El bosque se había tornado espeso e interminable para Tobías. La falta de aire asolaba su pecho y muy a su pesar aún no lograba vislumbrar la ruinosa mansión.

Un desastre, fue el resultado del atraco al banco de la ciudad. Apenas había conseguido salir con vida al escabullirse por un estrecho callejón con las balas silbando a su espalda. La policía no lo seguía, pero su urgencia por llegar al punto de reunión, era para saber de su hermano.

Sus pies se hundían entre el nauseabundo y fangoso suelo. No recordaba en que momento había oscurecido o como había llegado hasta el bosque.

Debía ser por la adrenalina y el estrés que le causaron de alguna forma una laguna mental, se dijo para sus adentros.

Los pequeños charcos regados por el camino reflejaban un rojo profundo. La luna arropaba al bosque entero, con un manto de luminiscencia carmesí, tan intenso como la sangre. El astro se contemplaba tan cercas que Tobías divisaba a la perfección sus disformes cráteres.

-Debió ser Antonio el que nos traicionó -murmuro en voz baja a la vez que se quejaba de la falta de aire y levantaba su mirada para entrever como no muy a lo lejos se divisa la enorme estructura de la mansión que hacía de punto de reunión.

Su cara se maravillo y su andar no tardo en ser más continuo.

Sus pisadas mojadas y su agitada respiración eran lo único que se escuchaba hasta en lo mas recóndito del bosque, que lentamente se llenaba de una densa niebla.

-Ni un solo insecto o ave nocturna se oyen siquiera a lo lejos -dijo en voz baja sin parar un segundo.

La expresión de alivio en su cara volvió a cambiar al distinguir unos resoplidos más fuertes que los suyos y unas pisadas hundiéndose más profundo que sus pies, el ruido venia de detrás suyo y cada vez lo sentía más próximo. Angustiado echo una mirada detrás, era una sinuosa sombra de gran altura siguiéndolo cada vez más de cerca.

Aterrorizado debido a los gruñidos despedidos por la sombra estiró más de lo que sus piernas podían dar de si mismas y observó de reojo nuevamente para ver a la criatura que ya tan solo estaba a un par de metros de él.

El embriagante rojo carmesí de la luna ilumino por completo al ser demoníaco. Una gruesa capa de pelos tan negros como la noche lo envolvía, su hocico segregaba saliva y a la vez expulsaba un ponzoñoso vapor que escapaba a través de sus puntiagudos e interminables dientes ambarinos, todo mientras sus gruñidos se incrementaban.

Acaso el ser que veía era aquello que lo acosaba en sus más inversivas pesadillas.

¿Pero como era posible? ¿Era simplemente todo esto un sueño? -pensó en ese momento.

Sus dudas quedaron dispersas como polvo en el aire al percibir el nauseabundo hedor que despedía el monstruo que ya resoplaba su nuca.

La imponente edificación producto del ingenio brillante de una mente se mostraba ante Tobías y al frente de este la extensa y desgastada puerta de madera contra la cuál él azotó de lleno después de saltar con premura al sentir las garras de la criatura desgarrando su espalda.

Aún tirado en el suelo cerró la puerta en las narices de aquella figura peluda con un golpe de su pie. Sentía la carencia de oxígeno en sus pulmones, pero se abalanzó como pudo sobre la puerta, aunque no hubo intento del otro lado por entrar.

¿Que demonios estaba pasando?

Se preguntaba mientras revisaba que tan profundas eran sus sangrantes heridas.

Una tenue luz carmesí iluminaba escasamente la mansión que se inmiscuía por las cuantiosas ventanas del lugar.

-¿Hermano eres tu?

Era una voz temblante que provenía del oscuro pasillo que daba a las escaleras que llevaban al segundo piso del lugar.

-Flavio -menciono casi susurrante Tobías a la vez que buscaba las linternas en uno de los cajones.

-Lamento haberte metido en todo esto -dijo apesadumbrado su hermano que caminaba hacia él, mientras encendía una antigua lámpara de keroseno-. Y lamento aún más el que estés aquí

-¿De que hablas? -pregunto Tobías confundido sin lograr vislumbrar el rostro de su hermano a causa del fuego que emanaba de la lámpara.

-Vas a necesitarla- dijo Flavio a la vez que le extendía la lámpara con una mano y señalaba hacia arriba con la otra, dejando así su pálido rostro al descubierto.

-¡¿Por dios estás herido?!, ¡Tu cuello, ¿que le pasó a tu cuello?!- exclamó inquieto.

