombia que pronto regresaría, pero no tenía fecha fija de regreso. Nada me faltaba y mucho menos a mi familia. Aparentemente todo se veía bien: andar para arriba y para abajo con un narcotraficante, hacerle sus mandados, cuidar de su familia, todo era fácil. Por eso seguía esperando que esto tuviera un final feliz.

Los días y los meses iban pasando fácil y tranquilos en la ciudad de New York. Casi íbamos a cumplir cinco meses en esta fácil tarea, cuando recibí una llamada del supuesto patrón, citándome en un restaurante de renombre, en la Rousvelt av. Con 82 st., llamado La Fonda Antioqueña, que de antemano servían y atendían muy bien cualquier plato colombiano. Gastándome allí una buena bandeja paisa, y preparándome mental y sicológicamente, como era que se iba hacer la primer vuelta de trasportar una droga que le llegaba de Colombia, mas propiamente de Medellín.

Este sería mi primer trabajo, y mi prueba como mula, ya que para esto no se necesitaba estudio, ni mucha preparación, sino mucha experiencia, astucia, y malicia, para lograr trasportar y servir como mula. Yo quizás carecía de todo lo dicho, mi inexperiencia y mi poco currículo en este oficio, no me hacía un hombre capacitado para esto.

Lo que uno necesita en ese momento es tener responsabilidad, porque antes de actuar había que pensar muy bien lo que se quería hacer, analizar quien era uno, y que personas tenía a su alrededor y a su cargo, que calidad de familia lo rodeaba, y con qué calidad humana lo habían criado antes de actuar o aceptar cualquier compromiso y menos ilegal.

Habría que pensar que unos cuantos dólares no cubrirían los sentimientos, o una separación o un riesgo de muerte o de privarse de la libertad, ya que siempre la justicia triunfa en el mal y en la mente oscura de los hombres, pero ¨la ambición rompe el saco¨.

Pero la astucia de este pequeño hombre, como yo lo llamaba, me compraba mi mente, mi honra, y mi porvenir, con unos cuantos centavos, llenaba mi corazón de ambición y poder, no teniendo en cuenta que yo también era padre de familia, que tenía esposa, y unos padres que esperaban algún día mi regreso, llegara como llegara pobre o rico, pero con la misma mentalidad con la que me habían criado, y con principios cristianos que yatenía.Que había viajado como muchos al país de las oportunidades y sueños, y que luego regresaría feliz en este hermoso mundo de soñadores.

Ya terminando esa suculenta cena, este hombre me dijo: “listo mi valiente hombre, mañana jueves vengo en la tarde por el carro, sácale todas tus pertenencias de valor, que yo me lo llevo, y después te llamo para decirte cuál es el segundo paso”. Listo, le respondí, estaré pendiente de su llamada. Nos paramos y nos despedimos, como de costumbre, de manera muy formal y cada uno se fue para su apartamento.

Cuando llegué, mi hermano ya había llegado del trabajo. Estábamos pendientes de hacerle llegar un ramo de flores a nuestra madre, porque ese próximo domingo 13 de mayo del (95) era el día delas madres en Colombia.Mi hermano Arles estaba muy de acuerdo en hacerle llegar ese presente a nuestra madre.

Dialogamos un buen rato y le conté todo lo que estaba haciendo, y lo que iba hacer.Recuerdo que hasta le dije a mi hermano que, por recomendación de aquel hombre, era mejor que el día que yo fuera a hacer la vuelta, él no estuviera en el apartamento, así tocara pagar hotel por ese día. Le fui contando todos los pormenores, y proyectos que quería hacer si todo salía bien. Arles solo me decía que le pidiera a Dios que todo saliera a la perfección, y que si me ganaba algunos pesos de más le ayudáramos a mi padre.

Después de un buen rato de charla, seguí haciendo unos cambios en el apartamento, mientras que Arles encendía la tele, quizás para ver algunos programas, y al mismo tiempo cogió el teléfono porque estaban pasando un programa de un profesor mentalista, parasicólogo, y psíquico, que leía las cartas, interpretaba a los astros, y hasta leía la mente: José Ortiz, ¨el buen samaritano¨.Este programa era muy visto por la gente hispana, lo mismo que Walter Mercado y otros más, que atraen clientes y espectadores para esto. Llamó la atención de mí hermano, que hasta marcó el número que recomendaban y al instante estaba en línea. Yo despreocupado de lo que hacía, solo notaba que llevaba muchos minutos en la línea, y le llamé la atención porque quería hacer una llamada a Colombia, ya que todos estos servicios llegaban en el recibo telefónico y no eran tan costosos si se hacían moderadamente.

Después de todo le pregunté qué le habían dicho, y me dijo que los astros nos estaban favoreciendo a todo el núcleo familiar. Y que estábamos a punto de realizar un buen negocio, y que deslumbraba verse mucho dinero, pero que había que tener mucho cuidado de lo que se iba hacer. Arles gastó unos 50 minutos aproximados en esta llamada, y eso porque yo se lo hice cortar.

Arles me comentaba que este señor José Ortiz, ¨ el buen samaritano¨, le decía que todo iba a salir bien, que teníamos que hacer unos riegos, unos sahumerios, unos baños, y una serie lecturas que nos daban en la misma tienda donde íbamos a comprar las ramas recomendadas por ellos mismos. Yo sin creer mucho en esto, le seguí la corriente y salimos a comprar toda esta lista de menjurjes y riegos tal cual se la habían dicho. Mientras que en Colombia mis padres esperaban quizás nuestras llamadas y se preparaban para ese próximo domingo recibir a todos los hijos, con sus esposas, nietos y pasar un buen día de las madres en familia. Y nosotros a distancia la invocaríamos, y por seguro que la llamaríamos.

Fin del sueño

Todo se iba preparando. ¨ Caliche¨ era el apodo oficial de aquel hombre con el cual yo había hecho aquel macabro pacto y no le conocía otro nombre más. Mi hermano y yo hicimos todos los riegos, baños y conjuros, y el patrón me llamó por el día viernes, y el mismo día en la tarde le entregué el carro (taxi) limpio y en las condiciones que él me había dicho.

Por el día sábado casi en la noche me llamó y me dijo que nos veíamos el día domingo a las diez de la mañana en la calle de la Northe blvd. con Astoria blvd. Llegó el domingo, día de las madres. Me levanté bientemprano para festejar ese día, pues aunque por teléfono llamaríamos a nuestra madre.

Pasadas las 10 de la mañana, recibí la llamada de “Caliche”, quien me dio las coordenadas exactas de dónde se encontraba él, con el carro cargado y listo. Estaba sobre la Norten blvd. Cerca de un restaurante de comidas rápidas muy conocido. Inmediatamente abordé un taxi y me dirigí exactamente al lugar que él me había indicado. Lo encontré a él casi en una esquina de la avenida distanciado de micarro (taxi), como a 50 metros. Apenas me vio me saludó muy formalmente, me entrego las llaves,y lo único que me dijo fue: “lleva el carro para tu apto. Y ahí nos encontramos en un par de horas”.

Yo sin sospechar nada y sin saber que llevaba exactamente en la cajuela, me encaminé hacia el carro, sin sospechar que nos podían estar vigilando. Confiando en él, abrí la puerta principal del carro y me monté llevándome tremenda sorpresa de cómo me entregaba el vehículo: todo sucio y revolcado. Yo, por el contrario, siempre lo mantenía limpio, perfumado y en orden por dentro y por fuera. Le tenía una imagen de la virgen del Carmen y en el retrovisor colgaba siempre un escapulario del señor de los milagros. Todo estaba tirado y revolcado, se respiraba un ambiente pesado y caliente como si el carro estuviera recalentado o lo hubieran corrido muchos kilómetros. No les miento, empezaba a correr por mi cuerpo unos nervios fríos y espeluznantes, pero el subconsciente me decía que solo era llevarlo al apto y ya todo terminaba, ese era mi compromiso.

Poco sospechaba de lo que podría estar pasando a mi alrededor, confiaba en este señor aunque sabía lo que él hacía, creía en él por la experiencia que ya me había contado que todo lo hacía muy meticulosamente y le salía bien. Por eso no mire que traía en el baúl del carro, poco me interesaba eso, solo algunos dólares que me daba por esto y enviarle a mi familia dinero para sus necesidades y ya, eso era todo. No medía las consecuencias que todo esto me podría acarrear. Finalmente era la línea del menor esfuerzo, todo lo veía fácil y más que él me sostenía de todo.

Yo le había dicho a Arles que no estuviera en ese apartamento durante ese día hasta que yo lo llamara y le contara como había salido todo.

Encendí el carro, ajusté la silla del conductor, acomodé un poco los retrovisores, y le di marcha al vehículo. Recorrí algunos cuantos bloques ocuadras y notaba que el carro intentaba apagarse, como ahogado, o falta de gasolina, pero le miraba el marcador de combustible y la aguja me marcaba casi full. Intenté parar poniendo el carro en neutro y acelerándolo fuertemente y volvía a nivelarse. Así lo lleve por varios bloques, sin dejarlo apagar.

Yo miraba por el retrovisor y notaba que algo andaba mal, una camioneta negra cerrada me seguía a una distancia prudente y no me perdía de vista. Doblé en una esquina para cortar terreno y llegar más pronto a mi destino, pero el carro no me respondía bien. Miré por el retrovisor de nuevo y creí que lo había perdido. Mi carro me seguía fallando, no encontraba donde estacionarme, de repente encontré un espacio y era una pompa o hidrante de agua donde los bomberos tienen prohibido estacionarse frente de ellos por cualquier emergencia.

No sabía qué hacer, trataba de tranquilizarme y pensaba que si me llamaban la atención por estacionarme ahí, les diría que el carro me viene fallando y no quería obstaculizar la vía. Apenas estaba cuadrándome, vi que por el otro carril contrario se acercaba una patrulla de la policía, que se quedó mirándome muy fijamente y al instante noté por el retrovisor del carro que se me acercaba muy lentamente otra patrulla deteniéndose a una distancia prudente de mí.En segundos me vi rodeado de cientos de ellos que aún sin bajarme del vehículo estaba totalmente rodeado.

Pensé rápido que excusa iba a sacar, la mente por segundos me hablaba con mil disculpas. En fracción de segundos vi un telón que descendía al frente de mí, viendo a mi familia, a mis hijos, mi esposa, etc. El miedo empezaba a congelar mi cuerpo, flotaba inmerso en medio del miedo y la angustia, acorralado por un cerco de seguridad nunca vivido. Pronto se bajaron dos agentes de policía, uno se vino por la parte derecha de atrás del carro, y el otro por la parte izquierda. Sigilosamente el de la derecha se me fue acercando a mi ventanilla del vehículo golpeando el cristal en señal de que bajara el vidrio y con la otra mano empuñaba su arma de dotación, sin sacarla de su estuche.

Bajé el vidrio de mi carro y al instante le dije que mi vehículo viene fallando y que por eso lo tuve que aparcar en ese sitio. El con una vos suave y atenuante me dijo: “problemas brother, problemas”, en un tono de spanish and english. Luego me insinuó que le abriera la cajuela del carro y yo le respondí que no tenía llaves de la cajuela. Al instante me pidió que saliera del carro y yo empecé a salir suavemente. Cuando ya estaba afuera, él rápidamente me sujetó de una mano y me volteó de tal forma que quedé casi encima del vehículo y en segundos ya me tenía esposado.

El seguía insistiendo que le abriera la cajuela del carro, mientras que el otro agente entró en mi vehículo, sacó las llaves del switchy prosiguió en abrir la cajuela, llevándose tremenda sorpresa al encontrar una maleta grande repleta de unos paquetes prensados envueltos en cinta adhesiva muy apretadamente.

Yo me quedé estupefacto al ver la cantidad de paquetes que había en esa maleta. Los agentes que estaban presenciando y rodeando el vehículo, se alegraban mancomunadamente al capturar semejante botín. Uno de ellos repetía alegremente estas palabras: “Me diste medalla brother, me diste medalla”, en el mismo idioma de spanish and english. Se podía notar que era de origen puertorriqueño.

Yo sentía que el mundo se me venía encima. Seguía viendo por segundos ese telón mostrándome a mi familia y toda mi gente que me quería, que me amaba y me esperaba, y no sabía que decir frente a ese cuadro espeluznante. De repente fui introducido a una de las patrullas de la policía donde dos agentes me interrogaban, uno a la derecha y el otro a la izquierda. Me preguntaban quién era yo, de quién era ese cargamento. Yo solo les respondía repetidamente: “Yo no lo sé, yo presté este carro a un amigo y apenas me lo entregó hoy, y no sabía que eso venía ahí”. Ellos me preguntaban: “¿Cuándo lo presto?”. Yo les respondía con certeza y seguridad: “hace tres días, desde el viernes”. Ellos seguían interrogándome ininterrumpidamente y casi gritándome. Me decían: ¿A quién se lo prestó?, ¿cómo se llamasu amigo?”. Yo les respondía: “Rolando”, y lo repetía sin titubear y con seguridad.En verdad no sé de donde me salió ese nombre, el subconsciente me ponía nombres y respuestas muy positivas en mi boca, como si Dios entrara en mi defensa. Nunca en mis 39 años había estado bajo una presión tan intensa.

Lagente se fue aglomerando a presenciar lo que estaba ocurriendo, atraídos por ver tanta policía. En unos cuantos minutos, llegaron y llegaron varias patrullas quizás como refuerzos. Todo iba ocurriendo en fracción de minutos. Fui conducido a la estación de servicio de la policía más cercana y allí me metieron a un wipen o calabozo, donde me despojaron prontamente de la correa y de los cordones de mis zapatos.

Todo ocurría muy rápido. Yo me encontraba aturdido y apenado por lo que me estaba ocurriendo. Pensaba solo en mi madre, que hoy era su día de las madres y no sabía cómo hacerle saber a Arles lo que estaba pasando. Me dejaron un buen rato solo, me senté en un rincón de ese diminuto cuarto frio, encogí mis rodillas y puse mi cabeza casi encima de ellas. Por mucho rato no veía a nadie, solo escuchaba algún rumorar de gente pero no entendía nada.

Por segundos cerraba mis ojos como tratando de quedarme dormido, y empezaba a imaginarme muchas cosas, que se cruzaban por mi mente, asustado y aturdido por lo que me estaba pasando. No lograba mantener mi mente en claro, solo recuerdo que pensaba en mantenerme firme y seguro en mis primeras declaraciones que ya había dado, y era decir que yo había prestado el carro a mi amigo Rolando. Eso era lo que más maquinaba mi mente, para no ir a caer en otra declaración.

Lo cierto de todo era que me tranquilizaba un poco porque yo nunca había tenido antecedentes judiciales y mucho menos por estupefacientes o consumo de ellos. Los minutos iban pasando, ya llevaba quizás más de una hora desde que me capturaron y nadie me decía nada ni me interrogaban.

De repente sentí que se acercaban dos agentes portando sus uniformes de la policía y uno de ellos se disponía a abrir la seguridad de esa reja. El otro me pidió que me levantara del suelo y los acompañara. Yo me paré inmediatamente sosteniéndome la pretina de mis pantalones, porque al no tener correa y debido a que el pantalón me quedaba un poco ancho parecía que se me caían. Lo mismo al caminar con los zapatos sin cordones, parecía que se me salían y caminaba un poco incómodo.

Ellos me habían vuelto a esposar y me sujetaban escoltándome hasta llegar a un cuarto de oficina donde me esperaban dos hombres vestidos de civil que portaban en el pecho cada uno de ellos una escarapela o placa aluciando el sello de la policía new yorkuina, como agentes federales. Me saludaron muy formalmente y le pidieron a los dos agentes de la policía que se retiraran, quedando yo solo con ellos. Empezaron a interrogarme muy meticulosamente preguntándome una y otra vez lo mismo.

Recuerdo que me presionaban diciendo que si no les decía la verdad me llevarían a una cárcel de máxima seguridad [federal] donde al principio me violarían y no volvería a ver la luz del sol. Yo seguía diciéndoles lo mismo, que había prestado el carro y apenas me lo regresaban. Uno de ellos me preguntó: “¿qué haces tú en Colombia?”. Yo le respondí: “trabajo la construcción al igual que toda mi familia”. Volvían a preguntarme: “¿de quién es esa droga?”. Yo seguía firme en mis primeras declaraciones, respondiendo: “Yo presté ese carro hace tres días y apenas me lo regresan, dejándomelo en el área de Queens”.

Las preguntas me las hacían una tras otra, queriéndome confundir o que yo dijera lo contrario. Era una presión sicológica que ellos me hacían queriéndome culpar lo más pronto por ese delito. Después de tanta presión me regresan a la celda o cuarto donde me tenían primero, y allí me dejan solo por otro largo rato. De repente al frente de la celda en que me encontraba, dos agentes de la policía colocaron una mesa, y encima de ella descargaron la maleta que me habían cogido en el baúl del carro, y junto con otros dos agentes más empezaban a tomarse fotos felicespor el botín que habían cogido y que a lo mejor premio les darían por esto. Esto lo hacían al frente de mí quizás para martirizarme más de lo que estaba.

Al mucho rato de haberme interrogado incansablemente, me sacaron de allí y en una camioneta Van blanca me trasladaron para el alto Manhattan. Me metieron de nuevo en el calabozo o wippen de los juzgados donde estaban repletos de ciudadanos de todas partes del mundo, para culparlos de cualquier delito que habían cometido en la ciudad de NY o sus alrededores. La cantidad de gente era impresionante, esos calabozos estaban a reventar, mezclados con gente drogadicta a punto de la esquizofrenia, quienes por llevar allí más de algunas largas horas, entraban en shock de demencia y alucinaban diciendo incoherencias que no se entendían. Tenían sus miradas perdidas y algunos estaban vestidos andrajosamente, mientras que otros perdidos en el licor yacían tirados en el suelo frío y sucio tiritaban de frío.

Ahí estaba yo, donde poco a poco me fui contagiando de miedo y temeroso de ver este cuadro tan horroroso y plasmante, traté de buscar un lugar limpio o una cara de alguien más familiar o digna de arrimarme, pero todos me miraban y esto hacia que me asustara más de lo que ya estaba, porque todo este cuadro solo lo había visto en cine o en películas de terror.

A ratos me sentía cansado de estar de pie, sosteniendo con la mano alguna pretina del pantalón ya que por no tener correa y que me quedaba flojo se me caía fácilmente. Por ultimo decidí sentarme en ese suelo frio y húmedo ya que ese recinto carecía de calefacción. Aunque había suficiente luz, se dejaba entrar corrientes de aire frio por una ventana abierta con rejas de hierro para una mayor seguridad. Los gritos y el murmurar de tanta gente no cesaba, la temperatura iba bajando como iba declinando el día.

Por ratos escuchaba a uno que otro detenido pidiendo que lo sacaran al baño porque tenía alguna necesidad, o escuchaba al guardia gritar algún nombre de alguno de tantos de los que estaban allí para que saliera a ser interrogado por un juez asignado a uno de tantos casos que habían. El cansancio y el frio se me iban apoderando cada vez más; por ratos los ojos se me cerraban y mi mente descansaba, por tenerla a tanta velocidad imaginativa de pensar que me podría suceder más adelante o que me esperaba de todo esto que estaba viviendo.

Pensaba mucho en mi familia, mis hijos, mis padres, que pensaría o diría mi madre, mi esposa etc. En esos minutos tan intensos tan largos donde me vencía el sueño y el cansancio, llegaba a quedarme dormido por algunos cortos segundos. Nunca me había imaginado que esto me podría estar pasando, rezaba intensamente, hacia oraciones repetitivas de las pocas que me sabía o que había escuchado a mi madre decir en algunas ocasiones en casa de mis padres. Solo invocaba el nombre Dios y hacia muchos padres nuestros, anhelaba saber orar o pedir a Dios auxilio por mi pecado o perdón por la falta que había cometido. Solo Dios sabía mi verdad, pero lo que si tenía seguro era que debíacontinuar con mi primera declaración, no podía cambiar mi versión de cómo me había involucrado en ese tenaz incidente.

