El camino de la niña era el de la vida

El camino de la niña era el de la vida

Camila Rodriguez

17/08/2020

Una niña se encontraba en una montaña desconocida en la que su madre la colocó. Y allí le tocaba caminar sola, debía enfrentar un desafío, según dijo su madre. Iba lenta y temerosamente por un sendero intentando comprender qué sucedía y, de pronto, se tropezó y cayó en un charco de barro. Mientras forcejeaba para salir de allí, notaba que más se hundía. Entonces, decidió sentarse en silencio a pensar en una salida. Inesperadamente un árbol que se encontraba detrás de ella se balanceó, sorprendiéndola, ya que, ¡lo holló hablar!. La niña escuchó cortas frases: -“Calla y observa, en el silencio están tus respuestas.”- y- “Si el camino que ves está cerrado, entra en ti para habilitar tu propio paso. No existe bloqueo, tú tienes la llave”-. Y con un último movimiento pareció quedarse dormido. Extraño, pero así lo sintió. El mismo no emitió ningún otro sonido, ni respondió a su interés por saber a qué se refería. Mientras tanto, la niña no comprendía cómo encontrar una llave en su interior, pasaron muchos minutos, y antes de quebrar en el llanto, el árbol, con expresión de cariño y compasión decidió decirle “en este mundo, a ustedes los humanos, no les enseñan a observar aquello que no puede verse, pero siempre puede sentirse en su corazón, justo en el centro de su pecho, donde calla su razón y despierta su imaginación. Es ahí donde yace la llave que debes visualizar.”

La niña, pensante quedó y solo en el barro se sentó. Comenzó a tararear una melodía juguetona que llevó a sus pies a danzar y una carcajada desde su boca salió. Fue ahí cuando notó que sus pies se movieron porque ella los liberó. No creía haber hecho nada. Pero el árbol le explicó: -“Siempre que te animes a continuar jugando, encontraras la llave, siempre que sigas tu deseo, el camino se facilitará. “- La niña le dijo que se cansó de tanto palabrerío y quería salir de una vez de allí, entonces le ofreció dinero a modo de soborno. El árbol soltó una rama que golpeó suavemente su hombro y le dijo. Así como lo que te dolió no fue la rama, sino el peso de ella, quiero que veas que lo material no abrirá tu camino. Lo hará tu sentir. Ahora danza pequeña…

La niña se rindió y decidió, al igual que cuando al sentarse frente a una hoja en blanco que la invita a dibujar, trazar un camino en su mente, en ese camino comenzó a dibujar colores, mientras sentía un viento rodearla e impulsar sus manos. Algo escribía este viento, “puedes sentir, y eso es más real que cada rama que puedas tocar.” Puedes temer, pero también sanar”. “Puedes soñar, pero solo si evitas que tus pies endurezcan.” ¿A qué se refería? ¿Cómo endurecerían los pies? “Si dejas de escuchar, aprendes a ignorar/te, si ignoras detalles, acostumbras a tu mente, cotidianeidad te rodea y así los pies se llenan de cemento y pesan. Entonces… No endurezcas. ¡Danza! En ese mismo instante, la niña sintió flotar, sintió también su pecho irradiar luz y fue ahí cuando sus pies, con un paso de ballet la impulsaron hasta la copa del árbol. De pronto, el sol había secado ya cada centímetro de barro y el camino estaba señalado. Esto sucedió porque logró visualizar aquella llave, antes dividida en dos, una parte se encontraba en su pecho y otra en su cráneo, fue el amor lo que la unió. Liberándose y de un salto, continuar con el camino hasta llegar a su fin.

Los años pasaron, la joven se encontraba pensando, ya adolescente y comprendió que lo que en aquel viaje aprendió fue que debía equilibrar su deseo con su sentir. Entendiendo que en base a lo que visualizara, podría modificar su destino y ampliar su camino interno para continuar con el externo, sin olvidar jamás las palabras de aquel árbol guía que la empujan a danzar y nunca olvida imaginar. Utilizando ello como cura al peso de la planta de los pies y cuando nada duele, como una dulce brisa que hace su momento más inspirador.

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