Un golpeteo sin cesar le distrajo, la puerta de la entrada se abrió y cayó un joven que de inmediato se irguió para bloquear la puerta con el mueble en dónde Tobías intento buscar las linternas momentos antes.

-¡Malditas arañas del demonio! -vocifero el joven lleno de punzantes ronchas que se iluminaban con la encarnada luz de la luna. Su cara se había plagado de bolas que parecían grotescos tumores con pequeños orificios viscosos al centro de los mismos.

Tobías volteo hacia su hermano pero está ya no estaba, tan solo encontró la lámpara en el piso y un olor mohoso, el cuál no había detectado en un principio.

-¡Domingo debemos subir!- Tobías había reconocido al joven por su voz y figura-. ¡Aquí abajo no es seguro! -replico mientras buscaba a su hermano con la mirada.

Tobías y Domingo casi iban de la mano al subir las rechinantes escaleras y el primero no dejaba de pensar en el extraño comportamiento de su hermano.

-Me alegra saber que tú también lo lograste Domingo -dijo incómodo al estar tan cerca de las ronchas de su compañero que parecían crecer a cada instante-. ¿Cómo escapaste?

-No lo se -respondió fatigado mientras rasgaba compulsivamente las ronchas con sus uñas-. Me duele mucho la cabeza y solo recuerdo el condenado bosque lleno de esas horrorosas arañas.

-¿Solo arañas? -pregunto dubitativo.

-Si, solo esos malditos bichos.

Avanzaron silenciosamente en el largo pasillo que conectaba todo en el segundo piso de la mansión, hasta que un lamento escalofriante los hizo adentrarse en una de las muchas habitaciones.

El olor a humedad y podredumbre plagaba la habitación. Cuarteados y roídos ataúdes cubiertos de tierra remojada y recién desenterrados adornaban el suelo y las paredes.

Tobías sintió gran asco pero la falta de aire le evito vomitar. Tapo su nariz y se adentro entre los féretros para dar con el origen de los sollozos. Su espalda le dolía cada vez más y no tenía nada que ver con su herida. Este dolor era interno, no externo y le aquejaba desde que estaba en el bosque.

-¡¿Amanda?!

El fulgor de la lámpara alumbró a la delgada joven que temblorosa apretaba su pecho con ambas manos.

-¿Ves como nos observan con esos blancuzcos ojos opacos?

¿De que hablaba? ¿Y cómo había llegado a este lugar?

Se pregunto Tobías asombrado. Quién tomó a la joven del brazo y la hizo levantar.

-¡No!, ¡Los vas a despertar!

El hizo caso omiso y la jalo hacia él para hacerla caminar. Pronto los ataúdes se sacudieron violentamente, brazos y rostros putrefactos se asomaron, las bocas escupían alaridos de dolor y soltaban mordidas apretando con ahínco sus quijadas queriendo arrancar un buen cacho de ellos.

Domingo gritaba desesperado en la entrada, ni siquiera se había movido. Su rostro se había deformado por los tumores y se apretaba la cabeza. Pequeñas arañas comenzaron a salir de todo su ser, por los pequeños orificios viscosos de sus ronchas. Domingo cayó fulminado de pavor y agonía mientras los bichos lo cubrían lentamente.

Tanto Amanda como Tobías nada pudieron hacer y no pararon de correr, mientras los pútridos y retorcidos cadáveres se arrastraban a su reverso. El les lanzó la lámpara haciendo arder en llamas a unos cuantos.

Deprisa subieron al tercer piso y Tobías dejó caer tantos muebles como pudo por las escaleras destrozando a más de un par de esos mal olientes seres en el acto, consiguiendo así bloquear el paso.

-¡Ya estamos muertos! -sollozo la joven.

-Tranquila no podrán pasar- se incoó él, por la falta de aire y el dolor en su espalda se incremento a la vez que trataba de procesar todo lo que acababa de pasar.

-¡No! ¡No entiendes! ¡Yo vi cuando te mataron!

Las palabras le helaron la sangre hasta la cabeza, sintiendo al tiempo más falta de preciado aire.

-¡Que dices! ¡Si escape por el callejón!

-¡No! ¡No llegaste!- disminuyó su voz y sollozos-. Te dejaron la espalda como coladera- volvió a sollozar con fuerza-. ¡Te vi azotar contra el duro pavimento! Y también vi como le reventaron la cabeza a Domingo al tratar de huir a tiros.