De pronto me sentí con la vejiga llena, necesitaba ir al baño. De repente un detenido pidió que lo sacaran al baño y allí pude lograr que me sacaran a mí también. Regresé muy confundido pues no sabía cuándo me tocaba el turno para dar mi primera declaración. Estaba más que seguro de lo que iba a decir. El tiempo no transcurría como yo lo quería y cada vez me sentía más cansado y agotado. Esta experiencia empezaba a pagarla cara, la vida empezó a pasarme factura de cobro quizás por todo lo malo que yo había hecho en mi vida. El destino me mostraba otra cara diferente a lo que hacía unas horas atrás había vivido con mucha intensidad, risas y alegrías y una vida llena de abundancia, comodidades y dicha. Esta pesadilla empezaba a hacerse más intensa y muy escalofriante.

Ya pasadas muchas horas, como casi a la madrugada, me llamaron para presentarme ante el juez que cogía mi caso para escuchar mi primera declaración. Antes de salir de ese wippen, vuelven a esposarme para que un aguacil me lleve ante el juez asignado. Mientras caminábamos por esos pasillos fríos y solos, mis pantalones empezaban a caerse y yo los sostenía con mis dedos en vista de que no tenía correa. Además caminaba incómodo con esas esposas atadas a mis pies y sin cordones en mis zapatos.

De repente el hombre que me llevaba abrió una puerta ancha donde llegamos a un salón amplio con algunas cuantas personas a su alrededor y al frente una mujer blanca que clavó su mirada hacia mí, usando unas gafas transparentes que le llegaban casi a la punta de su nariz. Me miró fijamente por encima de ellas como bicho raro, queriéndome decir: “otro narcotraficante más”.

Un hombre joven y bien vestido que se encontraba a mi lado, me dijo en voz baja y en español: “Yo soy su apoderado defensor, escuchemos al juez de que te acusan”. Más asustado me sentí al verme frente a esa corte donde todo lo hablaban en inglés y se pasaban documentos de un lado para el otro. La señora juez dejó de mirarme para concentrarse quizás en los documentos que le habían pasado, los cuales seguramente dirían como me capturaron o que infracción había cometido. El susto que yo tenía al verme frente a esa corte era mucho, esto hacia que mi boca se tornara seca y con un sabor amargo. Los minutos parecían detenerse frente a mí, todo parecía que corría en cámara lenta pues nunca había vivido esa experiencia de estar frente a un juez sin saber que me iba a preguntar o como tendría que responder.

De repente el juez interrumpe lo que estaba haciendo y empieza a interrogarme en inglés y mi apoderado responde en el mismo idioma. Mi abogado me pregunta: ¿cómo te llamas? Yo repetía mi nombre completo en voz alta. El juez seguía preguntando y mi apoderado me decía: “diga su edad, su estado civil y su nacionalidad, en voz alta”. Poco a poco empezaban a interrogarme hasta llegar a mi caso específico. El juez iba hablando y mi apoderado me traducía. Diciéndome el porqué me tenían allí y qué delito había cometido ante los EEUU. Delito que se castiga por posesión en un vehículo de mi propiedad, con documento legal ante tránsito y el estado, de una cantidad de 100 kilos de cocaína de alta pureza prohibida en los EEUU.

Esta causa me hacía acreedor a 15 años de cárcel en una prisión de máxima seguridad del estado, de no demostrarse lo contrario. Mi apoderado no dejaba de repetir toda la sentencia dictada por juez, dicho por el fiscalque me acusaba por mi delito cometido. Después de escuchar mi sentencia y tomar el juez mis datos personales, la corte pregunta que como me declaraba ante los delitos imputados por el fiscal. Mi apoderado me dijo que me declarara inocente y efectivamente, escuchando todos esos años que me ofrecía el señor fiscal, obvio que esa era mi respuesta: inocente, ya que yo no era traficante de oficio, y nunca en mi vida lo había hecho ni soñaba serlo.

El juez citó a mi abogado a otra audiencia en una nueva fecha acordada por el juzgado. Al instante me sacaron de allí regresándome a otro wippen o calabazo. No pasó mucho tiempo y volvieron a sacarme siendo ya casi la madrugada. Podría decir que eran casi las cinco y media de la mañana y me montaron encadenado en un bus. Mayor fue mi susto cuando lo encontré casi lleno con reclusos que ya habían sido sentenciados o al menos visitado al señor juez. Todos, al igual que yo, estaban encadenados.

Empezamos a salir del condado de Manhattan. Yo miraba por la ventanilla del bus algunos sitios conocidos, hasta que el bus cogió una carretera interestatal y ya no pude reconocer nada. Nadie hablaba una palabra, solo nos mirábamos de reojo el uno al otro. Creo que el miedo y el pánico ante la sentencia, y el peso que cada uno teníamos encima de nuestras conciencias no dejaba que nadie murmurara ni una sola palabra.

Yo no dejaba de rezar mentalmente, veía en mi mente toda mi familia, pensaba mucho en ellos, que irían a decir mi cuando se enteraran de lo que me estaba sucediendo. También pensaba en la vida de Arles. ¿Dónde estará? ¿Ya se enteraría en estos momentos? Mi cabeza me daba muchas vueltas, mi corazón seguía latiendo a millón, seguía asustado como un niño cuando se pierde y no ve a sus padres. Todo esto parecía una pesadilla sin fin.

El tormento

Al mucho rato de transitar en ese bus, noté que se iba acercando hacia el mar por una ruta totalmente desconocida para mí. Pronto llegamos a una portada grande, muy custodiada por agentes uniformados y bien armados, quienes detuvieron el bus antes de entrar y lo requisaron por encima y por debajo, utilizando espejos y linternas. Luego automáticamente se abrieron unas puertas corredizas donde se dejaba ver una carretera recta como por encima del mar que nos llevaba a una isla llamada Raikerz island, muy cerca del condado de Queens. Es una de las correccionales más grandes que tiene la ciudad de New York, donde internan tanto menores como mayores de edad, claro está, separados internamente.

Ya eran quizás las seis de la mañana. Al arribar este bus con casi 25 personas detenidas, los guardias nos estaban esperando. Seguramente ya estaban avisados. Estos nos sacaron del bus, encadenados y en fila india. A pesar de que no podíamos caminar rápido, nos gritaban casi en el oído que nos moviéramos. El trato no era formal y empezaban a montar presión sobre nosotros, para irnos estudiando sicológicamente y saber quién era el uno y quien era el otro.

Poco a poco íbamos avanzando hasta llegar a un solo recinto donde uno a uno nos iban quitando las cadenas para meternos todos a un solo wippen o celda estrecha en la que difícilmente cabíamos. El trato se tornaba inhumano. Estos guardas se rumoraban entre si y nos veían como bichos raros. El miedo seguía latente en mí, ya llevaba muchas horas detenido y casi sin probar bocado de sal. Sentía hambre y miedo, y no dejaba de rezar y de llorar mentalmente. Mi destino estaba incierto e inseguro y no tenía ayuda de ninguna índole, esto era mi final.

Allí duramos casi cuatro horas sin comer y beber nada, mientras que uno a uno nos iban sacando a que nos viera un médico, nos chequeara y nos hiciera un historial médico para luego llevarnos y meternos a otra celda fría sin camas ni sillas. Allí nos trajeron un emparedado y un jugo pequeño en caja. Esto amortiguaba un poco mi ansiedad y mi estrés, pero el susto y el miedo seguía latente.

Esto era impaciente y demoroso, muchos de los que habíamos llegado empezaban a gritar. Había negros, blancos, americanos, italianos, jamaiquinos, y casi la otra mitad era hispana, muchos desesperados por la droga y el vicio. Estaba metido en el infierno terrenal. Sentía mucho frio, mi ropa no era la adecuada. Todavía no era verano y la temperatura bajaba y más a estas horas de la mañana.

Ahí duramos casi todo el día. Ya entrada la noche me tocó el turno y me llamaron por mi nombre llevándome otra vez donde otro médico que me hizo desnudar completamente y me hizo otro examen más riguroso, checándome el pulso, mi ritmo cardiaco, mientras me iba preguntando de que enfermedad padecía, que enfermedades sufría mi familia etc. Por último, me preguntó mi talla de ropa y mi edad. Le informé mi talla y le dije que tenía 39 años de edad.

Y eso fue todo, me vestí rápidamente y fui conducido a otro wippen o celda. Ya eran casi las once de las noche y nos sacaron de dos en dos y nos ubicaron en unos cuartos donde cabían treinta personas aproximadamente. Cada preso contaba con una cama y un nochero. Había un completo silencio.

Cuando me llevaron al cuarto que me correspondía, me entregaron a otro guarda que vigilaba el salón donde iba a dormir. Acto seguido me llevó y me mostró la cama que me correspondía, sin sabanas ni cobijas al solo colchón pelado.

Me senté y al instante me sentí rodeado por varios hombres que me saludaban en español y uno de ellos me dijo muy formal mente: “tranquilo Colombia que aquí te protegeremos, nosotros también somos colombianos y ya sabemos tu caso”. Uno de ellos me dijo: “No te preocupes, todos pasamos por lo que tu estas pasando, descansa”. Otro me dijo: “mañana me trasladan para otra cárcel a hacer mi tiempo final y yo te dejo todas mis pertenencias, y te damos algunas instrucciones de cómo es esto aquí, no te preocupes que ya sabemos quién es usted y por qué caíste”. Poco a poco se fueron retirando dejándome solo. Me dejé caer en esa cama dura pero en colchón. Recuerdo que uno de ellos se despedía diciéndome: “duerma tranquilo taxista millonario”. Y al instante se retiraron todos.

Yo me quedé sorprendido a medida que iba descansando, ¡cómo que ya sabían mi currículo!, no me explicaba cómo se habían enterado lo que me estaba sucediendo, hasta ya sabían que yo manejaba un taxi. Increíble, esto me subía un poco mi auto estima y no me sentía tan solo.

Los periódicos como el ‘’New York Times” y las noticias locales de radio y televisión ya habían publicado mi caso. En solo 48 horas ya todo el condado y otros más sabían lo sucedido. Pues en esa cárcel había algunas instalaciones dotadas con televisión en zonas exclusivas donde el recluso podría ver televisión con un permiso de los guardias de cada cuarto. Algunos creían que yo trabajaba con los Rodríguez por la cantidad de alcaloide que me habían encontrado en mi posesión. Varios de los que estaban presos allí decían que yo era uno de los poderosos. Por ese entonces las cárceles de los EE.UU y quizás de cualquier lugar donde se traficara con drogas, estaban llenas de personas relacionadas con el cartel de Cali, comandado por los Rodríguez Orejuela.

De veras que si estaba cansado y no me quité la ropa que tenía. Mientras que meditaba doble mis rodillas en forma fetal en ese colchón pelado, duro, y mal oliente. Quería quedarme dormido y no despertar jamás con esa pesadilla que mucho daño empezaba a ocasionarme.

No pasadas las cinco de la madrugada, los presos de aquel recinto empezaban a despertasen para empezar sus rutinas diarias de deporte. Caminatas en las yardas o campos abiertos con ciertas restricciones, gimnasios dotados con buenos equipos de pesas etc. Raikerz island era una cárcel muy cotizada donde por allí habían pasado muchos hombres y mujeres de renombre que por diferentes razones de la vida les había pasado una mala jugada, como a cualquier hombre o mujer y terminaban allí por un corto o largo periodo, todo dependía según el delito que se había cometido.

Pronto uno de los colombianos que había estado en mi recibimiento horas antes se me acercó y me dio las primeras instrucciones. Me señaló dónde quedaban los baños, el comedor y parte de las instalaciones que yo podría frecuentar, ya que no todo lo que yo veía lo podía visitar o entrar, debido a que algunos presos tenían posesión de algunos lugares por el tiempo que llevaban allí o por el solo hecho de adquirir poder.

En los primeros dos o tres días ya conocía cual iba a ser mi rutina y como tenía que moverme en ese establecimiento penitenciario. Algunos presos eran trasladados a otras cárceles de más alta seguridad por la gravedad de sus delitos, o habían sido condenadospor el Sr. Juez a cumplir su tiempo en otros establecimientos. Entre ellos, había algunos colombianos en el mismo patio, y uno de ellos empezó a dejarme algunos utensilios de aseo que habían adquirido por el solo hecho de llevar más de un año en ese lugar.

Una tarde avisaron el traslado a otra cárcel de uno mis amigos colombianos. Este hombre me dejó un balde o platón plástico para que yo echara mi ropa interior o algunas prendas de ropa al remojo enjabonadas y después las lavara a mano. También me dejó algunos buenos consejos acerca de cómo debería portarme para no tener problemas con alguna que otra pandilla que estaba formada por hispanos, musulmanes, y alguna que otra anglosajón.

Yo hacía caso a todo lo que me sirviera a bien, hablaba poco y casi no salía a distraerme por miedo a que algo me pasara. Solo estabaatentó de las ordenes de los guardianes y no más.

En esa misma semana se me acercó un hombre grueso, alto, de color, reclamándome en inglés el balde que mi amigo me había dejado. Yo le respondía, con el poco inglés que sabía, que eso me lo había dejado un colombiano que habían trasladado esa misma semana. Parecía no entenderme porque quiso arrebatármelo de mis manos arbitrariamente.

Ambos forcejeamos, el de una punta y yo de la otra, hasta que me acordé que una de las recomendaciones que había adquirido en los primeros días era que no me dejara achicopalar de nadie y que mostrara mi carácter de buen colombiano arrecho y pujante, sin hacerle daño a nadie.

Estábamos en el tire y encoje con aquel objeto hasta que desperté de mi embotellamiento y de un solo tirón se lo arrebaté quedándome con él. Esto acabó de enfurecer más a este grandulón que por su porte se notaba que hacía mucho gimnasio. Me miró con ojos de desprecio y rabia y con algunas frases groseras en inglés me invitaba a pelear, hasta que un salvadoreño que dormía cerca donde yo estaba y hablaba bien el inglés, lo encaró defendiéndome y explicándole que ese balde me pertenecía, ya que el otro colombiano me lo había dejado.

Todo se calmó y esto no pasó a mayores. Aquel incidente me dejaba otro amigo más que conocía y quizás un enemigo anglosajón que adquiría. Pasado algunos días, entré a los baños que me correspondían y sin notar sospecha vi cuando detrás de mi entraba aquel gigantesco hombre de color acompañado de dos secuaces más que llevaban una segunda intención de hacerme daño o de cobrarse la rencilla aquella que habíamos tenido antes, por aquella discusión del balde aquel.

Mi reacción fue rápida y astuta. Hice un amague que entraba y casi desde la misma puerta me les devolvía alcanzando el grandulón a rosarme con su hombro en señal de provocación a ver que reacción tomaba yo para entre todos hacerme daño. Rápido salí de ese impase y de ahí en adelante siempre me ubicaba cerca donde hubiera algunaguardia o colombianos cerca.

Ahí recordaba lo que me decían aquellos federales cuando me interrogaban, que yo no volvería a ver la luz del sol y que cuando estuviera en esas cárceles me golpearían, me violarían y me harían daño. No sabía que por algo tan insignificante como era discutir por un balde quedarían secuelas para más adelante ver las circunstancias. Empecé a cuidarme yo mismo y no entablaba conversación con personas que no fueran colombianos o de mi agrado. Pensaba mucho como buscar mi libertad, sabía que tenía que portarme bien y hacer algo para mi beneficio.

Los días iban pasando y no sabía nada sobre mi hermano Arles. Me preocupaba por su vida, y me inquietaba si en Colombia mi familia ya se habría enterado y temía que esto contaminara a toda mi familia. Todos los días mi mente maquinaba e imaginaba miles de cosas. Por esos días afortunadamente me había dado al querer de varios amigos que me cubrían y me apoyaban en cualquier necesidad dentro de la facilidad, porque creían según las noticias que yo era un capo importante y esto me hacía acreedor de algún respeto y confianza.

Por esos días en el patio que me correspondía se encontraba un joven dominicano que había caído en una redada hecha en el condado de Queens sospechoso de traficar con heroína, tanto en su país como en NY. Este sujeto conocía mucha gente importante en ese medio del narcotráfico. En poco tiempo me di al querer de este tipo y se puso a mi orden que contara con él en lo que fuera. Él también se había comido el cuento que decían las primeras noticias, que yo pertenecía al cartel de los “RODRIGUEZ” de Cali y a mí me bautizaba “el taxista millonario”, por los mismos acontecimientos como se realizó mi captura.

Sin dudar momento alguno, le comenté que tenía un hermano en Queens y necesitaba localizarlo y saber de él porque estaba a mi cuidado y el día de mi captura quedó deambulando y no sabía de él. Rápido me contestó que ya pronto pondría a algunos contactos de afuera a funcionar para buscarlo. Le di algunas coordenadas y dejamos las cosas así.

Al otro día el joven aquel me tenía excelentes noticias; ya lo habían localizado y estaba esperando llamada para que yo me comunicara con Él. Efectivamente así fue, en media hora más mi hermano Arles estaba en línea, pues estos establecimientos penitenciarios estaban dotados de una línea telefónica para el servicio de cualquier reo o detenido y podía usarlo una vez por día por un tiempo de 15 minutos.

Me conectaron con él y mi alegría fue inmensa. Al instante me contó que ya en Colombia sabían mi detención y que él, por miedo, se había mudado para New Jersey. También me contó que mi primo Guillermo sabía bien con quién yo estaba trabajando, que él sabía el riesgo que yo padecía y que a él le habían pasado un dinero para que se lo entregaran a mi esposa mientras que yo solucionaba este embrollo judicial.

También me contó que todos los amigos colombianos que yo frecuentaba en Queens, ya se habían dado cuenta de mi detención y no lo podían creer, conociendo mi reputación y mi modo de vivir. Esto había sido una bomba para muchos, cual más estaba anonadado por esta noticia tan atroz. En esos 15 minutos me puso al tanto de todo, pero lo que más padecía él era que no tenía ni un dólar ni para hacer una llamada. Nos pusimos de acuerdo que al otro día yo lo llamaría a esa misma línea y a esa misma hora y vería que hacía por él.

Colgué con el corazón en la mano y con un poco de alegría, ya que por lo menos sabia de él. Me dirigí donde el joven aquel, para agradecerle por tan grande detalle, llevándome la gran sorpresa que él había autorizado a sus secuaces de la calle que le pasaran a mi hermano 500 dólares, para que se organizara un poco mientras pasaba esta tormenta. Yo no lo podía creer, este joven se convertía en mi ángel protector y mi ayudador, no sé si en verdad creía que yo pertenecía al cartel de Cali, o era un ángel que Dios me había enviado. Yo empezaba a adquirir respeto y a tener confianza en mí mismo.

Al otro día a la misma hora volví a conectarme con mi hermano. Parecíamos como dos desaparecidos, rápido nos desatrasamos de todo y nos pusimos al tanto de cualquier noticia. Él se quedó anonadado de como yo hice para que a él esos secuaces de aquel joven dominicano le entregaran esa suma de dinero. Yo no le daba mucha explicación de esto para no confundirlo más de lo que estaba.

Le pedí que saliera de esos entornos que tanto él como yo frecuentábamos. Le dije que buscara alguna pieza sola, en esas casas de alquiler. El entendió todo lo yo le quería decir y efectivamente así lo hizo. En una de las charlas que tuvimos, me comentó que el domingo de mí captura,él asustado llamó a Colombia y no sabía cómo dar la noticia, que había tenido suerte que Eduardo, nuestro hermano mayor, había contestado esa llamada. Creo que casi llorando le había comentado todo, que no quiso que le pasara a nuestra madre para no causarle a ella ese dolor de tan cruel noticia.

Todos estaban reunidos celebrando el día de las madres. Dicen que hacía mucho calor ese domingo. Mi madre había invitado a nuestra hermana Jislena a que la acompañara a misa en horas de la mañana. Se confesó y luego recibió la comunión con mucho fervor y devoción. Cuenta Jislena que ese día había orado nuestra madre de rodillas por mucho rato. Era 13 de mayo del año 95 y al otro día se celebraba las fiestas del señor de los milagros de Buga, al cual mi madre era muy devota. Ella pidió por todos nosotros como siempre.

Ya en casa estaban todos reunidos: hermanos, hijos, sobrinos, primos, nietos, nueras, yernos, etc. No faltaba sino Arles y yo. Todos estaban felices, ya habían almorzado, y empezaban a destapar regalos que cada uno habían traído para compartir en familia. Empezaba a ponerse la tarde más interesante y alegre, había música, trago, y algunos pesos que cada uno había reservado para esa ocasión. La felicidad abarcaba toda la familia, pero como no hay dicha completa, una llamada interrumpió aquella feliz ocasión.

El teléfono sonaba duro e impaciente, como para que alguien lo cogiera y lo hiciera callar. Eduardo, era la persona que estaba más cerca de él. Rápido lo levantó para que no interrumpiera esa felicidad en que estaban, y dice: “¡halo!, ¡familia arboleda!”. Del otro lado le hablaba Arles. Eduardo le reconoció la voz y se alegró de escucharlo. Avisando que era él, oyó que mi madre esperaba llamada.

Por un momento todos se alegraron. Cuenta mi hermana, que mi madre de dos pasos le llegó a Eduardo, como esperando turno para hablar, sin saber si se trababa de Arles o de mí. Mi hermano en minutos de conversación palideció, no hablaba, solo escuchaba, y en baja voz decía: “entiendo, yo les explicaré a todos”.

La conversación no duró mucho, dejando en él, una preocupación de palidez, de susto, tristeza, y casi mudo, para comunícales a todos, en especial a nuestra madre, la vil tragedia que abarcaría a toda la familia. Arles trató de resumirle en esos escasos 10 minutos lo que me había ocurrido. Después se despidió y dijo volvería a llamar en una hora, o en horas de la noche.

Eduardo seguía pálido y anonadado. De pronto mi padre le pregunta: “¿Qué paso?, ¿Quién llamó?” Él seguía mudo y no sabía qué hacer o qué decir. Se pasaba las manos por la cabeza, por la cara, y daba vueltas por el salón inquieto y perturbado. Pronto alguien bajo el volumen del equipo casi a cero, para que él contara la razón que Arles había dejado. Todos lo seguían fijos con la mirada. Prácticamente el entraba en shock. Hasta que mi madre en una sola voz fuerte y contundente, con voz de mando, lo despierta diciéndole: “¿Qué paso? ¿Por qué se puso así? ¡Cuente a ver!” Despertando, asustado, respondió: “a Henry lo tienen preso en EE.UU”. ¿Por qué?, preguntó mi padre. Eduardo respondió: “lo encontraron dentro de un carro de su propiedad con drogas”. Eduardo explicaba y narraba todo lo que Arles le había dicho, no ocultaba nada, porque en sí todos los que estaban presentes eran familia, y todos tenían derecho a saber qué era lo que estaba ocurriendo.

La fiesta del día de las madres se opacaba y casi se daba por terminada. No había razón ni alegría para seguirla. Casi todos enmudecieron y mi madre se destapaba en llanto. Todos la abrazaban y le daban voces de aliento. ¡Todo se va aclarar! ¡Debe ser un mal entendido! ¡Esperemos llamada de Arles! ¡Pero cálmese! Eran los consejos de varios de la familia y allegados a ella.

Mientras tanto yo seguía sumido en la tristeza y en la incertidumbre, de cuál sería mi final en esta horrible odisea. Ya pasado quizás los primeros 15 días, un guardia me notificaba que me preparara, que en cualquier momento me llevarían para presentarme ante el Juez. Yo no sabía que podría pasarme, solo me preparaba mental y anímicamente.

Entre los comentarios que me hacían los mismos presos, muchos me decían que no aceptará lo que de entrada me había ofrecido el fiscal. Quince años era mucho tiempo. Esa es la estrategia para amedrentarlo y ponerlo a uno en mucha tensión, angustia y desesperación. Me recomendaron que me buscara un buen abogado y bajara mi pena a menos años.

Lo que no entendían ellos era que yo no era nadie. La imagen que se hacían era que yo pertenecía a un cartel muy nombrado y que tenía buenos padrinos para que me ayudaran a salir de allí. Todo por esas noticias que habían mostrado en prensa y televisión. Mi imagen era grande y poderosa, pero mi realidad era otra. No podía contarle a los mismos presos quien era yo.

Yo si había participado en algunos delitos que me hacían acreedor de un castigo. Pero en sí, tampoco era para tanto. El tiempo que el fiscal quería imponerme por portarme mal era absurdo e inaceptable. Por eso quería darme a la lucha de mi verdadera defensa.

Yo tenía que seguir con mi primera declaración, que esa droga no era mía, que buscaran a los verdaderos dueños, que yo solamente había prestado un vehículo que estaba a mi nombre, y que no sabía que había dentó de él. Tenía que seguir en lo dicho en mi primera audiencia, no podía cambiar a otra versión.

También pedí que investigaran mi vida, que nunca había trabajado con drogas, y mucho menos mi familia, y nadie las usaba. Estaba en manos del fiscal y el juez. Dios conoce mi corazón, pero también conocía mis intenciones, mis actitudes, y mi comportamiento. El si me podría juzgar por mi verdadera culpabilidad. Sentía vergüenza con mi familia y conmigo mismo, y me apenaba saber que mi madre sufría el dolor de ausencia. También me apenaba la impotencia que debía sentir mi familia por no poder hacer nada por mí, debido a la distancia que nos separaba.

Yo Sabía que tenía que asumir las consecuencias de mis decisiones. Solo me quedaba un camino y era aferrarme a Dios, buscarlo en medio de esa crisis, pedirle perdón por mis errores y dejar que el actuara. Pero poco tenía conocimiento de él, solo lo que mi madre y mi familia me habían enseñado, sabía que había asistido a las iglesias católicas por un deber no por una devoción.

Necesitaba tener fe, creer, y saber que había un Dios que nos creó a su imagen y semejanza, y creer que si lo buscaba de corazón y me humillaba ante él, podría encontrar ayuda y solución a mis problemas, esta era la única salida que tenía.

“¡NO SE MENOSPRECIE!”

“No eches agua dentro de tu barco; la tormenta echara suficiente por su cuenta”.

“No invente mil razones para no hacer lo que quieres; busque una razón para hacerlo”.

“Es más fácil hacer todas las cosas que debería hacer, que pasarse la vida deseando haberlas hecho”.

“la primera llave a la victoria es vencerse a uno mismo”.

“El auto menosprecio es como un microscopio, engrandece las cosas pequeñas, pero no puede recibir las grandes”.

“la peor mentira es engañarse a uno mismo”.

“Tanto la fe como el temor podrían navegar en su puerto, pero deje que ancle solamente la fe”.

“Derribe los argumentos que ha levantado en su contra. No se menosprecie”.

Esa misma tarde fui llamado a juicio para mi segunda audiencia, no tenía un buen abogado, solo el que me había asignado el estado. Necesitaba que le explicara al fiscal que esa droga no era mía, que eso que habían encontrado en el vehículo de mi propiedad no me pertenecía, que solo había prestado el carro y me lo devolvieron cargado con estos alucinógenos. Sin embargo, no conocía bien a mi apoderado para que me creyera y peleara por esta verdad, así que me sentía solo.

Cuando estuve frente al juez, la humillación de verme encadenado ante tantas personas que habían asistido era mucha. Volví a sentirme humilladoy despreciado, sentía el rigor del castigo y la presión de los guardias para que uno aceptara las condenas que los fiscales querían imponerle.

Desde ahí, clamaba con fuerza mi corazón. Deseaba con todas mi fuerzas conocer el poder de Dios, que me ayudara. Quería que se me presentara de cualquier forma, pedirle perdón por mis faltas. Tenía miedo y temor, un frio me abrazaba, quería desaparecer.

Estaba en las manos del destino, del bien o del mal. Cuando estabafrente a esta figura de la ley, no veía por ningún lado mi apoderado. Al instante se me acercaron dos mujeres jóvenes y una de ellas me saludaba en español y me decía: “yo soy la intérprete de la abogada que te va a defender”. Yo le contesté: “Y el primer abogado que conoció mi caso, ¿Dónde está?”. Mi intérprete le transmitió la pregunta a la otra mujer y ella respondió que esa misma tarde le habían asignado mi caso y que el primer abogado ya no estaría conmigo. Nos dieron algunos minutos para que yo volviera a contarle a ella como fue mi captura y como había sucedido todo.

Yo seguía firme en lo dicho desde mi primera declaración. No podía cambiar mi versión por nada del mundo, solo Dios y yo sabíamos la verdad. Terminé de explicarle todo a mi apoderada, cuando noté que en esa sala de aquel juzgado en la pared de la parte alta, atrás del juez donde estaba sentado, había una placa grande que decía: DIOS Y ORDEN. Ahí estaba él o por lo menos su nombre (DIOS) imponente y claro. Aunque no había ninguna imagen, y a su lado estaban las banderas de los EE.UU y la del condado de Queens, leí fuerte su nombre en mi mente (DIOS).

En cuestión de segundos, el Juez llamó a mi abogada al estrado y dio por terminada aquella cita, dejando otra audiencia para otra fecha. Mi apoderada me informaba por medio de la interprete que la señora magistrada juez “MARGARET RAENAL” postergaba la audiencia. Que ella me avisaría para cuando volveríamos a encontrarnos. También me decía que ella pasaría antes que me devolvieran a RAIKERZ ISLAND a hablar conmigo a solas.

Un guardia me sacó encadenado a un wippen separado. Al mucho rato de estar solo en ese recinto frio y espeluznante, con mi mente dándome miles de vueltas, sin encontrar salida a mi problema, llegó ella con la intérprete. Me comentó por medio de las rejas que ese día no se pudo realizar la audiencia porque el señor fiscal estaba en otra sala y ella apenas recibía mi endaimen, es decir, el archivo de mi detención. Ella pidió a la señora Juez estudiar con más profundidad mi caso.

En esa entrevista logré explicarle a ella que yo no tenía culpa de este caso, que si era posible me iría hasta juicio. A ella no le sonaba la idea y trataba de explicarme que ir a juicio era muy arriesgado para mí, porque si perdíamos mi condena sería mayor. Además el señor fiscal podría tener pruebas más contundentes de mis actos durante el tiempo que estuve en la calle y eso sí que me perjudicaría y la condena no sería de 15 años que me estaban ofreciendo, sino de mucho más.

Yo le pedí con desesperación que estudiara bien mi caso, y le dije que yo no era nadie para el estado. Por un instante los sentimientos se apoderaron de mí, y algunas lágrimas rodaron por mis mejillas. Ella tras las rejas trato de tranquilizarme poniéndome su mano encima de mi hombro, pidiéndome que me tranquilizara porque eso me hacía más daño.

Yo traté de disimular un poco mi nostalgia, pero todo estaba reprimido dentro de mi pecho y el contacto humano y las palabras de aliento me hacían que desahogara toda mi represión de angustia y de miedo, al irle contando a ella que tenía tres hijos y una madre que me esperaba.

Me dijo que tuviera paciencia que todo esto apenas estaba empezando, y que si era inocente pronto saldría de allí. Todo este drama en vez de tranquilizarme me alteró más mi sistema nervioso.

Yo no estaba obrando bien, tenía un cargo de conciencia que solo Dios y yo sabíamos. Yo había actuado en uso de mis atribuciones conscientemente. Nunca pensé que mis actos me podrían acarrear consecuencias judiciales y no había medido hasta qué grado podrían perjudicarme. Mi mente me daba mil vueltas, seguía incierta mi vida, y mi incertidumbre aumentaba, estaba en manos de la justicia o en manos de Dios.

Al mucho rato me sacaron de allí, otra vez encadenado, devuelta a los buses de la penitenciaria rumbo a esa isla de tormento y de hacinamiento mortal. Ya oscurecía y sabía que tenía que volver a pasar por todo ese suplicio de wippenes, calabozos fríos, y guardias déspotas, con la misión de torturarnos con sus gritos, su maltrato verbal y su tono altanero.

Ya de nuevo en la cama que me correspondía, me recostaba cansado y agobiado sin saber qué suerte me esperaba para el futuro. Seguía pensando mucho en mi familia. Daba lo que fuera por un abrazo de mi madre, mi esposa, o de mis hijos. No sabía cuál sería el futuro de ellos. Los mellizos eran apenas uno adolecentes de 17 años y el menor tenía 11. Mi esposa tenía que actuar de papá y mamá y sería duro para ella llevar sola esta obligación. Todo por mi culpa, por no medir bien las consecuencias. El daño que le causaba a toda mi familia era terrible.

Dios empezaba a ponerme en prueba, mirando los espejos de la vida, viendo con mis propios ojos los errores que cometemos, cuando actuamos mal, cuando la desobediencia vence al bien, cuando nuestros principios los dejamos desviar por la avaricia de unos cuantos pesos que dañan la conciencia y los buenos hábitos. El hombre cae por su propia culpa, sin medir consecuencias catastróficas que afectan a los demás.

Todo se venía a mi mente, parecía que me volvía loco, no tenía como retroceder mis hechos, ya todo era tarde, todo esto era el final. Pero para Dios era apenas el principio, para él no hay final si hay arrepentimiento. Si para el hombre las puertas se cierran, para Dios son oportunidades de puertas abiertas de par en par. Él nos hizo libres, sin cadenas ni grilletes, sin obstáculos ni barreras que nos impidan ser libres. El hombre sin Dios es un jardín sin flores, sin esperanzas e ilusiones.

Pronto me quedé dormido el cansancio vencía mi mente. Volví a quedarme en blanco, no quería despertar para no seguir sufriendo los rigores de la desesperación y la impotencia. Ya, al otro día, volví a ponerme al tanto de mis obligaciones dentro del penal. Casi no salía del cubículo que me habían asignado. Poco me relacionaba con los presos y casi no salía a la yarda o a los sitios de recreación. Solo frecuentaba los horarios de comida 6:30 de la mañana, 12:30 y 5 de la tarde.

¡NO PUEDES ANDAR DE ESPALDAS HACIA EL FUTURO!

“El pasado debería ser un trampolín en vez de una hamaca”.

Nadie puede andar de espaldas hacia el futuro. Aquellos que contemplan el pasado como algo grande, no están haciendo mucho hoy.

El futuro contiene mayor alegría que cualquier pasado que pueda recordar.

“Dios no mira el pasado por determinar su futuro”.

Quienes hablan pronominadamente del pasado, retroceden; los que hablan del presente, se estancan; pero aquellos que hablan del futuro, “crecen”.

No puede tener un mejor mañana si hoy pieza en el ayer. El ayer se fue para siempre y quedo fuera de nuestro control.

Lo que queda atrás es insignificante con respecto a lo que está por delante.

¡El pasado es pasado!

Un encuentro milagroso

A los pocos días noté que en el establecimiento había una capilla católica y empecé a sentir deseos de ir a ese lugar. En esa misma semana me pasó algo que marco mi vida para siempre. Estaba en mi cubículo y eran aproximadamente las 3: PM. Yo encontraba sentado al borde de la cama, pensativo y muy confundido, aun sin saber mi futuro. De repente vi que se me acercaba un individuo de tés blanca, de unos 30 a 40 años. Me saludó muy formalmente y me dijo en español: “¿Cómo se siente?”. En su mirada reflejaba confianza y en sus palabras difundía amor. Yo le contesté, entre asustado y temeroso, con un simple: “bien”. Me pidió que lo dejara acercarse a donde estaba yo. Me miraba fijamente, y con una breve sonrisa, me invitó a orar con él.

Yo nunca en mi vida lo había hecho, sabía y conocía la palabra rezar pues venía de una familia católica, pero orar era extraño para mí. Moví mi cabeza un poco indeciso. Yo aún permanecía sentado. Después de unos segundos estaba de pie frente a este extraño hombre, quien me tomó de las dos manos. Casi hipnotizado, escuchaba a este misterioso hombre invocando al padre celestial de una manera extraña pero agradable. A medida que el invocaba al espíritu santo, mi cuerpo temblaba sin poder abrir mis ojos. Mi boca y mi cuerpo empezaron a estremecerse agradablemente y tuve una sensación de llanto que me devolvió la paz y la tranquilidad, aboliendo el miedo y la inseguridad.

Esto no duro más de 5 minutos. Me pidió que abriera mis ojos. Sentí un cansancio de casi desmallarme. Volví a sentarme en la borde de la cama y él, imponiendo sus manos sobre mi cabeza, me dijo: “descansa”. Esto lo repetía una y otra vez: descansa.

Después se fue alejando lentamente y en segundos desapareció. Apenas reaccioné, salí a buscarlo para hablar con él, y quizás vi cuando se metió a un cuarto distante al mío. Lentamente me fui acercando y para mi sorpresa no encontré a nadie. Una vez despierto de mi aturdimiento, les pregunté a varios presos si habían visto a un individuo con las características de aquel hombre y nadie me dio respuesta de él. Fue así que me mostraron al hombre al que le pertenecía ese cubículo.

Volví a mi sitio correspondiente y me recosté quedándome dormido quizás por una hora. Luego, al despertar, sentí las ansias y el deseo de volver a rezar u orar como me lo había dicho aquel misterioso hombre. Sin pena ni temor, doblé mis rodillas al borde de la cama y traté de invocar a Dios. No sabía que decir, ni cómo hablar con él, pero había algo que me impulsaba a buscarlo o a sentirlo. Este hombre me había dejado anonadado. Yo seguía de rodillas apoyado al borde de la cama pero el sueño y el cansancio me vencieron y volví a recostarme y a quedarme dormido.

Esa tarde no salí a cenar. Me propuse averiguar todos los horarios y actividades de aquella capilla. Me llevé la buena sorpresa de que era dirigida y orientada por una monja católica anglosajona que venía a la isla tres veces a la semana y celebraba la misa cada quince días. También daba clases de inglés a todos los latinos en horarios de la tarde.

Con gran expectativa, me dispuse a anotarme a estas clases y a asistir, en los horarios respetivos, a las ceremonias religiosas que la madre realizaba. Por fin me encontré al frente de esta hermosa madre novicia que, sin hablar español, se daba a dar a entender fácilmente. Siempre tenía a su lado un reo o preso hispano que hablaba bien el inglés y el español, el cualle colaboraba con la traducción de los estudios bíblicos o con las clases de inglés que siempre solía dar. Poco a poco logré entrar al círculo de algunos católicos que frecuentaban las clases y las celebraciones religiosas

Desde las primeras clases que recibí,empecé a encontrar una paz única, me sentía agradable. A pesar de su edad avanzada, de unos 55 o 60 años,brillaba por su nobleza y su espiritualidad. Su nombre no lo olvido aún: “Sister Coneey”. Poco a poco me fue devolviendo la paz, y la tranquilidad. Se convirtió en mi consejera espiritual, sus clases eran muy agradables y cada que celebraba la misa salíamos renovados y cambiados, nuevos como para volver a soportar los maltratos y las incomodidades que los hombres de antimotines nos ocasionaban cada vez que eran ordenados por el súper intendente o director carcelario. Estas órdenes se daban frecuentemente para dar limpieza cuando se rumoraba que alguna trifulca estaba próxima a realizarse entre las diferentes pandillas que se formaban en la cárcel.

Estas órdenes se cumplían muy a menudo, sin importar la hora, o si era de día o de noche. En ocasiones llegaban a los cuartos donde dormíamos 30 o 40 presos, a eso de las 3 o 4 de la madrugada. Hacían sonar duro unos pitos de alarmas y nos gritaban que nos paráramos junto a la cama correspondiente. Desnudos y sin sentir pena ni pudor, nos registraban persona por persona, tirando al suelo nuestras pertenencias, volcando los colchones al suelo sin importar nuestra privacidad o nuestra intimidad. Buscaban objetos corto punzantes o algo que para ellos se convirtiera en un arma.