Tobías cayó de sentón al tratar de erguirse al tiempo que le venía un gusto a sangre en su boca.

-Todo fue su culpa- hablaba sollozando y apretando con dolor su tórax-. Él me manipuló para traicionarlos. Mientras ustedes se liaban a tiros con la policía, Antonio preparo todo para fugamos por la parte trasera del banco.

Tobías aún seguía en shock al momento que recordaba que el punto de reunión jamás había sido una mansión, si una anticuada cabaña a las orillas de una carretera abandonada.

-¡Y para que! -exclamo ella-. ¡Pago mi lealtad con una bala! Le di la espalda un segundo y cuando voltee me dijo “Lamento romperte el corazón cariño”, ¡Me destrozó el pecho con su condenado revólver!

-No puede ser, ¿pero y mi hermano?

-Tampoco recuerdas eso. Era imposible que tu hermano… ¡aaaahhhh!

Las pútridas manos de los seres sin alma que habían dejado abajo rompieron el piso y destrozaron en pedazos a Amanda mientras está gritaba desesperada. Tobías consiguió levantarse y correr al siguiente piso sin aún querer creer en nada de lo que estaba pasando.

Al subir contempló atónito a su cuñada y a su sobrino que jugueteaban animosamente por un iluminado y vivaz pasillo central.

¿Que demonios es todo esto?, Ni en el más macabro de mis sueños me había encontrado con todo lo que he vivido está noche, ¿Acaso es eso, solo un sueño?, ¿será que en realidad estoy dormido y la presión del asalto al banco me a provocado esto?

Se llenaba de mas preguntas cuando de pronto una puerta chirriante se abría a un costado de suyo, titubeante entro, había poca iluminación. Flavio su hermano se encontraba aquí, tenía buen color en su piel y no había marcas en su cuello. Enfático armaba un nudo con un par de cobijas y lo único que había en la habitación era una vieja silla de metal oxidado y una gruesa viga de grisácea madera en el techo.

-Conservaste la lámpara -Tobías negó con la cabeza-. De todos modos ya no importa hermano.

-¿Recuerdas que el atraco al banco fue mi idea?

-A decir verdad no recuerdo mucho Flavio- dijo con todo quejumbroso por el dolor de su espalda.

Yo te metí en esto -comento tristemente-. No me pusiste pero alguno, a pesar de lo descabellado y peligroso que sería el plan por qué…

-Por qué sabia que era para salvar a tu hijo -pronuncio con los ojos temblorosos y siguió-. Necesitabas el dinero para la cirugía -la melancolía se apoderó de Flavio-.

-Pero una semana antes del asalto me marco Elena, nuestro muchacho no había resistido y ella se cortó la venas en el baño del hospital nomás colgar el teléfono.

Tobías contempló asombrado como la piel de su hermano se volvía blanquecina nuevamente y la marca alrededor de su cuello reaparecía, todo mientras envolvía las cobijas en la viga mientras se paraba en la silla.

-Estas en el purgatorio hermano y son nuestros peores temores los que nos dan caza para mandarnos a dónde pertenecemos… el infierno.

Las palabras de su hermano cobraban sentido en la cabeza de Tobías conforme este recordaba la vez que Domingo huyó de una pequeña araña, o la vez que Amanda dijo que detestaba las películas de muertos vivientes por qué de niña había entrado a una morgue y ver un cadáver en avanzado estado de descomposición la había jodido de por vida.

-¿Aun te aterran los hombres lobos hermano? -Flavio ajustaba el nudo a su cuello mientras decía aquello-. Mi peor temor era perder a mi familia. La misma tarde en qué me informaron del suicidio de mi esposa, yo me colgué de la viga en el sótano de esa vieja cabaña…. No debiste seguir…. dejaste que la avaricia te controlara.

Tobías dio media vuelta al sentir una presencia a sus espaldas. Elena y Diego entraron, habían cambiado, el pequeño vestía una sucia bata de hospital, su cuerpo estaba retorcido con su piel pegada al hueso y la mujer totalmente desnuda bañada en sangre, ambos sin ningún brillo en sus ojos. Tobías salió a todas prisas de la habitación mientras su hermano se colgaba y su familia lo devoraba.

Al final del pasillo lo esperaba su destino, aquella endemoniada criatura peluda, llena de dientes y afiladas garras había vuelto y lo esperaba. En sus renegridos ojos brillantes se dibujaba la enorme ansiedad por devorarlo.

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