Eran frustrantes e intimidante estas pesquisas que, como les digo, se realizaban muy a menudo. El castigo verbal de estos hombres para con nosotros era inhumano. Para ellos éramos escorias recogidas en las calles sin ningún valor ante la sociedad. En esta cárcel había dos o tres pandillas, formadas por latinos en contra de los blancos o negros americanos, peleando por raza, color, o poder. Para estos grupos, quien la cometía era castigado o en ocasiones asesinado. A estas pandillas había que evitarlas.

Por lo regular siempre permanecía en mi cubículo, escribiendo las cartas a mi familia o leyendo algún libro que me ayudara a mi espiritualidad. También pintaba en pañuelos que dejaban entrar. Hacíapaisajes, rostros de la imagen del señor Jesucristo, o algo que me entretuviera.El hecho era permanecer solo y no salir a buscar cualquier peligro en las yardas, en los patios o en los gimnasios, donde era que más se concentraban estas pandillas. Sólo salía para asistir a mis clases bíblicas o clases de inglés.

Seguía en espera de otra llamada o cita con el juez. Continuaba la incertidumbre de cuál sería mi final y los días seguían pasando. Tenía algunas noticias de mi familia, gracias a las pocas cartas que me llegaban de mi esposa, mi madre y mis hijos. Las leía una y otra vez encontrando en ellas mi tranquilidad y siempre terminaba hablando solo como si estuvieran ellos presente. Mi hermano Arles se comunicaba conmigo por teléfono y me mantenía informado de todo los pormenores de mi familia, pero nunca me visitaba debido a que era indocumentado y corría el riesgo a que lo detuvieran y lo deportaran.

Mi condena seguía vigente, y yo seguía en pie con lo dicho desde el principio. No podía aceptar tantos años sobre mí, siendo casi inocente era absurdo que yo aceptara todos esos años. Si en verdad había justicia en los EE.UU yo pagaría con gusto mi error y mi travesura de haber jugado con mi vida y con la de mi familia, haciéndome pasar de mula trasportadora por unos cuantos pesos que, al fin y al cabo, no fueron más que incentivo hacía el fracaso.

¡LAS PUERTAS DE LA OPORTUNIDAD DICEN EMPUJE!

“Vuélvase agresivo y busque las oportunidades, tal vez ellas no le encuentren a usted”.

“Mire los grandes problemas; son el disfraz de las grandes oportunidades.”

“La adversidad es suelo fértil, para la creatividad”.

“Cuando Dios se alista para hacer algo maravilloso, comienza con alguna dificultad.”

“Comience con aquello que puede hacer; no se detenga por lo que no puede hacer.”

“Mayores oportunidades y gozo vienen a guienés saben sacar el máximo provecho de las pequeñas oportunidades.”

“Mucha gente parece pensar que la oportunidad posibilita ganar dinero sin esfuerzo.”

“las puertas de las oportunidades dicen: ENPUJE.”

“Rompa esas barreras artificiales, a nuevas oportunidades”

Poco a poco iba conociendo mejor esas instalaciones penitenciarias. Día a día me fui adaptando a las reglas y aprendí a resguardarme de la intolerancia y las malas costumbres de algunos presos que querían amargar la vida de otros. Estos presos buscaban que todos se involucraran en riñas y peleas absurdas, por el simple hecho de demostrar a los demás poderío y posesión.

Cada tanto se formaba peleas y venganzas por estupideces que no eran para tanto. Se lastimaban para hacer ver a la pandilla como la más poderosa de toda la cárcel de Raikers Island. En esa cárcel, muchos dormíamos en un solo salón. Éramos treinta o cuarenta presos vigilados por un solo guardia que se ubicaba justo en toda la entrada de aquel cuarto inmenso. La luz de los reflectores de afuera se filtraba por los grandes ventanales, por supuesto enrejados, dejando visualizar cualquier movimiento dentro del salón.

Una noche, siendo aproximadamente la una de la madrugada, cuando todos estábamos en nuestras camas, vi que se levantó un preso sigilosamente. Agachado, casi arrastrándose, se le acercó cautelosamente a otro preso que dormía y, con una cuchilla de afeitar que sacó de su boca, le cortó la cara. Así mismo se devolvió para su lecho como si nada hubiera ocurrido. Al instante, el herido se levantó con su cara llena de sangre, gritando y llorando por lo sucedido, mientras que el guardia hacía sonar el pito de alarma. Pronto el cuarto se llenó de hombres gigantes de antimotines que despertaron a todos los que dormían. Formaron una trifulca y nos requisaron uno a uno, preguntándonos quien había visto algo sospechoso. Mientras tanto llevaban al herido a enfermería con una herida que seguramente le dejaría una cicatriz enorme e imborrable en su cara.

Debido a este incidente y al ver que nadie hablaba, ni había visto nada, como castigo nos sacaron casi desnudos a unos patios fríos por el resto de noche que faltaba. Eran tratos inhumanos los que sufríamos día a día, como para torturarnos y hacer que las condenas y el establecimiento fueran un infierno. Pronto me di cuenta que estos castigos verbales y sicológicos no podía dejarlos entrar en mi mente, porque me atormentarían por el resto de mi estancia. Sabía que estaba en un infierno, pero tenía que hacer algo para que no fuera tan terrible y eso era estar más ocupado y realizar actividades de bien. Ahí fue cuando me presté para trabajar en la cocina lavando platos, trapeando, y haciendo oficios varios.

Participaba más en la iglesia católica y ayudaba en varias actividades que la monjita Sister Coneey realizaba en su capilla. Pronto se acercaba la navidad y ya eran varios meses que participaba en estas clases bíblicas. Aunque mi caso no había sido resuelto aún porque yo no aceptaba todos esos años que el sr. Fiscal quería imponerme, yo seguía hablando de vez en cuando con la abogada de oficio que me había asignado el estado.

Ya entrado bien el mes de diciembre, para el 25, esta hermosa madre religiosa quiso dramatizar la escena del nacimiento de Jesús junto con la venida de los tres reyes magos. Escogió unos cuantos presos del grupo que veníamos siguiéndola en varias actividades durante el año. Preparó bien la escena, adorno bien la capilla, y disfrazó a algunos de reyes magos. A mí me puso un atuendo similar a la de un cura. Además, nos preparó un poco sobre estos pasajes bíblicos y nos lanzó a la escena final. Por unos instantes, se podría decir que todos olvidamos que estábamos presos. Nos transformó física y espiritualmente y la paz de Dios nos hacía sentir que valíamos mucho para él. Entrabamos mentalmente al interior de nuestras familias para compartir a la distancia una noche buena juntos.

Nos tomó fotos y después nos la regaló para el que quisiera conservarla. Ella se esforzaba para hacer que la vida de los reclusos que se acogieran a ella pasara lejos de tanta violencia y maltrato dentro del penal. Su calidad humana hacía que todos la viéramos, no como una monja más, sino como una madre que se preocupa por sus hijos. Este ser humano lleno de talentos, cualidades, y virtudes, Dios la estaba usando para un propósito individual en cada uno de nosotros. Muchos la recordamos como un ángel en el camino de los descarriados, puesta por la mano de Dios.

Ella nos hacía que el día fuera más corto, utilizaba varios métodos de pedagogía para enseñarnos la palabra de Dios. Las clases que más me gustaban eran cuando nos llevaba a un salón de clases, y en un silencio total, encendía una grabadora, colocándonos una música casi celestial. Cerrando nuestros ojos, hacía que nos concentráramos escuchando el canto de un ave, el sonido del agua, el silencio de un bosque, etc. Mientras que ella con una vos suave y casi angelical iba narrando una historia que nos hacía transportar a nuestros países de origen.

Nos pedía que nos concentráramos en nuestras familias, en nuestros seres queridos y nos hacía pedir perdón a nuestras familias por nuestros actos, a las personas que habíamos ofendido, y a las personas que habíamos engañado. Entrabamos en un completo arrepentimiento con Dios y con nosotros mismos. En ocasiones llorábamos. Otros se quedaban casi dormidos y entrabamos casi en un trance celestial, silencioso, curándonos el alma maltratada por el desorden y los malos hábitos que la vida que llevábamos. Nos estaba enseñando.

Ya después de que ella nos veía bien concentrados y bien profundos en nuestra meditación, suavemente deslizaba sus manos imponiéndolas sobre nuestra cabeza, implorando al espíritu santo que nos librara de todo mal y llenara nuestros corazones de bien y de su espíritu. Estas clases las solía hacer ella cada ocho o quince días cuando notaba que en el grupo había mucha tensión y preocupación. Nos liberaba, y nos sanaba muy hermosamente. Que Dios la bendiga Hermana Sister Coneey, estés donde estés ahora.

¡EL AMOR: LA UNICA FUERZA CREATIVA!

“Despliega amor donde quiera que vayas”. Antes que nada en tu propia casa.

Brinda amor a tus hijos, a tu esposa, a tus vecinos….no permitas que nadie venga, sin que salga mejor y más feliz.

Sea la vida la expresión de Dios; bondad en tus ojos, bondad en tu sonrisa, bondad en tus palabras, bondad en tu cariño.

María Teresa de Calcuta.

¡UN SIMPLE GESTO!

Todo el mundo puede ser grande….porque cualquiera puede servir. No tienes que tener un título universitario para servir.

No tiene que hacer que tu sujeto y verbo se pongan de acuerdo para servir.

Solo necesitas un corazón lleno de gracia.

Un corazón motivado por el amor.

Martin Luther King.

Ya casi cumplía un año en esa isla correccional de Raikers Island de Queens NY. Ya mi condena me la habían rebajado de 15 a 10 años. Yo sequia firme sin aceptar todos esos años. Me sentía culpable por mis actos, mas no era culpable de posesión de toda esa cantidad de droga que me habían encontrado.

El delito más grande que yo había cometido, era haber prestado ese carro que estaba a mi nombre, para que cometieran ese trasteo de alcaloides en el baúl del carro. Yo tenía que seguir firme con mi primera declaración. El taxi se lo había prestado consciente del delito que se iba a cometer, pero este individuo abusó de mi confianza y altero la cantidad supuestamente pactada.

Yo nunca en mi vida había usado drogas, y mucho menos traficar con ellas, mi historial estaba limpio, como estaba limpia mi conciencia. Pero los errores y la confianza me traicionaron. Fui engañado como se engaña a un niño, con ilusiones, regalos, y unas cuantas monedas atrayendo un futuro próspero y alentador de vanidad y poder.

Hoy le doy gracias a Dios por haber aprendido que con fuego no se juega, ni siquiera acercarse a la candela. No vendemos la conciencia, la fe, la paz, y sobre todo la tranquilidad, por unas cuantas monedas que no alcanzan ni siquiera para remediar todo lo perdido. Nadie se prepara para la vida, esa escuela solo existe en la calle, pero tenemos que arriesgarnos y vivirla para contar de ella.

¡SOBRE LOS OBSTACULOS!

“Los obstáculos son las cosas espantosas que ves cuando quitas los ojos de tu meta”.

“El sendero era áspero y resbaladizo. Uno de mis pies resbalo golpeando al otro y sacándolo del camino, ¡pero me recupere!, y me dije: “es un resbalón, no una caída”.

¡El sentido de obligación para continuar está presente en todos nosotros!

El deber de luchar es el deber de todo nosotros,“ciento un llamado a ese deber”.

¿FRACASOS?¡NO!“SOLO RETROSESOS TEMPORALES”.

Poco a poco mi situación iba cambiando, a medida que me acostumbraba al sistema penitenciario. Tenía que adaptarme o sufrir las consecuencias. El estado nada que me solucionaba mi situación. Muchos presos aceptaban sus condenas con tal de salir de ahí y hacer su tiempo en otras cárceles federales o estatales. La presión era mucha y el peligro era constante. Yo no entendía esto, para mi todas las cárceles son iguales, aunque la jaula sea de oro no deja de ser una cárcel. Lo que había que esperar era que el estado primero lo condenaba y luego lo sacaban hacer el tiempo de su condena a otras cárceles asignadas debido al delito que había cometido. Y allí tenía más derechos de prepararse y rehabilitarse ante la sociedad y ser de nuevo libre.

Cierto día me llegó cita con mi abogada. Me sacaron para hablar con ella en Manhattan y supuestamente dice ella que me tenía buenas noticias. Pensé que ya me daban salida y que un milagro se hacía en mí. Llegó la hora de la entrevista y la sorpresa que me tenía no era tan halagadora. El fiscal había considerado rebajar mi pena de diez años a “cinco años a vida”. Yo no entendía esto, pero ella se alegraba dándome esta noticia. A pesar que ella me explicaba de mil maneras esta condena, yo no entendía que eran cinco años a “vida”. Ella despacio volvía a explicarme que yo les hacía cinco años de cárcel y si me portaba bien podía salir con esos años. Y si me portaba mal, el estado me obligaría a hacer un año más o dos, porque tenía vida para hacerlo. Era una buena estrategia para el estado hacer que los presos se portaran bien.

Esta noticia acababa de desgarrar mi alma, para mi cinco años encerrado eran mucho. Yo no soportaría todos esos años sin ver a mi familia, mi madre, esposa, e hijos. Casi la mando pal carajo. Al instante me volví rebelde, y grosero con ella, pues yo no tenía en cuenta mi situación. Pensaba que ella estaba amangualada con el fiscal. Yo no sabía cómo darle a entender que yo era inocente de este delito. Me encerraba en mi propia opinión y no tenía cabeza para razonar todo lo que ella me explicaba. Me dijo que cinco años pasaban pronto y que ya había hecho un año y que si me portaba bien podría rebajar mi condena. Yo le hablé de que quería irme a juicio, pero lo que yo no entendía era que yo tenía rabo de paja. Ella me dijo que si me iba a juicio y el fiscal encontraba algunas pruebas que me comprometieran más con ese caso, mi condena no sería de diez o quince años sino de más. Y me lamentaría después de mi decisión.

Ella no tenía como demostrarle al estado y al fiscal que yo no tenía culpa de esto. Era mi palabra contra el estado que me estaba condenando. Ahora tenía que entender que mi captura era por un delito bien alto y me habían capturado con cien kilos de cocaína en un automóvil de mi propiedad. El cuerpo del delito estaba ahí. Lo que contaba para ellos era que los papeles y tarjeta de propiedad de ese vehículo estaban a mi nombre y yo iba conduciendo ese carro, con eso les sobraba y les bastaba para hallarme culpable.

Yo seguía cerrado y atrancado por dentro, no entendía. Esta doctora de la ley por mucho que se esforzaba explicándome, yo no le aceptaba ninguna razón. Por ultimo me dijo: “vuelva a su sitio, piense y razone todo lo que le he dicho, estudie su posición y luego hablamos”.

¡Si persiste en hacer lo recto, finalmente lo malo y equivocado abandonará su vida!

Pierda menos tiempo preocupándose sobre quien tiene razón, y tome el control de decidir qué es lo bueno en su vida. “no deje que otro decida por ti”.

No puede retirar del banco de la vida, excepto aquello que ha depositado.

Considera las palabras de “John Wesley”.

“Haga todo el bien que pueda”,

“De todas las formas que pueda”,

“En todos los lugares que pueda”,

“En todos los momentos que pueda”,

“A todas las personas que pueda”,

“Mientras pueda”.

¡Haga lo bueno, después haga lo bueno”, y luego haga lo bueno”.

Efectivamente así fue. Me regresaron a mi celda correspondiente y me dispuse a descansar de esa entrevista tan agotadora. Estaba cansado del ir y venir encadenado, sin comer, y fuera de eso del estrés de haber recibido una noticia tan abrumadora, de tener que hacer todos esos años. Me dejaba exhausto, pensativo, sin saber qué hacer, no tenía a nadie para pedirle un consejo, tenía que tomar mis propias decisiones. Aunque le pedía a Dios cualquier dirección, estaba confundido. Cuanto daría por tener a mi esposa, a mis padres cerca para pedirles un consejo o al menos una dirección a mi brújula perdida. Esa noche casi no dormí. Además me habían dado poco tiempo para tomar mi propia decisión, estaba contra la espada y la pared.

Al otro día me levanté temprano pues justo ese día tenía clases bíblicas, y logré la oportunidad de entrevistarme a solas con la hermana Cister Caney, y le pedí el favor que me escuchara, y me aconsejara acerca de qué decisión debería tomar. Le conté toda mi problemática, casi desde el principio hasta el fin. Aunque a ella le tenían totalmente prohibido involucrase con cualquier caso, me vio tan confundido que me explicó muy meticulosamente los pormenores y las consecuencias que podría sufrir si yo me iba a juicio. En verdad tenía una oportunidad en mis manos y no podía desperdiciarla.

Ella me preguntó qué familia tenía y como estaba la relación con todos ellos y con mi esposa. Le dije que todos éramos muy unidos, y con mi esposa estábamos bien. Que debido a este problema, toda mi familia estaba sufriendo. La impotencia y la distancia hacían mi caso más difícil y complejo.

Hablamos mucho rato, creo que hasta Dios intervino en esta gran decisión, porque por medio de esta religiosa, amiga y consejera, logré entender que portándome bien, participando en varias actividades que la cárcel me ofreciera, podría salir en menos tiempo y reintegrarme de nuevo a la sociedad.

Esa misma semana llamé a mi abogada y le dije que había tomado la decisión de aceptar los cinco años a vida que me daba el estado. Me felicitó de nuevo, y me dijo que pronto se contactaría con el fiscal y el juez para citar la fecha de una nueva audiencia.

Mientras tanto me iba preparando sicológicamente para hacer ese tiempo que me faltaba. A Dios le pedía que me mandaran para un sitio donde yo pudiera hacer algo útil y servicial. Yo seguía haciendo mis comentarios a uno que otro preso amigo de la condena que me estaban ofreciendo, y varios no podían creer que el fiscal y el juez bajaran tanto la condena, teniendo en cuenta un delito de tal magnitud. Muchos me decían que yo era un hombre de mucha suerte, o que Dios estaba de mi lado. Yo trataba de portarme bien respetando las reglas y los deberes internos, mantenía mi tiempo ocupado, ya sea ayudando en la cocina, en la capilla, escribiendo las cartas a mi familia, o pintando en lienzos o pañuelos. En fin me entretenía para hacer que el tiempo fuera más corto.

No pasados muchos días, mi abogada me notificó que ya tenía fecha para mi última audiencia. Solo tenía que esperar otros días más y sería mi cita. Por esos días logré contactar a Arles y le conté acerca de la decisión que yo había tomado. El tampoco aceptaba todo ese tiempo. Lloramos por teléfono y yo le aconsejé que se regresara para Colombia pero él no quería. Me decía que allá en Colombia no había mucho que hacer y él quería seguir probando suerte en ese país. Yo me preocupaba mucho por él. Lo había traído a América no por mi gusto, sino porque mi madre me lo pedía cada vez que la llamaba. Me decía que este muchacho la iba avolver loca si no salía para ese país.

Yo le aconsejaba a mi hermano que no se fuera a meter en nada ilícito o en algún problema que ocasionara más daño a nuestra madre y el resto de la familia. Mi hermano desde muy joven añoraba estar en ese país, no estaba de acuerdo con las políticas y costumbres de nuestro gobierno. A pesar que sus raíces son colombianas, y toda su familia está ahí, solo viene a Colombia a pasear y a visitar los que van quedando vivos.

Llegó mi día, era el momento en que estaría frente al juez de nuevo, y ratificaría mi decisión. Volví a salir encadenado y humillado. Ese día me sentía más triste y más solo que nunca, sin nadie a mi lado que me deseara el bien, o que me bendijera al menos. A pesar de que mi madre, desde la distancia, oraba todos los días por mí, no la tenía a mi lado, y mucho menos a mi esposa. Solo tenía en mi mente y en mi corazón a Dios; mi único consejero y amigo, el que me daba las fuerzas y los ánimos para enfrentar mi realidad, el ser que no abandona, ni engaña, el omnipresente para todo aquel que lo invoca y lo llama de corazón, era mi único amigo y fiel compañero.

“Agarre el toro por los cuernos, y lo dominara”.

¡No todos los obstáculos son malos, es más, el obstáculo es el disfraz preferido de la oportunidad!

“El apóstol pablo dijo: estamos atribulados en todo”, mas no desesperados, perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos”.

“Las pruebas son una ocasión para crecer, no para morir”. “Los obstáculos lo hacen conocerse así mismo”.

En medio del problema algunas personas desarrollan “Alas”; mientras se compran “Muletas”.

¡Cuando Dios está de su lado!, él le ayuda a enfrentar el problema, aun cuando no le guste lo que ve.

No mire a Dios solo a través de su circunstancia; mire sus circunstancias a través de “Dios”.

¡Su problema es ascender!

Llevaba más de dos horas esperando en esos wippenes, cuartos fríos y estresantes. Me acompañaban varios presos que también estaban esperando solucionar su situación. Todos estaban ahí por delitos diferentes y pertenecían a diversos países. Así como yo, por una u otra razón, estaban apartados de la sociedad. Debido a la variedad de idiomas, solo nos mirábamos y poco se hablaba. Estaba la barrera del idioma de por medio. Nadie se interesaba por la otra persona, con su problema le bastaba y sobraba como para estar averiguando por el otro.

Yo me había ubicado en un rincón acurrucado, pensativo, preparando mentalmente mi defensa. En caso de que el juez me interrogara, mi abogada me había dicho que solo respondiera lo que él me preguntara.

En varias ocasiones, uno que otro preso que estaba conmigo llamaba al guardián para que lo sacara a un baño, y al mismo tiempo gritaba que cual era la demora para ver al juez. La paciencia de muchos se agotaba, y no era para menos. El solo hecho de estar encerrados en esos cuartos mal olientes y fríos sacaba de quicio a cualquiera.

La presión sicológica era demasiada. El estado tenía todo preparado para que el que la debía la pagara, fuera como fuera. Al mucho rato de estar allí, me tocó el turno. Me llamaron por mi nombre y me sacaron encadenado. Me llevaron por esos pasillos amplios del palacio de justicia hasta llegar al tribunal que me correspondía.

Cuando llegué a la sala principal, me encontré de nuevo con la sorpresa de ver tanta gente sentada a un costado, y al frente al señor juez, rodeado quizás del fiscal, de algunos sicólogos, y de todos los testigos del jurado.

Al instante vino un aguacil y me quitó las cadenas, dejándome solo las esposas en la mano. A un lado se hizo mi interprete, y al otro lado mi abogada. Al instante el señor juez dio inicio a la sesión, recordándome de nuevo mi captura con fecha y hora, y el porqué estaba detenido. Mi intérprete todo me lo iba repitiendo.

Volvía a correr el frio y miedo por mi cuerpo, mi boca se tornaba seca y amarga, la adrenalina y el temor invadían mis nervios y todo mi cuerpo, me volvíaa sentir más solo que nunca. De repente volví a alzar mis ojos hacia lo alto del estrado y encontraba de nuevo aquel cuadro donde la palabra Dios resaltaba. Aunque estaba escrita en inglés, me resultaba fácil de comprender: “GOD AND FREEDOM”: Dios y libertad. A un lado del juez la bandera de los E.E.U.U. Y LA DE NY. El señor Juez iba repitiendo todo lo de siempre en una corte.

Yo invocaba a Dios todo poderoso en mi mente para que me ayudara e intercediera por mí en estos momentos. Yo no lo conocía bien, pero a mis 40 años y tanto trascurrir pa’ arriba y pa’ abajo, sabía que existía un Dios pero nunca lo había invocado o quizás nunca lo había necesitado tanto como en este momento.

Me sentía solo sin saber que decir ni qué pensar. Lo que la monjita me había enseñado no era tan profundo, ni suficiente, como el conocimiento que tengo ahora. Me faltaba pasar por más pruebas para conocer mejor a Dios, pero ahí iba buscando su camino.

El Juez seguía mirándome por encima de sus gafas pequeñas. A medida que iba hablando había otra persona que escribía todo lo que él decía. En esa minuta quedaba escrito todo, por si había que retroceder algo o guardar en los archivos. El Señor Juez rectificó de nuevo mi nombre, mi dirección, mi edad. El corroboró todo mi currículo, hasta que por ultimo me leyó todo mi expediente, desde la hora de mi captura hasta la hora presente.

Yo tenía que ir afirmando todo lo dicho por él, hasta que por ultimo me leyó mi sentencia y dijo: “La corte penal de los E.U. de América, el Señor Fiscal, y el jurado presente, lo hallan culpable por posesión de drogas prohibidas por el estado federal de los E.U. de América y le imponen una pena de cinco años a vida”.

Hubo unos segundos de silencio, y volvió y me preguntó: ¿el condenado acepta la sentencia ordenada por la corte? Mi intérprete lentamente y en baja voz me iba repitiendo todo lo que el Juez decía. Mi abogada me miró muy fijamente, lo que al mismo tiempo todo el jurado de la sala.

Tomé un poco de aire y casi con voz entre cortada dije: ACEPTO. Inmediatamente el Juez volvió a preguntarme: “¿Tiene el acusado algo para decir acerca de su sentencia?”. Me incorporé un poco y casi con voz firme dije: “DOY GRACIAS A DIOS Y A LAS AUTORIDADES AMERICANAS DE QUE ME HAYAN CAPTURADO CON ESTAS DROGAS ANTES DE QUE CAYERAN EN VERDADERAS MANOS CRIMINALES”. El señor Juez seguía mirándome por encima de sus gafas, y en fracciones de segundos, cogió el “mazo” e hizo dos golpes sobre la mesa y dijo: “GOOD” cerrada la sesión.

Yo seguía inerte frente a todo esto. Toda la gente se paró e iba saliendo. Muchos murmurado, no sé si a bien o a mal, pero todo esto era el final. Mi abogada me palmoteó el hombro y me dijo: “MUY BIEN”. Yo no entendía nada de lo que pasaba. Volvieron a sacarme de la corte de Manhattan rumbo a la isla y en menos de ocho días me estaban llevando a otra cárcel fuera de NY.

Mi salida de Raikers Island no resultó muy extraña para mí, porque ya había visto durante todo un año como entraban y salían presos para otras cárceles. Debíamos dejar todas nuestras pertenencias, con excepción de la santa biblia. Este sagrado libro era intocable. Los guardias podían manipular las biblias para revisar que no guardaran nada, como cuchillas u objetos corto punzantes. Pero no podían prohibir a ningún reo o detenido que conservara su biblia, porque la palabra de Dios es sagrada y respetada, tanto en las leyes Americanas, como en cualquier parte del mundo.

Lo que más me preocupaba era que Arles, no sabía el día ni la hora, ni para donde me trasladarían. Tenía que esperar que yo lo volviera a llamar y así explicarle donde estaba.

¡UN CREDO PARA LOS QUE HAN SUFRIDO!

“Pedí a Dios fortaleza para que pudiera triunfar”.

R/ ¡Me dio debilidad para que pudiera aprender a obedecer humildemente!

“pedí salud para que pudiera hacer grandes cosas”.

R/ ¡Me dio enfermedad para que pudiera hacer mejor esas cosas!

“pedí riquezas para que pudiera ser feliz”.

R/ ¡Me dio pobreza para que pudiera ser sabio!

“pedí poder para que pudiera tener elogio de los hombres”.

R/ ¡Me dio debilidad para que pudiera sentir la necesidad de Dios!

“Pedí todas las cosas para que pudiera disfrutar de la vida”.

R/ Me dio la vida para que pudiera disfrutar de las cosas…. NO conseguí nada de lo que había pedido, sino todo de lo que había esperado. Casi a pesar de mí mismo, mis oraciones no elevadas fueron contestadas.

¡SOY ENTRE LOS HOMBRES EL MÁS AFORTUNADO!

Quienes dicen que no se puede hacer, no deberían interrumpir a los que lo están haciendo.

Ese día salimos dos buses llenos, pertenecientes a la misma cárcel, de diferentes patios y diferentes casos. Nos encadenaron de dos en dos, sujetándonos del pie derecho y la mano derecha con cadenas y esposas. Cada vez que teníamos que movernos teníamos que hacerlo en conjunto y dar siempre el paso al mismo tiempo. La persona que me tocó a mí era un joven puertorriqueño de unos 20 años. En su rostro se le notaba la rabia, el descontento, y a pesar de su corta edad, se notaba que ya estaba pasando por problemas de adultos mayores. Quizás llegó a esta situación por falta de afecto, amor, y comprensión familiar. Tenía en su cuerpo lleno de tatuajes, como tenía marcada quizás el alma por su comportamiento y el hecho de creer que en la calle todo lo tenía.

Traté de ser amistoso con él, pero seguía con elceño fruncido, como queriéndome decir “ni me hables”. Con mucha dificultad nos subieron al bus, de dos en dos. Teníamos que coordinar bien nuestro movimiento. Los gritos y los malos tratos no cesaban, era el pan de cada día. Por ultimo ya todos estábamos en los puestos correspondientes, los dos buses estaban listos para partir, cada vehículo estaba súper vigilado y asegurado por cuatro guardias.

Teníamos que hacer un silencio casi sepulcral. La adrenalina y el miedo volvían a invadirme todo el cuerpo. La incertidumbre y el temor me abrazaban. Era desconocido para mí el lugar hacia donde me llevaban. Nadie sabía ni para dónde íbamos. Eran quizás las diez de la mañana y desde muy temprano nos tenían en esta preparatoria de traslado. Lo que había desayunado era muy poco, creo que ahí empecé a enfermarme del páncreas, por las deshoras de los alimentos y mi angustia del encierro.

Por fin salimos, custodiados muy rigurosamente. No permitían que habláramos el uno con el otro. Rápido cogimos carretera estatal saliendo del condado de Queens hacia un rumbo desconocido. La incomodidad y el cansancio nos iban venciendo y muchos nos quedamos dormidos por largos ratos. Ya entrada bien en la tarde, con muchas horas de recorrido, unos guardias nos repartieron un emparedado mal hecho de pan y jamón, acompañado de un jugo de caja de varios sabores, como para que amortiguáramos el hambre y la sed. Todos comíamos incomodos con una sola mano, ya que la otra estaba sujeta al compañero de puesto, que en mi caso seguía serio y ni siquiera me dirigía su mirada.

Empezaba a oscurecerse y aún no llegábamos a nuestro destino. Pronto el bus cogió otro rumbo, y nos acercamos a una cárcel que, por la infraestructura que tenía, parecía de máxima seguridad, donde seguramente la vigilancia era más rigurosa y el trato más estricto e imponente. Allí nos bajaron a todos y recuerdo que empezó a llover.

Una vez adentro de la cárcel, nos fueron quitando las cadenas y las esposas, y rápido nos fueron distribuyendo uno a uno en diferentes celdas. A mí me correspondió una celda sola, sin cobija, ni almohada, donde las rejas se habrían automáticamente, y el cuarto era bien estrecho y mal oliente. Sentía mucho frío, tanto que estaba mojado como el miedo que estaba dentro de mí. Yo todavía usaba ropa pública como la que se usa en la calle, ya que en Raikers Island no uniformaban a nadie. Esa tarde o casi noche, me trajeron comida. Sentí que deslizaron una bandeja por debajo de un orificio de la reja, sin palabras ni aviso. Era tanto el hambre que no discriminaba aquel alimento, a pesar que era algo mal servido y mal sazonado, sin reparo alguno me lo comí.

El cuarto tenía un inodoro apestoso junto a la cama. No provocaba hacer ninguna necesidad en él, pero mi vejiga estaba llena y no aguantaba más. El olor se alborotó y peor fue mi desgracia. No soportaba estar allí y sentí que mi castigo se hacía más inminente. El ambiente era tétrico: las paredes estaban ralladas de grafitis de extremo a extremo. Había muchas frases en inglés, dibujos y expresiones de sectas satánicas que poco entendía. También había imágenes pornográficas y nombres en inglés dentro de corazones partidos. En medio de todo esto había una que otra frase en español que tampoco entendía muy bien. Además, no podía comprender como algún hombre había escrito la palabra DIOS en medio de tan bajas expresiones.

Ahí duré casi tres días. Nunca me sacaron a tomar el sol ni a respirar aire libre. Después me trasladaron para otra cárcel y me di cuenta que nos habían llevado a esa cárcel de máxima seguridad solo de paso y con el objetivo de atormentarnos y castigarnos sicológicamente. Esa era la estrategia de las cárceles americanas, seguramente para debilitarnos. Todo eso era horrible pero yo seguía firme y aferrado a Dios.

Me llevaron a otra cárcel más al sur, llamada: “Oneida Correccional Facility”. Estas instalaciones eran más accesibles. La presión sicológica iba bajando al igual que mi estrés. Esta cárcel estaba diseñada para programas educativos y atención mental. Especialmente estaba llena de jóvenes que empezaban con el uso de drogas y estupefacientes en su cuerpo. Sus condenas eran de pocos años y los rehabilitaban con muchos programas y medicina especializada para estos casos de drogadicción. Cuando ya estaban aptos y descontaminados, les daban salida. Algunos seguían delinquiendo y volvían a internarlos en estos centros, con drogas más fuertes que les quemaban totalmente las neuronas, quedando muchos desjuiciados.

Para mí todo esto seguía siendo una cárcel. El solo hecho de estar vigilado las 24 horas y tener que cumplir estrictas reglas internas lo decía todo. Tampoco podía comparar esta cárcel con las otras en las que ya había estado. Allí me recluyeron por tres meses. Lo bueno era que los cuartos no tenían rejas. Parecía una casa de retiro aunque obviamente vigilada y con estrictas reglas. Tenía grandes bibliotecas y mucho espacio libre para hacer recreación.

Por esos días acostumbraba escribir demasiadas cartas a mi familia, contándoles paso a paso todo lo que me iba sucediendo. Creía que de esa forma los mantenía enterados y al mismo tiempo me hacía la idea de que los tenía cerca. Una noche no podía dormir porque me arrastraban los recuerdos.

Eran pasadas las doce de la noche y todos dormían. Me llegó a mi mente un recuerdo antiguo muy doloroso y tormentoso, de una tragedia que sacudió a toda mi familia, especialmente a mis padres. Uno de mis hermanos, que en ese entonces tenía ocho años, fue atropellado por un camión en la variante o vía expresa de Zarzal.

Esto había sucedido cuando yo tenía escasos siete años. Me invadían los recuerdos y una fuerza interior me obligaba a sentarme a escribir. Cogí un cuaderno que había adquirido para arrancar hojas cada vez que escribía una carta a mi familia y empecé allí a escribir esos recuerdos que inundaban mi mente. Algunos eran travesuras y vivencias de niño y otros algunos momentos amargos que viví.

Por allá por los años 60, desde mi pueblo de infancia, Zarzal Valle, me llegaban los recuerdos con mucha claridad. Empecé a escribir y a plasmar todo en ese cuaderno. Paso a paso le fui dando forma a una historia de recuerdos y vivencias que hoy se encuentra plasmada en un libro titulado “De La Oscuridad A La Claridad”. Ese primer libro es un recorrido biográfico por los episodios más significativos de mi infancia y gran parte de mi vida adulta. En ese libro cuento cosas de mi familia, de mis hijos, y de mi primer viaje a Estados Unidos.

Este libro que ahora escribo también está basado en las anotaciones hechas en la cárcel, pero sólo se enfoca en los hechos que tienen que ver con mi último viaje a Estados Unidos, mi detención y el tiempo vivido en prisión.

Era impresionante la ansiedad que me daba por escribir y escribir, casi sin parar. Esa noche escribí hasta muy avanzada la madrugada, casi sin tachones ni equivocaciones. Al otro día después de hacer mis obligaciones cotidianas, volvía a coger ese cuaderno y empecé ansioso a escribir, no quería dejar escapar algunos bellosrecuerdos que iban llegando a mi mente. Esos tres meses no los sentí en aquel reclusorio de Eneida Correccional, hasta que llegó el día de mi traslado para otra cárcel llamada “MOHAWK CORRECIONAL”, cerca de Virginia, más exactamente en Lofton City.

Ahí pude llevarme el cuaderno con mis escritos y algunas otras pertenencias que ya había adquirido. Esta correccional tenía casi igual garantías que la otra, a excepción de que ahí nos daban dotación de ropa, pantalón y camisa color verde y una camisa blanca para asistir a las ceremonias de la iglesia o para atender las visitas de los domingos, si es que las tenía. Ese era el último sitio al que me trasladarían y en el que yo pasaría a hacer el tiempo que me faltaba, por supuesto si me portaba bien.

“Busque primero a Dios, y las cosas que quiere lo buscaran a usted”.

¡El éxito no está en alcanzar la meta”, sino en apuntar a la meta que uno debería alcanzar.

“Haga aquello que Dios le manda”, y él se encargara del resto.

¡El ser humano es gracioso!; gasta dinero que no tiene!, en comprar cosas que no necesita, para impresionar a personas que no quiere.

“La alegría no es una recompensa”, ¡ es una consecuencia!.

“El sufrimiento no es una condena”, ¡ es un resultado!.

Jesús nunca enseño a los hombres como ganarse el pan, el enseño como vivir.

Deberíamos trabajar para crecer, y no para acumular.

“Haga lo mejor que pueda hacer, y deje los resultados a Dios.”

Empecé a conocer mejor ese establecimiento, notaba que había mucho latino y entre ellos muchos paisanos. También había anglosajones mezclados con uno que otro europeo. Era un verdadero encuentro de personas provenientes de diferentes lugares del mundo, en un lugar donde el hombre cae por el peso de su propia avaricia y ambición. Dios nos enseñó cómo vivir, pero el hombre tuerce su camino.

Guardé muy bien la ropa que traía desde mi inicio, pues esta dotación la hacían casi cada seis meses. Tenía que mantener aseado y bien limpio, era una de las exigencias y reglas de la cárcel. Esta correccional estaba dotada de todo lo necesario para un recluso, tenía escuela para las personas totalmente analfabetas, canchas de futbol, gimnasios bien dotados, hospital para los enfermos terminales de sida y otras enfermedades, iglesia católica, cristiana, y musulmana, entre otras sectas religiosas. Todo esto era respetado por las autoridades y leyes americanas. Había libre albedrío.

Yo seguía escribiendo en mi cuaderno, me pasaba horas enteras dejando que los recuerdos fluyeran en mi mente, por ratos cerraba mis ojos, me concentraba al máximo e iba atando cabos del pasado, vivencias de mi familia, y mi adolescencia. En estos cuadernos escribía hasta como me había enamorado por primera vez, y cuando y como me casé con mi novia que ahora sigue siendo mi esposa, mi amante y mi amiga. Estas vivencias iban cogiendo forma interesante como para formar un libro. Pensaba muchas cosas sobre esto, me daba a la idea que cuando saliera de allí, lo terminaría y lo haría empastar hasta formar un libro, para que toda mi familia, mis hijos, nietos y amigos, lo leyeran y se dieran una idea de lo malo que es desviarse del bien y dejarse engatusar de la avaricia, el facilismo y las cosas que el mundo ofrece.

El tiempo iba pasando, a veces el encierro se convertía en mi amigo, otras veces en mí peor enemigo, más que todo cuando me entraba la nostalgia de mi soledad. Me encerraba más en escribir que en hacer otra actividad.

Seguía buscando a Dios de cualquier forma, no dejaba de asistir a la iglesia cristiana, que era allí donde más me reconciliaba conmigo mismo y pedía perdón a Dios por todas mis faltas. En esta correccional me propuse buscar más de él, leía constantemente la biblia y aprovechaba a mis amigos que estaban más avanzados en la palabra que me explicaran algo que yo no entendiera.

La iglesia católica en este establecimiento no llenaba mis expectativas, ni la sed para buscar de Dios, notaba que no había buena empatía con los feligreses, ni la forma en que se celebraban las ceremonias me parecía poco agradable. No sé qué me pasaba. En cambio, la iglesia cristiana pentecostés era dirigía por un preso ecuatoriano a quien Dios le había dado mucho entendimiento para discernir la palabra.

“TODOS PUEDEN HACER ALGO”.

“la diferencia básica entre un hombre ordinario y un guerrero”.

“Es que, un guerrero lo toma todo como un desafío”; mientras que un hombre ordinario toma todo como una bendición o como una maldición.

“Experiencia no es lo que sucede a un hombre”.

“Es lo que un hombre hace con lo que le sucede.”

¡SABIDURIA ELECTICA!

´´Esta vida es una prueba´´

´´Solamente una prueba´´

¡Si hubiera sido una verdadera vida, hubiera recibido instrucciones más completas sobre a donde ir y que hacer!

Meses más adelante acepté a cristo como mi verdadero señor y salvador. Fue mi mejor opción, al estaren este verdadero infierno. Ponía mi tristeza en gozo, y en los momento que me encontraba con el Señor olvidaba todos mis sufrimientos y angustias.

No podía soportar, de ver y oír tantas atrocidades que el hombre hacia y decía en esta cárcel, donde supuestamente era una correccional que traían a las personas para corregirlas y hacerlas volver a la sociedad, sin vicios y con otra cultura más útil para la humanidad. En ocasiones me sentía confundido, pero lo que si tenía en claro era que tenía que hacer las cosas bien hechas y caminar bien por estas sendas del vicio y soledad.

Fue una experiencia inolvidable, el hecho de encontrarme con cristo nuestro señor y cambiar mi vida fue hermoso.

Mi consejo para toda mi familia, amigo, conocido, que están leyendo este libro y quizás están pasando por situaciones similares o peores que yo, es queno se aparten de buscar a Dios. Búsquenlo de corazón a la manera que a ustedes les parezca. Él es el único que puede ayudarlos, sea el problema que sea.

Lo mío no fue nada, a comparación de otros casos que yo vi. Yo fui testigo de que Dios los cambió y los sacó de ese fango de desesperación, de esas profundidades del vicio y la maldad. Llámenlo de corazón que él les responde, no se dejen creer del hombre, ni del dinero, mucho menos de las drogas o del vicio, nada llena el corazón sino Dios, el perdona lo incorruptible, el levanta al caído, perdona y olvida lo malo, lo coloca sobre roca fuerte. Pero hay que tener fe, paciencia, y humildad, esperar en él, pues él sabe la hora y el tiempo preciso. “Si conocieres la verdad, la verdad os hará libres”.

¡No conseguí nada de lo que había pedido, sino todo lo que había esperado. Casi a pesar de mi mismo mis oraciones no elevadas fueron contestadas!

“SOY ENTRE LOS HOMBRES EL MAS RICAMENTE BENDECIDO”

“QUIENES DICEN QUE NO SE PUEDE HACER, NO DEBERIAN INTERRUMPIR A LOS QUE LO ESTAN HACIENDO”

Muchos seres humanos han escrito y han dicho que Dios no existe, que ellos estuvieron hundidos, caídos y desesperados, lo invocaron en medio de sus crisis y no lo hallaron. Pero yo les pregunto: ¿Cómo lo invocaron?, ¿Cómo lo llamaron?, ¿pusieron sus corazones contritos y humillados?

Dios ama el corazón humillado, el examina nuestros sentimientos como el hombre examina el oro. Él nos pone a pruebay examina nuestra fe, a Dios nada ni nadie lo puede engañar, a él le gustan los retos y los desafíos. Por eso amigos y familiares tenemos que ser conscientes y admitir nuestros errores. Dice la palabra, que Jesús será nuestro abogado el día de nuestro juicio final.

Mis palabras de consejos para mi familia, lectores y amigos.

“Sea la persona que Dios quiso que fuera.”

“No se conforme con menos.”

“No mire hacia tras.” “Mire hacia delante.”

“y decida hoy dar el paso para afianzar el plan de Dios en su vida.”

¡NO ME AHORQUES!, “ABRAZAME.”

Necesitamos cuatro abrazos al día para sobre vivir, ocho para mantenimiento, y doce para crecer. El plan de Dios es perfecto.

“Si hay luz en el alma, habrá belleza en la persona.”

“Si hay belleza en la persona, habrá armonía en el hogar.”

“Si hay armonía en el hogar, habrá orden en la nación.”

“Si hay orden en la nación, habrá paz en el mundo.”

Ya pasados los dos años, me fui acostumbrando a la rutina y al día a día de esta correccional. Mientras otros presos hacían deporte, gimnasio, y mucha recreación, yo escribía y escribía. Ya había llenado dos cuadernos de cien hojas tipo carta,a mano alzada. Me entretenía en uno que otro curso que la cárcel nos ofrecía, cursos de inglés básico, cursos de VIH. El que más me interesaba era el de dibujo arquitectónico, que lo daba un ingeniero civil pagado por el gobierno americano. En este me destacaba más, debido a mi experiencia de tantos años en la construcción, y obras civiles, en mi país, como en el mismo NY.

Dios empezaba a hacer su obra moldeándome a su forma y a su gusto. Yo me dejaba guiar porque era mi única salida, no podía luchar contra la corriente, y esta oportunidad no la podía desaprovechar así mis compañeros me hicieran bullying por mi actitud y mi comportamiento.

Naturalmente, en algunas ocasiones me deprimía y todo el sistema carcelario me oprimía. Pero ahí estaba él, levantándome y apoyándome, moral, física, e intelectualmente. Iba poco a poco discerniendo y aprendido la palabra con la ayuda de mis pastores, y miembros de la iglesia. Aprendí a tener hábitos de costumbre en todas mis mañanas, a darle gracias a Dios y leer un pasaje bíblico aferrándome a sus mandatos y costumbres. Esto lo tomaba como si estuviera pagando el ejército militar. Aunque muchos amigos y especialmente mis compatriotas me hacían bullyíng. Me decían: “A quien vas a engañar, todos los que caen a una cárcel si no se la pasan llorando, es con una biblia bajo el brazo ocultando una falsa o nueva identidad”.

Esto me lo decían porque yo no les aceptaba seguir el ritmo que ellos llevaban y querían seguir llevando cuando salieran de allí: delinquiendo, usando drogas, etc. Yo tenía mi propósito bien claro, le había pedido a Dios que cambiara mi vida. Yo reconocía que le estaba haciendo daño a mi propia familia, y a mí mismo, especialmente a mi esposa e hijos. Yo le prometí a Dios llorando que si me sacaba de este encierro, yocambiaría mi forma de vivir, respetaría a mi esposa en toda la expresión de la palara, a mis hijos los amaría con todo el corazón y les pediría perdón a mis padres por el sufrimiento ocasionado. No me importarían las burlas ni el bulín que me hacían en esa cárcel. Yo estaba en mi propósito y ponía toda mi fe en Dios.

¡CREA EN SEIS COSAS INPOSIBLES ANTES DEL DESAYUNO!

La primera hora de la mañana es el timón del día.

Nunca empiece el mañana en punto neutro.

Las tareas retrasadas son el deleite del diablo.

La clave de su futuro esta oculta en su enfoque diario de la vida.

Si Dios le ha llamado, no mire atrás para ver quien le sique.

No viva indiferente, como si Jesús no hubiera hecho nada por usted.

Satanás tiembla cuando ve al cristiano más débil tomar la ofensiva.

El desayuno de los campeones es la oración temprana en la mañana.

Lleve a Dios desde el inicio de la “escena” y siempre finalizara fuerte.

Empiece bien el día, y nunca mire atrás.

El consejero mayor

Amigo lector, quizás este libro es uno más de los muchos que has leído, pero si tienes algún problema o alguien de tu contorno tiene algo parecido, no vacile en hacer y decirle que hay que adquirir hábitos, y creer internamente que existe un Dios. No podemos ser masones sin haber experimentado una realidad a nuestra vida. Cuando tenemos en quien creer, y depositamos nuestra fe, con una fuerza interna que sale de lo más profundo de nuestro interior, con una convicción intima, obtendremos resultados, que no vemos quizás en el momento, pero que son respuestas positivas de que pronto tendremos lo que esperamos.

La oración es la amiga fiel, que nos lleva hacia lo más íntimo con Dios y vence cualquier asecho del enemigo. Por ejemplo: si coges un hábito de leer aunque sea un versículo diario de la biblia, y ojala lo hagas en la mañana, tu vida transitará libre y eficaz, porque has puesto tu confianza en Dios y no en el hombre. “Satanás tiembla, cuando ve al cristiano más débil tomar la ofensiva”. Los hábitos buenos junto a una memoria fresca sin dolor ni angustia traen resultados positivos con el tiempo. No pierdes tiempo, búscalo ahora que puedes, quizás mañana sea tarde.

Ya en esa cárcel de Mohawk correctional, había adquirido varios amigos. Todos hacían el propósito de hacer su tiempo que les faltaba de la mejor manera. Esquivaban cualquier riña o pelea que se formara dentro de la cárcel. Se notaba la diferencia de grupos pacifistas con aquellos pendencieros, que no tenían a Dios en su corazón y que les gustaban los problemas y las riñas.

Los sicólogos y grupos de médicos especialistas que nos atendían durante el tiempo que estábamos recluidos, valoraban nuestro comportamiento y actitudes anormales y así calificaban a las personas aptas para salir y enfrentar de nuevo a la sociedad. Allí conocí a un italiano joven, entre otros, con el que hice amistad fácilmente y compartíamos nuestras culturas sin egoísmo ni diferencia. Un día que salimos a distraernos en la yarda o patios verdes, me quiso hacer una pregunta pidiéndome primero escusassi me ofendía por ello. Me preguntó por qué nadie venía en los días de visita, mientras que el 90% de los presos tenían visitas. Él no podía creer que yo estuviera solo en ese país. Yo tenía a un hermano cerca, pero indocumentado y era imposible que se acercara a la cárcel. Quizás me tenía consideración por esto, pero yo le decía que Dios era mi amigo y me visitaba cada que yo lo invocaba. Además yo escribía muchas cartas y de vuelta recibía lo mismo. Este amigo europeo, al escuchar toda mi historia y el porqué había caído preso, hizo memoria y, como él tenía más tiempo recluido, recordó que había escuchado en la televisión una noticia parecida a mi caso. Que no mucho tiempo atrás, habían capturado a un sujeto apodado “el taxista millonario”, por haberle encontrado una maleta con cien kilos de cocaína en el baúl de su taxi. Yo me quedé perplejo, e impresionado, al escuchar de este hombre este comentario. Sabía todo mi prontuario, estando el encerrado antes que yo.

Para corroborar y testificar con hechos más exactos, me invitó a que fuéramos a la biblioteca del penal, donde había dos computadores disponibles, para cualquier preso que supiera manejarlos, y bajar por internet, cualquier caso o consulta de su hacinamiento. Para esto había que pedir cita previa con anterioridad. Este individuo era un hombre versado e inteligente, que por problemas de la vida, había caído preso como cualquier ser humano que no está libre de una desgracia similar.

Esa misma semana se solicitó el permiso para poder tener acceso a estos computadores, y en menos del tiempo esperado, estábamos investigando mi caso. Leía, hablaba, y escribía bien el inglés. Buscó pronto por internet todo mi prontuario, y apareció mi caso, con día fecha y hora, ocupando las primeras páginas del diario New York Times, y algunas emisoras del condado de Queens. También encontró que me habían colocado un “Alias”: “El Taxista Millonario”, pero mi foto no aparecía por ningún lado. Al ver y leer estas noticias, me apenaron, y bajó mi auto estima, pues estaba inocente de cómo me habían anunciado, y como se habían enterado todos mis amigos y conocidos que había hecho en tiempos atrás.

Este amigo Italiano iba leyendo poco a poco cómo fue mi captura, y yo corroboraba si era cierto o no todo lo que decían allí. Mucha parte de estas noticias eran falsas, ya que me involucraban con el cartel de los Rodríguez por ser del Valle del cauca y vivir cerca de Cali. Cosa que nunca participé, ni conocí este cartel personalmente, sino por noticias y periódicos colombianos. No uso ni use drogas, mucho menos las conozco, y nunca he tenido contacto físico con ellas.

¡USTED ES UNA BOLSITA DE TE, NO VALE MUCHO HASTA QUE A PASADO POR AGUA CALIENTE!

¿Ha fracasado o cometido un error alguna vez?

El hecho de que haya fracasado es prueba de que no es un producto terminado.

Los fracasos y los errores pueden ser un puente y no una barricada para el éxito.

Nadie ha logrado el éxito notorio sin haber estado en algún momento al borde del desastre.

Si ha intentado hacer algo y ha fracasado, está en mucha mejor posición, cuando tiene éxito.

El éxito consiste en levantarse solo una vez más que el número de caídas.

La mejor manera de seguir avanzando después de un fracaso, es aprender la lección y olvidarse de los detalles. Así que permanezca en la lucha al sentir el golpe peor; cuando las cosas parecen empeorar, “no hay que renunciar. Sino perseverar”.

“Su éxito está escrito sobre un fracaso del pasado”

Este compañero Italiano, Fausto Rossi, se metió más profundo a mi endaimen y leyó todo mi expediente, y toda la sentencia que había cerrado el Juez, para luego condenarme. Al ir leyendo en inglés toda esta retahíla que hacen y escriben en los juzgados penales, este ciudadano se daba cuenta que había muchos errores, tanto en mi captura, como en mi condena. No sé cómo él interpretaba todo esto, pero a medida que leía su gesto en el rostro lo decía todo, como cuando engañan a un niño por no saber bien de derecho y de la rama judicial. Él me explicaba con su poco español que habían cosas que él no entendía: ¿Qué por qué me acusaban, de una posesión de drogas, que no eran mías? Yo trataba de explicarle paso a paso, y volvía a repetirle cómo me habían involucrado en este caso tan absurdo e increíble, para haber terminado con tan poca o mucha condena.

Al fin y al cabo ya era tarde para apelar y retroceder mi caso. Sin embargo, Él veía factible mi salida pronto de este infierno, si yo aceptabami deportación. Fausto Rossi empezó a interrogarme como un buen abogado. Aunque no lo era, tenía mucho conocimiento de todo esto. Por ultimo me preguntó si yo tenía papeles legales, como residente o permiso de trabajo, para entrar y salir del país. También le conté como entré por primera vez a los EE.UU. y cómo me dieron los papeles de residente. Por ultimo me preguntó si yo quería volverme para Colombia cuando terminara mis cinco años de condena. Yo le decía que no volvería a pisar estas tierras americanas nunca más.

Por último, Fausto me preguntó si yo le permitía escribir a emigración, pidiendo mi deportación a Colombia. Esto consistía en entregar mis documentos de residente, permiso de trabajo, y licencia de conducir, para así hacer un canje emigratorio y darle fin a todo mi caso. Yo le contesté: estoy presto a cualquier negocio con tal de salir de este encierro y ver pronto a mi familia. No hablamos más y salimos de allí cada uno rumbo a su celda, ya que estos permisos eran restringidos. A los pocos días nos volvimos a encontrar. Justo ese día, él me estaba buscando para que firmara un documento que él había elaborado, en el que se pedía mi deportación a Colombia. En todo pensaba yo, menos en que esto funcionara.

Los días y meses seguían transcurriendo, yo seguía haciendo mis cursos de dibujo arquitectónico, de V.I.H., entre otros. Seguía firme como soldado aferrado a la palabra de Dios. Todos estos cursos y estudios que hacía contaban para cualquier descuento de pena, al igual que el buen comportamiento. Ya llevaba quizás más de la mitad de mi condena, pues ya había pasado dos navidades encerrado. Por esa fecha la nieve y el frío azotaban muy duro esta región del sur de Virginia, por ser una zona muy despejada, silvestre, y boscosa. Cada vez que caía nieve embellecía toda esta región haciéndola ver como una pintura o postal de navidad blanca que inspiraba pureza. La vista de los copos de los árboles de pino y ciprés hacían que el lugar transmitiera tranquilidad y mucha paz.

Una mañana de domingo que asistía a la iglesia con un grupo de hermanos cristianos, nos detuvimos al ver tan maravillosa vista, y uno de ellos se inspiró diciendo: ¿Amigos, quién ha visto a Dios? Todos, en una sola voz, contestamos: “Nadie”. Este amigo sonrió, y alzando sus manosmostraba esa vista tan hermosa, con el sol a medio salir y nos dijo: “Véanlo ahí”. Todos nos quedamos perplejos y atónitos al ver, con nuestra alma y con los ojos de la fe, aquella vista tan hermosa, donde el viento nos acariciaba suave y el sol nos calentaba tierno e imponente desde el cielo. Con los ojos del alma veíamos a Dios a través de su creación y agradecíamos la bendición de poder detenernos y contemplar todo su esplendor y la hermosura de su creación. Al instante nos abrazamos llorando de ver tanta belleza. Esos momentos eran privilegiados porque aunque estuviéramos privados de la libertad, estábamos en las manos de Dios.

Esto hizo que esta mañana continuáramos felices a escuchar su palabra y testificáramos lo que habíamos visto, que en verdad hay un Dios que nos cuida y nos protege aunque estemos metidos en una jaula de leones hambrientos o en un horno de fuego ardiendo. Estaremos protegidos y estaremos seguros bajo sus alas, siempre y cuando lo invoquemos y lo busquemos para nuestra salvación. Fueron muchas las experiencias que yo tuve con mi creador, que si las enumero en este libro, faltaría papel y tinta para escribirlas.

¡A PARTIR DE AQUÍ PUEDO IR A DONDE QUIERA!

“Dios nos da a cada uno el potencial y la oportunidad para el éxito.”

Sin embargo, requiere el mismo esfuerzo llevar una vida mala que una buena.

Millones viven sin propósito en prisiones construidas por sí mismos, porque no han decidido qué hacer con su vida.

Siempre tiene un mayor costo no hacer la voluntad de Dios que hacerla.

Es más; muchas personas confunden las malas decisiones con el destino.

Cuando usted es original y anda en el camino de Dios, “Resplandece como Estrella en el Firmamento”.

Las copias son como la oscuridad que las rodea, pueden pronosticar un futuro brillante a las personas que están conscientes de su destino.

La carga más pesada en la vida es no tener ninguna carga.

El hombre que prevalece, no es el que tiene un motivo, sino el que tiene un propósito. “láncese”.

Yo no desperdiciaba oportunidad alguna para ser útil y trataba de llevarme bien con todos. Me ofrecía para arreglar el jardín o para realizar oficios varios. A esa edad me sentía enérgico y dispuesto, aunque la angustia y el desespero deterioraban mi salud. Se notaba mi deterioro pero Dios me sostenía con su misericordia. Por eso la excelencia del poder es de Dios. Estaba en apuros pero no me sentía abandonado, era perseguido mas no desamparado, derribado pero no destruido. Aunque padecía muchas cosas, el amor y la gracia de Dios me sobre abundaba para la gloria de él. Aunque mi apariencia exterior se notaba desgastada, el interior se renovaba día a día por la misericordia de él.

Yo necesitaba dejar atrás el hombre que era. Debía renovarme como el águila, con nuevas vestiduras de la palabra de Dios. Yo le pedíamuchos cambios, le prometía que si desaparecía ese viejo hombre que había en mí, le caminaría recto sin mentiras ni engaños. Efectivamente así fue, Dios empezaba a hacer la obra en mí, lenta pero segura.

A los pocos meses, me llegó una carta de emigración, dando respuesta a mi petición anterior, la que había hecho mi amigo el Italiano. Corrí desesperado a buscarlo para que la leyera y la interpretara, ya que estas cartas venían en inglés. Cuando lo encontré, aquel mensajero de Dios, como yo lo llamaba, empezó a leer la carta y se podía notar en su rostro y en sus gestos algo positivo y halagador que me llenaba de optimismo. Cuando terminó de leerla me miró muy fijamente, y poniendo su mano en mi hombro me dijo: ¡Te vas para Colombia!

Emigración había aceptado mi deportación para Colombia, a cambio de mi residencia temporal, permiso de trabajo y licencia de conducir. Estos documentos los había adquirido en los años 90, cuando el señor Ronald Riegan se encontraba como presidente de los E.U. De América. Lo que yo no entendía era que todo tenía un tiempo, una fecha, y un día. Él tenía que escribir otra carta a emigración, en la que yo aceptara el canje y la devolución de mis documentos por escrito.

Mi ansiedad aumentaba estrepitosamente, empecé a doblar rodillas más seguidamente, pidiéndole a Dios más conocimiento de su palabra para poder entender su propósito. Yo buscaba mil maneras de como retribuirle con creces a este amigo europeo todo el favor y empeño que ponía en mi causa. Yo como latino, calmado, sincero, y callado, le había caído en gracia quizás. El me veía como un analfabeta más de los muchos que llegamos a países súper desarrollados a trabajar, y que desconocemos por completo nuestros derechos y oportunidades.

Con los días volvió a enviar otra carta a emigración y yo quedé en espera de una grata noticia. Yo hablaba con mi hermano casi a diario por teléfono dándole a saber lo que me estaba sucediendo, para que el mantuviera a mi familia enterada y así abrigáramos todos una buena esperanza. Mi madre no dejaba de doblar rodillas, rezando fervorosamente todos los días, como lo hacía yo en ese encierro tan tétrico y espantoso. Día a día buscaba más y más del señor, tenía en mi corazón en quien creer y a quien aferrarme pidiendo ayuda para salir de allí.

Hoy que he aprendido más de la palabra, me doy cuenta que en el manual de la vida se nos dice: pedid y se te os dará, llamad y se te abrirá. Eso era a lo que yo me aferraba, porque eso lo leía a diario en la biblia. Le había enseñado a mi corazón en quien creer, y a quien aferrarme. A ratos sentía detenerse el tiempo, porque no llegaba respuesta a mi petición, no llegaba contesta a esa misiva que hacía tiempo habíamos enviado.

Dios me estaba dando una lección de espera, diciéndome que no era en mi tiempo, sino en el tiempo de él. Faltaba prepararme más, sufrir un poco más, sentir más el dolor por la falta de mi familia, y comprender que los errores se pagan caros por la desobediencia, la ambición y el poder.Él me estaba moldeando a su gusto. Tal vez yo iba tomando un rumbo equivocado y él salió a mi encuentro. Quizás Dios dejó que recibiera un pequeño castigo, así como el padre castiga a su hijo, para corregirlo y orientarlo por el camino verdadero. A veces nosotros los hombres no entendemos esto y rechazamos la corrección de Dios.

¡DIOS LE HIZO!

“Dios le hizo diferente” NO “Indiferente”

“Dios le hizo extraordinario” NO“Ordinario”

“Dios le hizo competente, NO “Incompetente”

“Dios le hizo activo, NO “Inactivo”

“Dios le hizo, Apto, NO “Inepto”

“Dios le hizo Eficiente, NO “Diferente”

“Dios le hizo Sensible, NO “Indeciso”

“Dios le hizo Original, NO “Una Copia”

“Aprender es descubrir lo que ya sabes”

“Hacer es demostrar lo que sabes”

“Enseñar es recordar a otros, que lo saben tanto como tú”

“Todos somos aprendices, hacedores y maestros”

“CUIDADO: Es mejor estar preparado para una oportunidad y no tenerla, que tener una oportunidad, y no estar preparado”

Pasaron quizás cuatro meses más, cuando me llegó respuesta a la petición que hice a emigración. La respuesta venía junto con otros documentos que tenía que firmar para rechazar todos los papeles legales que había adquirido años atrás. Ninguno de estos papeles me interesaba, solo mi regreso a mi país y ver mi gente amada. Yo le pedía a Dios con mucha fe que hiciera su milagro en mí, ponía toda mi fe en él, doblaba rodillas cada instante, prometía dándole mi buen comportamiento para con toda mi gente amada.

Seguía escribiendo con intensidad, tanto a mi familia como en aquellos cuadernos. Ya casi llenaba tres libretas de cien hojas. No dejaba escapar nada de tantos recuerdos que llegaran a mi mente, y de tantos momentos felices que había pasado trabajando la construcción con mi padre y mi hermano Eduardo.

Recordaba lo bien atendido quepasaba cada vez que visitaba a mis padres y mis hermanos. Añoraba a mis hijos latentemente, me los imaginaba grandes y adolescentes, mi hija toda una señorita quizás, necesitando a lo mejor de mi presencia. Quería estar al lado de ellos para abrasarlos y darles buenos consejos, para guiarlos por el buen camino y pedirles perdón por mis iniquidades y mi mal comportamiento.

Yo le prometía muchas cosas a Dios con tal de que me sacara de ese infierno y de esa tortura que estaba padeciendo. Estaba totalmente arrepentido, yo me comportaba como un niño pidiéndole al padre que lo perdonara con tal de volver a sentir su amor hacia él. Tenía mucha fe y soñaba con mi libertad.

Este amigo Europeo me ilusionaba cada vez que conversábamos, de acuerdo con su interpretación de las cartas todo iba a salir bien. El cartero o persona encargada de repartir los correos, llegaba casi todos los días a una hora precisa, entre las cuatro y las cinco de la tarde. Yo me ubicaba en un lugar estratégico para poder escuchar bien mi nombre o mi número, que era AR-97381, pues dependiendo del cartero se pronunciaba uno u otro.

Al principio me costó mucho trabajo memorizar estos números, a pesar que los tenia marcados en el frontal de mi camisa. Esto me acarreaba muchos problemas con los guardias y con el personal penitenciario, pero eran las reglas que había que obedecer.

Pasaban los días, las semanas y los meses y aún no había respuesta de emigración. Hasta que un día me llamaron para que me presentara con el sicólogo de la institución. Me hizo una serie de preguntas un poco ingenuas, pero que eran más o menos lo que yo estaba esperando.

Me preguntó todo lo relacionado con mi familia, preguntas de rutina para examinar mi capacidad intelectual, seguramente para determinar si estaba cuerdo y apto para salir a la sociedad. Entre ellas me preguntó algo que volvía a elevar mis esperanzas y mis ánimos. Me dijo: ¿Cuándo salgas de esta prisión, donde sería el primer lugar al que llegarías? Yo le contesté firme, preciso y sin titubear: “El día que Dios me saqué de aquí, llegaré donde mi madre, mi esposa, y mis hijos”.

Me miró por unos segundos, y siguió preguntándome todo sobre mi familia. Volvió a hacer preguntas que ya me había hecho al inicio de la conversación. Todo esto lo hacía para medir mi nivel racional, para saber si el tiempo que llevaba me había servido para recapacitar y si estaba arrepentido por mis actos.

Esto era todo. La entrevista se había terminado. Yo noté que esta conversación había sido monitoreada y grabada, me estaban haciendo seguimiento de emigración para mi deportación.

Todo esto levantaba mi ego; mi rehabilitación y mi comportamiento estaban funcionando. Más me aferraba a seguir las reglas del penal, estudiando las clases de dibujo arquitectónico y asistía más a menudo a los estudios bíblicos. Igualmente no dejaba de escribir en mis cuadernos y lo mismo cartas a mi familia. Oraba con más fervor, pidiéndole a Dios por mi promesa y el milagro de mi deportación.

¡ALGO DOMINA EL DíA DE TODOS!

“La mediocridad tiene su propio tiempo de intensidad, quiere dominar su día

Si le deja, puede influir y afectar cada área de su vida”

“Cuando las noticias tratan de dominar su día, deje que las buenas nuevas lo dominen”

“Cuando las malas influencias tratan de dominar su día, deje que las buenas relaciones lo dominen”

“Cuando la confusión trata de dominar su día, deje que la palabra de Dios lo domine”

“Cuando su mente trata de dominar su día, deje que el espíritu de Dios lo domine”

“Cuando la envidia trata de dominar su día, deje que el bendecir a otros lo domine”

“Cuando la codicia trata de dominar su día, deje que el ofrendar lo domine”

¡DEJE QUE DIOS DOMINE SU DIA!

Muchos compañeros se burlaban de mi fe y mi esperanza de salir pronto de allí, pero había una certeza dentro de mí corazón que hacía caso omiso a este bullyíng, o comentarios ilusos. Por esto, permanecía siempre solo, escribiendo, leyendo, para no crear envidia ni confusión alguna. Al cabo de unas cuantas semanas, de la entrevista con el sicólogo, me dieron otra cita para ver al Juez de Emigración en la misma cárcel.

Mi ansiedad aumentaba, mi amigo el italiano corroboraba más mi pronta salida. El me preparaba sicológicamente, dándome instrucciones sobre cómo debía hablar y presentarme ante un Juez. Lo primero que me dijo era que cuando estuviera frente a él, no mirara hacia los rededores del salón o el recinto donde me habían citado, ni tampoco moviera las manos de forma fuerte, pues se podría interpretar como un gesto de rebeldía. Que contestara las preguntas que me hicieran con un SI o un NO. Entre menos hablara, más me servía. Porque ellos por lo regular sabían todo de mi prontuario, solo querían corroborar mi comportamiento y mi actitud, porque en el movimiento de mis manos descubrían ellos si estaría acto de salir de nuevo a la sociedad.

Efectivamente así fue, todas las preguntas que me hacían eran relacionadas con mi familia. Me preguntaron lo mismo que me había preguntado el sicólogo. Me dijeron: ¿Si la corte de emigración considera posible su deportación, cuál sería el lugar donde usted llegaría primero a su país? Volví a responder seguro y eficaz: “Si Dios y la corte me da este privilegio, llegaría donde mi familia, mi madre, mi esposa y mis hijos”. Mis nervios no estaban tan alterados como en otras ocasiones, me sentía seguro y confiado de que Dios estaba haciendo su obra. Me hicieron más preguntas, todas de rutina, confirmando mi nombre, mi dirección, mi oficio, el nombre completo de mis padres, cuántos hijos tenia, etc. Esto era todo.

Ahora seguía esperando con incertidumbre cual sería mi suerte y mi destino. Yo seguía igual, creyendo en lo que Dios buscabapara mí. Por eso escribí: “Que el éxito no está en alcanzar la meta, sino en apuntar a la meta que uno debería alcanzar”. Yo hacía lo que Dios me decía en la conciencia: orar, poner mi mente positiva, y del resto se encargaba él. “el sufrimiento no es una condena, es un resultado”. Dios me estaba preparando para vivir afuera,qué hacer, y cómo actuar. Me estaba moldeando a su gusto. Este problema se estaba convirtiendo en una oportunidad, así lo entendía.

Yo le sacaba el máximo provecho a estas clases de dibujo, y quería pasar a hacer AutoCAD. Todos estos estudios que se hacen dentro de la cárcel, quizás no tengan mucho valor en la calle, pero dentro del ser humano de algo debían de servir. Por lo menos podría contarles a los hijos, nietos, familiares, o amigos, estas experiencias y que de una u otra forma les sirvan como guía en una necesidad o apuro que alguno pueda tener.

Todo lo que al ser humano le sucede en el recorrido de su vida, es una historia que contar, son experiencias que quedan para aconsejar, o simplemente espejos para que otras vidas se puedan reflejar y aprender de lo vivido. Cada cabeza es un mundo, todas las tragedias y fracasos no son iguales. Sin embargo, lo principal de todo es que los seres humanos que hemos pasado por circunstancias difíciles, sean similares o totalmente diferentes, divulguemos el dolor, la angustia, o el daño que nos hizocaer en esta desgracia. Tal vez podamos evitar que otras personas caigan y sufran iguales o mayores circunstancias.

Esto que escribo es principalmente para estos jóvenes que apenas están comenzando a vivir sus vidas. No es el destino el que nos tiene marcados. Dios deja que cada uno viva su propia vida, así nos prueba, para ver qué capacidad tenemos para enfrentar nuestras adversidades. Cuando Él nos ve con el agua al cuello y le pedimos su ayuda con fe y sacrificio,nos extiende su mano para ayudarnos. Dios da libre albedrío para que cada uno escoja el camino del bien o del mal, pero su misericordia es tan grande y tan poderosa que nos ayuda a enderezar nuestros pasos por el camino derecho yverdadero. Somos nosotros los necios y tercos que conociendo el mal, queremos pasar por ese fuegosin quemarnos ni sufrir las consecuencias.

Dios nos da talentos a cada uno de nosotros según nuestras capacidades. Muchos logran objetivos altos y otros quedan a medias, se estancan por miedo a arriesgar o a enfrentase a la vida. Sabemos que más adelante hay que rendir cuentas por nuestros dones, demostrar si duplicamos o no nuestro talento, como buenoo mal administrador. Nos puede dar miedo perder o no ser capaces de aprovechar lo que Dios nos dio, pero hay que arriesgase e intentarlo.

Los días y porque no decir los meses iban pasando después de que me citaron para hablar con el juez de emigración. Una tarde inesperada, hora de la llegada del correo, no me encontraba allí porque tenía clases de dibujo, y cuando regresé el guardia me tenía la sorpresa que me había llegado correo. Para mi asombro y mi felicidad, recibía carta de emigración aceptando mi deportación a cambio de mis papeles como residente de los EE.UU. Yo no lo podía creer, mi corazón agitado de emoción daba gracias a Dios por esta noticia.

Mis compañeros de celda me rodeaban felicitándome, mientras que notaba en otros el descontento y la envidia. Ahí les demostraba que tenía un Dios grande y poderoso, que el aferrarse a él tenía un buen fin. En mi interior sentía pena por su situación y en mis plegarias oraba por todos ellos. Le pedía a Dios que abriera todas las puertas de las cárceles y rompiera todas esas cadenas de la opresión y el pecado.

Regreso a casa

Al cabo de dos días de tanta espera, me informaban que tenía que empacar, para trasladarme a otra cárcel, dando fin a la cárcel de Mohawk Corrección. Poco a poco me fueron trasladando de cárcel en cárcel de baja seguridad, hasta llegar a la cárcel de emigración, en pleno corazón de Manhattan. Este recorrido duro aproximadamente tres meses. Mi satisfacción y mi dicha eran enormes, Dios empezaba a responder al trato que habíamos hecho. En un día de esos tan estresantes y tan melancólicos en el que me encontraba llorando, sin fuerzas y sin esperanza alguna, yo le había prometido que si me sacaba de allí, yo sería un buen esposo, buen hijo, buen amigo, no le haría daño a nadie, sobre todo seguiría sus pasos, como creyente y soldado fiel.

Hubo otra promesa que le hice a Dios y era que cuando estuviera en Colombia, visitaría las cárceles difundiendo su palabra, y explicándoles a estos internos que no están solos, que hay un Dios que rompe cadenas y que lo imposible lo vuelve realidad. Que no se necesita ser un intelectual para creer en la palabra de Dios, solo se necesita tener fe, y si no la tiene pedirle al espíritu santo que nos la aumente. Hacer promesas con Dios son realidades para el futuro y la mía empezaba a realizarse y esto me tenía muy feliz. No dejaba de orar día y noche. Seguía aferrado a mi biblia escudriñándola y leyéndola cada instante, creía fiel mente en la promesa de Dios, veía a mi familia cada día más cerca. Por esa época mi constitución física había bajado un 50% y empezaba a sufrir diabetes por tanto estrés, angustias, y quizás por la mala alimentación. Sin embargo, aunque estaba enfermo y sin fuerzas, no desmayaba el interés por servir al señor y no tenía rencor en mi corazón por aquellas personas que me avían involucrado en esta odisea de tormento. Todo lo había dejado a Dios, que Él hiciera perfecta su obra, al fin y al cabo era un tropezón que había tenido en mi vida, no una caída. De todo lo malo que había experimentado, algo bueno le había sacado, y fue conocer a Dios y conocerme a mí mismo.

¡LA FALTA DE PERDÓN NO TIENE PREVISIÓN!

“Perdone a sus enemigos, no existe venganza más dulce que el perdón.”

“El perdón debería ser como un pagaré cancelado, roto en dos, e incinerado, para que nunca más pueda usarse en contra de alguien. El perdón trae sanidad.”

“No puedes avanzar si estás tratando de saldar cuentas. El perdón le ahorra el daño de la ira, el alto costo del odio y el desgaste de energía.”

“Si quieres ser miserable, odie a alguien.”

“Cada persona debería tener un cementerio especial en donde enterrar los defectos de amigos y seres queridos, perdonar es dejar libre a un prisionero y luego descubrir que el prisionero era uno mismo.”

¡Perdona a alguien todos los días!

Después de todo esto seguía esperando en la cárcel de emigración en Manhattan. El estado tenía que tener todos mis papeles en regla para entregarme al DAS de Colombia. Y no solamente el mío, sino el de varios presos de diferentes países, centro y sur americanos. Para así repatriarnos y llevarnos uno a uno al aeropuerto John F Kennedy de NY.

Al fin llegó mi turno. Recuerdo muy claramente el día que me toco salir. Me llamaron y me hicieron dejar casi todas mis pertenencias, pero aun así yo no soltaba mi espada de la verdad y compromiso que era la Santa Biblia, la cual ya estaba gastada de tanto usarla. Yo prefería que me quitaran todo, menos este preciado libro, que además estos señores por su cultura y sus creencias respetaban con mucha autoridad.

Ese día me llevaron directo al aeropuerto. Volvieron a humillarme encadenándome de pies y manos, para luego pasearme frondosamente por todo este sitio, para que la gente me viera como un villano, delincuente, malhechor, o me confundieran con un asesino. Para que así maquinaran sobre mí. Este era quizás el ultimo castigo sicológico que me daban, para que no volviera a cometer ningún error en el futuro.

Yo levantaba mi frente en alto,dándole gracias a Dios y no me dejaba achicopalar por esta humillación. Al contrario, estaba a escasas horas de estar con mi familia en libertad y libre de toda esa opresión. Al fin y al cabo, allá nadie me conocía ni sabía mi problema. Solo quería estar con mi familia, mi madre, mi esposa, mis hijos, no me importaba el que dirían, ni el murmurar de los hombres, solo creía en la promesa de Dios y en su verdad.

Días antes le había dado a saber a mi hermano Arles, por teléfono, todo lo que pronto me podría pasar, lo tenía al tanto de mi salida. Él estaba presto y listo para encontrarse conmigo en el aeropuerto. Efectivamente, al encontrarnos, pidió permiso a los guardias que me traían para abrazarme y darme su adiós. Me dejó en uno de los bolsillos de mi camisa un pequeño recado que me serviría para mi llegada a Colombia y a casa. Los guardias me llevaron hasta la puerta del avión, entregándome directamente a las azafatas que ordenaron que me quitaran las cadenas y las esposas que me apretaban mis manos.

Yo subí al avión feliz, y no me importaba lo que juzgara la gente. Era el primer pasajero que abordaba y me hicieron sentar atrás en la cola del avión. Traía en mis manos la biblia fiel y sagrada y la abrí al azar. Encontré en Hebreos, capítulo 11, versículo 1: “Es pues la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”.

Ahí me estaba hablando Dios, diciendo que todo había terminado. Por fe había creído, y con su propia mano me sacaba de ese fango cenagoso, y ponía mis pies sobre roca, Salmo 40: 1-2. Ya me consideraba libre, mis lágrimas corrían incansablemente. Solo Dios y yo sabíamos por dónde habíamos pasado y que sufrimiento habíamos tenido.

Mi figura física seguía desgastada. No estaba bien, pero mi alma estaba feliz porque regresaba a mi hogar. Volvería a ver a mis hijos, mi esposa, mi madre y toda mi familia. Por mi mente corrían miles cosas, primero pedirle perdón a mis padres, por mis errores, por haberlos hecho sufrir tanto. Ya estaba ansioso de que este avión despegara. Poco a poco se fue llenando.

Por fin el avión despegó, y creo que voló tan alto, que yo no dejaba de darle gracias a Dios en esas alturas. Creía que estaba más cerca de Él. Fue el vuelo más emocionante de mi vida. A las dos horas pasadas de estar volando, el capitán del vuelo anunciaba que haríamos escala en Panamá. Mi felicidad tuvo un pequeño quiebre pues no sabía qué hacer ni que decir. Venía totalmente indocumentado. Cuando aterrizó el avión fui el último en bajarme y me encontré con la azafata, quien ya me estaba buscando. Me acompañó y me dejó en una sala de espera, pendiente del avión que me traería a mi destino final.

Ahí duramos aproximadamente una hora larga. La incertidumbre y el miedo volvían a mi mente, sintiéndome solo y a la merced de mi destino. En ese tiempo de espera volvía a mi biblia, buscando un consuelo en cualquier capitulo que me hablara Dios. Mi mente seguía divagando y pensaba mucho en mi familia. Quizás ya Arles había llamado avisando que venía volando. Pensaba como sería ese encuentro con mis padres, mi esposa y mis hijos. Quería tenerlos a todos juntos, abrazarlos, pedirles perdón, y nunca más despegarme de ellos.

Lo importante de todo era que ya estaba libre. Aunque estaba perdido a la deriva del destino, Dios estaba de mi lado. Mi corazón me decía que pronto terminaría este tormento y esta incertidumbre, y volvería a poner mis pies sobre la tierra, pero con una nueva experiencia y una nueva vida. Yo me sentía un hombre reformado, con muchas ilusiones y esperanzas para con mi familia.

Rápido pasó ese tiempo de espera, y de repente anunciaron el embarque y trasbordo al avión de Avianca que me traería a mi último destino, a mi Colombia bella y anhelada. Me paré ansioso por montarme. Me reporté de primero con las personas encargadas del abordaje, pero me dijeron que debía esperar, que primero iba la línea preferencial y luego subiría yo.

Amigos lectores, no se imaginan la zozobra y la impaciencia que sufría por tener que esperar a que me llamaran. Ya en el avión podía sentarme en cualquier puesto que estuviera desocupado. No hablaba con nadie, para que no se notara mi angustia y no conocieran mi problema. Que nadie se enterara de que venía deportado de ese país de sueños y esperanzas, para el que un día partí en buscas de nuevas fronteras y oportunidades y por el sueño americano.

Ahora solo me quedaba resocializarme con mi familia y mi país. Por eso, amigos, no me queda otra que decirles: “Crece donde has sido plantado. Cuantas veces hayas caído, levántate, sacúdete, que sin darte cuenta, Dios te ha dado la mano para levantarte.” Empieza de nuevo donde estés y con quien estés, se positivo en lo que emprendes. No dejes de realizar tus proyectos, empieza de nuevo y olvida el pasado que ya bastante has aprendido a caer y levantarte.

¡COMIENCE CON LO QUE TIENE, NO CON LO QUE LE HACE FALTA!

Dios ya le ha dado todo lo que necesita para comenzar a crear su futuro. Dios nunca le pediría algo que usted no le pueda dar.

Él quiere queempiece con lo que le ha dado, la mayoría de las personas cometen el error de buscar muy lejos aquello que está cerca.

No pierda el tiempo con dudas y temores acerca de lo que no tiene; dedíquese de lleno a terminar la tarea que tiene en sus manos, sabiendo que el correcto desenvolvimiento actual es la mejor preparación para los años venideros.

“CRECE DONDE HAS SIDO PLANTADO”. “EMPIZA A TEJER, Y DIOS TE DARA EL HILO”.

“Simplemente empiece con lo que tiene, no con lo que le hace falta.”

¡Dentro de ti hay una idea creativa que espera ser liberada!

Henry Arboleda

Pronto, el capitán del vuelo en el que venía anunció que nos preparáramos para el aterrizaje, poniendo nuestras sillas horizontales y abrochando nuestros cinturones. El capitán también anunció que el avión empezaría a declinar para llegar al aeropuerto de Rio Negro de Medellín. Al escuchar esto, no lo podía creer: llegaría a Medellín y no a Cali. Seguía luchando con mi incertidumbre. ¿Qué voy hacer en Medellín sin dinero, sin ropa, y con esta angustia que aún no termina?

Eran muchas preguntas que pasaban por mi mente. Apretaba fuerte mi biblia con las manos, cerraba mis ojos y hablaba con Dios. Lo cuestionaba que hasta cuando seguiría mi angustia. Era insólito, Dios estaba siempre conmigo, desde el principio hasta el final, y yo mostraba actitud de enojo y rabia. Volví a controlar mi angustia, y él, en mi mente, me decía que todo iba a salir bien, me faltaba tener más fe y confianza. Dios me estaba cumpliendo, pero no era a mi forma, sino a la de él.Muchas veces queremos actuar rápido y descuidamos que el timón lo lleva Dios. Mi angustia me hacía perder el control y tenía que calmarme.

Llegamos al aeropuerto más o menos a las cinco de la tarde, y cuando me dispuse a desembarcar, la azafata me pide que me espere, que tenía que entregarme a unas personas pertenecientes al DAS de Colombia para mirar mis antecedentes judiciales y comprobar que aquí en mi país de origen no tuviera delitos.

Otra vez angustia y miedo corrían por mi cuerpo a pesar de que yo no debía nada a la justicia colombiana. Esto retrasaría mi llegada a Cali, especialmente a mi pueblo natal Tuluá.

Efectivamente, dos hombres subieron y se identificaron como miembros de investigación del DAS, mostrando sus identificaciones respectivas y recibiendo mis expedientes.Me pidieron muy formales que los acompañara. Ya sin esposas y con tratos más formales,se dispusieron a verificar mi historial. Salimos y me montaron en una camioneta blanca. Por el camino me iban haciendo una serie de preguntas, tales como qué tal eran las cárceles de los EE.UU, a qué me dedicaba en ese país. Poco a poco me iban interrogando, aunque la verdad ellos tenían en sus manos todo mi endaimen, y mi expediente.

Pronto llegamos a las estalaciones del DAS, y me sentaron frente a un computador. Al instante me pidieron mi cedula de ciudadanía colombiana y descubren que no la tengo porque cuando me capturaron en el año 96 todos mis documentos los había dejado en el apto de Flushing N.Y. Según mi hermano todo esto lo habían confiscado las autoridades neoyorkinas.

Estos señores me dicen que sin ese documento no pueden hacer nada por mí. Me pidieron que al menos me comunicara con mi esposa, en el Valle del Cauca, para que buscara una foto copia de este documento, y me la enviara por fax. Yo recordaba muy bien el número de teléfono de mi casa. Llamé y justo me contestó ella alegrándose enormemente y al mismo tiempo estaba preocupada por mí. Pude contarle todo los por menores del viaje.

Le conté que mi llegada había sido por Medellín, que me tenían detenido en las instalaciones del DAS investigando mi prontuario judicial y que por esto necesitaba aunque fuera una fotocopia de mi cedula. La gente del Das quería asegurarse de que no les debía nada a la justicia colombiana. Ahí tuve la oportunidad de hablar con ella y darle señales de vida. Le dije que le informara a toda la familia, para que ellos se tranquilizaran y supieran que ya estaba en Colombia, que esto solo era una investigación de rutina y que después de checar todo estaría libre.

Cuenta mi esposa que buscaba incansablemente en los archivos y documentos que ella suele guardar. Me contó que encontró una fotocopia de la cédula y que rápidamente salió a llevarla a un sitio donde había fax antes de que se oscureciera. En horas de la noche era imposible abrir correos ya que las instalaciones del DAS cerraban a las seis pm. Estos señores que me habían detenido, viendo que no se podía hacer nada hasta que llegara la fotocopia de mi cedula, me proponen que me quede durmiendo en una celda de la misma instalación hasta el otro día que empezaran la jornada de trabajo. Así le daría tiempo a mi familia de enviarme esta foto copia. No puse ninguna objeción sobre quedarme encerrado en una celda ya que eso para mí lo tenía casi acostumbrado. Ellos me llevaron casi una resma de papel periódico para que durmiera sobre él. Dormí casi placenteramente, pues así descansaba de ese viaje tan estresante y angustioso. Tenía la mente tranquila y serena porque sabía que dentro de mi conciencia no había nada que me acusara ni deuda que les debiera.

Recuerdo que mi cobija fueron estos periódicos y a la madrugada me despertaron el cantar de algunos gayos que quizás tendrían algunos vecinos deestas instalaciones. También escuché el ladrar de algunos perros que para nadainterrumpían mi felicidad. Al contrario, hasta el arrullo de los pájaros me cantaban cerca, avisando que se acercaba mi felicidad y me daban la bienvenida a mi país. Poco a poco iba amaneciendo ya.Escuchaba la música de mi tierra y sabía que estaba entre los míos.

No veía la hora que me sacaran de allí. Mi ansiedad seguía latente con tal de llegar pronto a mi tierra natal, abrazar a mi familia y estar en casa. Ya en la mañana, a primeras horas de la jornada de trabajo, llegaron los mismosseñores miembros del DAS, me saludaron muy formalmentey me sacaron de allí.Me dieron la grata noticia de que ya era libre, que había llegado mi documento y que en verdad nada les debía a la justicia colombiana.

Salí caminando como zombi por esas calles de Medellín, desorientado, con hambre, deseoso de tomarme un café, o algo caliente. No me atrevía a gastarme un peso de aquel detalle que mi hermano Arles me había entregado el día anterior en el aeropuerto Kennedy de NY, cuando se encontró conmigo. Era un billete de cien dólares. Ahora mi deseo era llegar de nuevo al aeropuerto de Rio Negro y comprar un pasaje que me llevara pronto a la ciudad de Cali, más exactamente a palma seca de Palmira. Pensaba que si me iba en bus, llegaría quizás en horas de la noche y ya no aguantaba más mi angustia y mi afán por llegar a casa. Quería ver pronto a toda mi familia, tenerlos cerca, abrazarlos, quería ver a mi madre, a mi esposa, mis hijos.

Me sentía débil y con hambre. Ahora encontraba otro obstáculo: cómo cambiar ese billete para pagar el trasporte al aeropuerto. Me atreví y paré un taxi. Le hablé explicándole mí caso. Le dije que necesitaba llegar al aeropuerto lo más pronto y que tenía solo ese billete. Me llevó a una sala de cambio dentro del mismo aeropuerto. Le pagué y me dispuse a buscar una aerolínea que me vendiera un pasaje a Cali. Justo había un vuelo pero salía en horas de la tarde.

Cuando pregunté el precio me faltaban diez mil pesos para ajustar el precio del vuelo. Con una mano sostenía mi biblia y con la otra sostenía la pretina de mi pantalón, ya que había salido de la cárcel de emigración de N.Y. con la misma ropa que me habían detenido tres años atrás. Todavía la conservaba, aunque un poco deteriorada por el tiempo de estar guardada. En aquellas instalaciones penitenciarias nos habían dado uniformes de presos y ahora volvía a usar mi ropa.

Ahora se imponía mi impotencia y mi angustia de cómo me iba a conseguir ese dinero que me faltaba para ajustar el pasaje. Empecé a caminar lentamente por todo el aeropuerto, orando mentalmente y buscando un buen samaritano que creyera en mí y me ajustara este pasaje. Miraba caras extrañas pero no me atrevía a pedir. Me daba pena por la forma en que me encontraba, quizás mal vestido, pálido, demacrado por el hambre y la angustia.

De repente observé un trabajador que se mezclaba con todos los pasajeros que arribaban de otros vuelos. Él con su carreta ayudaba a sacar maletas del aeropuerto hacia los taxis o ayudaba a recibir pasajeros que llegaban para volar a otros destinos. Me fijé en uno de ellos, a quien parecía que este día le había ido bien porque estaba contando su dinero fruto de lo trabajado. Como empujado por el espíritu santo, me dirigí hacia él y le comenté superficialmente mi problema. Este noble ciudadano, se mostró incrédulo y no le hacía gracia regalarme diez mil pesos.

Le supliqué que necesitara salir pronto en ese vuelo que estaba próximo a salir, que me hiciera ese favor que Dios le pagaría duplicándole su salario y sus bienes. Era tanta mi insistencia que le puse en sus manos todo el dinero que poseía para que él fuera testigo y preguntara cuanto costaba ese tiquete. Movido por el espíritu santo se dirigió conmigo al mostrador donde vendían los pasajes. Aquel hombre preguntó personalmente el precio del pasaje y se enteró que era cierto lo que yo le había dicho, sobre los diez mil pesos que me faltaban.

Movido por Dios y por el espíritu santo, aquel hombre accedió a comprar el tiquete, quedando yo en deuda con este buen samaritano. Solo me quedaba darle las gracias y un Dios se lo pague. Anunciaron por el altoparlante el último llamado de embarque para Cali. Le agradecí muy respetuosamente este favor prestado y salí casi corriendo por el pasillo que me habían indicado, sosteniendo la pretina de mi pantalón con una mano y con la otra la biblia y mi expediente. Fui el último en abordar el avión. Dios seguía de mi lado sacándome y llevándome de su mano hasta el final de mi destino. Todo esto era increíble, la mano de Dios estaba cada vez más presente. No alcanzará mi vida para pagar a Dios su grandeza y su misericordia. Quizás lo que cuento aquí no es suficiente para testificar lo grande que es Dios conmigo y con el quien lo busca.

Aunque no alcancé a avisarle a mi esposa ni a mi familia que ya estaba viajando, Dios preparaba todo mi recibimiento. Eran pasadas las seis de la tarde cuando el avión partió. A los pocos minutos de vuelo empezaron a repartir un pequeño refrigerio. Mis tripas estaban casi pegadas del costillar y el hambre era espantosa. Comí ese sándwich de jamón y queso y ese jugo de naranja con tanto gusto, esto me sabía a gloria. Hacía mucho tiempo que no saboreaba algo así.

El vuelo no duró mucho. Pronto el capitán anunciaba el arribo al aeropuerto Ernesto Bonilla Aragón de la ciudad de Palmira. Mi semblante empezaba a cambiar. Sacaba fuerzas de mi interior para mostrar otra actitud. No sabía quién me esperaba en el aeropuerto, o a que casa llegaría primero. Oraba mucho mentalmente. Todos mis nervios estaban de punta y pronto el avión empezó a declinar. Nos acomodamos en las sillas y nos ajustamos los cinturones, tal como lo pedía la auxiliar de vuelo. De todas maneras yo no corrí mi silla ni desabroché mi cinturón durante el vuelo, pues sabía que era muy corto. Tocamos tierra valluna. Sin embargo, no se alcanzaba a divisar nada por las ventanillas, solo algunas luces, ya que eran casi las ocho de la noche.

Después de detenerse el avión, finalmente, fuimos desembarcando poco a poco. Ya en los pasillos yo no veía a nadie conocido. Empezaba a entristecerme por no haber podido explicarle a mi esposa todas las circunstancias y la hora de salida del vuelo desde Medellín. Las situaciones que vivíno me daban para haberlo hecho. Quizás los que me esperaban se habían ido a casa. Estaba preocupado. Pensaba: “¿Cómo aviso que estoy aquí en este aeropuerto?”. Recorrí el aeropuerto casi de punta a punta, por encima y por debajo, buscando a alguien conocido. Cuando sin creer, escuché una voz fuerte y joven, que me decía “PAPÁ”,y otra que me llamaba por mi nombre “HENRY”. Eran mi hijo Edwin y mi hermano Raúl. Mi tristeza se convertía en gozo. Ellos me vieron desde un segundo piso y yo no sabía cómo encontrarlos. Fueron los segundos más intensos y felices de mi vida y aún retumba en mi mente esa voz joven y varonil de un hijo que había dejado adolecente y que hoy estaba casi hecho un hombre.

Con sus escasos diecisiete años, cuando nos vimos frente a frente, dio un salto aferrándose a mi cuello, sin quererse soltar de mí. Yo lo sostuve por unos segundos, mientras que mi hermano Raúl se aferraba a nosotros. La gente al rededor nos miraba con asombro, sin entender que estaba pasando. Fue el abrazo más sincero y llenador que hacía mucho no tenía ni sentía. Después de este abrazo tan emotivo, nos calmamos y empezamos a cuestionarnos unos a otros sobre las razones que dificultaron nuestro encuentro. Raúl había prestado un vehículo, y sin perder tiempo salimos rumbo a Tuluá. Mi hijo y yo no dejábamos de abrazarnos. Ya en el camino les iba contando poco a poco mi odisea del viaje.

Una vez en Tuluá, Raúl arribó primero a la casa donde, en ese momento, estaban viviendo mis padres. Ahí estaban todos mis hermanos y al poco instante llegó mi esposa. Abrasé a mi madre como nunca lo había hecho y lo mismo a mi padre. Todos estábamos llorando de alegría. Luego abrasé a mi esposa y a mis tres hijos y por ultimo a cada uno de mis hermanos y a todos los que estaban en la casa.

Hicimos un silencio cogidos de las manos he invocamos a Dios y a su espíritu santo y le dimos gracias porque esa pesadilla había terminado. Ese momento fue muy especial y significativo para los miembros de mi familia. Les pedí perdón por todas mis faltas y nos reconciliamos mutuamente.

Incluso, hace poco mi padre me recordó ese episodio estando en su lecho de muerte. ´Un día antes de su partida, fui a pedirle perdón por todo lo que le hice sufrir en su vida. Me dijo una frase que aún escucho en mi mente: “Ah lágrimas que nos hiciste derramar a su mamá y a mí”. Nos abrazamos nuevamente y, con su voz entrecortada, me dijo que por supuesto que me perdonaba.

Recordamos juntos aquel día de mi regreso, en el que toda la familia se unió en un abrazo, y nos pudimos despedir. Mi padre murió al día siguiente y siento que pude cerrar esta historia. Además de escribir esto como un testimonio para cualquiera que quiera leer mi libro, también es un homenaje para mi padre ypara mi madre, quienes seguramente hoy se encuentran juntos en el cielo.

Después de mi regreso de los Estados Unidos, las cosas tampoco fueron fáciles. Tuve que ganarme nuevamente el amor de mi esposa y el respeto de mis hijos. De ahí en adelante me comporté de manera correcta, siendo un apoyo para mi esposa en todo momento y un ejemplo para mis hijos.

Finalmente, con el apoyo de mi familia y con la ayuda de Dios, pude emprender nuevos proyectos y logré consolidar una ferretería. A pesar de las dificultades, pude sobreponerme y les he dejado a mis hijos este negocio, como un legado que ahora ellos deben continuar. Ahora, desde mi retiro, puedo mirar mi pasado, reflexionar sobre él y dejarle al lector mis experiencias.

(1995-2018)

¡USTEDNACIÓ ORIGINAL NO MUERA COMO UNA COPIA!

“No se asombre con otras personas hasta el punto de querer copiarlas”

“Nadie puede ser tan eficiente y efectivo como usted”

“A la gente le llaman dotado, cuando utiliza a plenitud los dones que posee”

“Uno de los aspectos más difíciles para subir la escalera del éxito, es atravesar las multitudes de copias que están debajo”

“la copia se adapta al mundo, pero el original trata de que el mundo se adapte a el”

“No os conforméis a este siglo, sino trasformados por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cual sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.

Libertad, honda aspiración

que muchos no tienen, creyendo tener.

No se es libre cuando presa esta la mente

de estereotipos que la sociedad impone.

Libertad, es la expresión de un ser autentico.

La esclavitud en cambio, es vivir engañado,

es dejarse seducir por los sentidos que limitados son,

es dejarse guiar por falsos profetas que el rebaño promueven.

Hombre libre, hombre individual.

Eres así no para egolatrías, si para ser solidario.

Al conocerte tu mismo, realmente aprendes,

aprendes que dar de ti a los demás es cosa noble.

Sabes hombre libre que debes cultiva tu ser,

porque hay lavados de cerebro

que el común rasero no percibe pero tu si,

sigue así pues, individual primero.

Allí dentro están las respuestas,

allí está la verdadera libertad.

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