Blaze! Capítulo 16

Capítulo 16 – Una vida totalmente nueva.

Fuera del monasterio en el que habita Albert, faltando escasos minutos para la medianoche, Blaze vigila desde el techo de una construcción contigua a un monje que hace guardia en la puerta principal de la residencia religiosa.

Es como si me estuvieran esperando –murmuró la maga, tapando su rostro con la capucha de su capa–. Con este poquito debería bastar para desorientarlo.

Blaze encendió una pequeña bola formada por hojas secas enrolladas, lanzándola en dirección al guardián, quien trastabilló después de oler el humo que salió de la ardorosa esfera. La maga saltó desde su posición, cayendo con gracia y ligereza detrás del hombre, cogiéndolo antes de que se precipitara al piso, arrastrándolo a las sombras.

Me tendrás que perdonar, pero te dejaré atado y amordazado… – comunicó la sigilosa joven al durmiente, quitándole la ropa–. Olvidé decirlo, también desnudo.

La hechicera entró a la abadía por la puerta principal, tapándose el rostro con la ropa hurtada, lanzando detrás de sí en distintas direcciones varias de las bolitas adormecedoras, algunas de las cuales comenzaron a arder inmediatamente, mientras que otras fueron programadas para encenderse al cabo de unos minutos.

Con eso bastará, creo – habló Blaze con su tono de voz normal frente a algunos trasnochadores religiosos, que se percataron de la intrusión de la extraña presencia en su residencia, pero que nada pudieron hacer al caer dormidos por los orbes tranquilizadores.

La confiada joven avanzó con resolución al subterráneo donde se debía encontrar el oráculo enano, descubriendo su rostro, encontrándose la puerta de macizo metal cerrada con un grueso y compacto candando.

Aquí viene la parte difícil –pensó la joven, manoseando la cerradura, insertándole unos raros alambres, lográndola abrir después de varios minutos de hacer palanca–. ¡Al fin! Ya estaba considerando derretir completamente esta maldita cosa…

Blaze se infiltró directamente en la habitación de Albert, cerrando rápidamente la puerta para no hacer rechinar mucho las bisagras, abalanzándose sobre el muchacho para despertarle, tapándole la boca para que no fuera a gritar.

¡Hey, despierta, chico oráculo! –susurró con firmeza en el oído izquierdo de Albert, quien se despertó sobresaltado y enmudecido por la mano de Blaze–. No grites, no te haré daño.

La maga soltó lentamente al muchacho, quien se incorporó en su cama, sentándose, mirándola a través de la oscuridad. Blaze tomó un porta-vela de madera que encontró en el escritorio de Albert, encendiendo la mecha con sus dedos pulgar e índice.

¿Mejor? –preguntó Blaze, sentándose a los pies de la cama.

Eres la señorita de esta tarde –afirmó Albert, somnoliento aún, reaccionando de repente–. ¿Cómo entraste aquí?

Sí, soy la señorita, mi nombre es Blaze –respondió la maga, enfatizando las palabras y extendiendo la mano para saludarle amistosamente.

Perdón por eso… Albert –dijo el joven, presentándose, agarrando la firme mano de la maga, todo un contraste con su débil extremidad–. Bueno, ¿cómo entraste aquí sin que nadie lo notara?, ¿qué haces aquí, en mi habitación, de noche?

No creerás que vine para aprovecharme de ti –comentó Blaze, mirándolo con cara lasciva, esperando a ver su reacción.

¿A… aprovecharte… de mí? –tartamudeó Albert, sonrojándose–. ¿a qué te refieres?

La verdad es que necesito que me hagas un favor y quiero saber cuanto me cobrarías –comunicó la juguetona maga, confundiendo al inocente Albert.

¿Qué quieres que haga por ti? –preguntó Albert con el corazón exaltado, mirando a la joven de pies a cabeza, notando como la luz incidía sobre la piel desnuda de sus piernas y como se formaban sombras sobre la sotana que tomó del monje dormido–. ¡Oye, esa ropa no es tuya!

Ahora sabes como entré. Dime, ¿cuánto me cobrarías por una de tus consultas? Recuerda que me hiciste una gratis ya –consultó la desinhibida maga, tocando uno de los tapados pies de Albert, que se encontraban bajo las sábanas de la cama.

Albert retrajo sus piernas con una mueca de dolor, abrazando sus extremidades inferiores a su pecho.

Así que de eso se trataba –expresó desganado Albert, desviando la mirada y sobándose el pie dañado por el clavo que le atravesó en la tarde–. Consúltame sin más.

Pero dime cuanto me cobrarías –replanteó Blaze, esperando que no le pidiera cosas imposibles o desagradables después de atenderla.

Nada, no te cobro nada, nunca he cobrado nada, a nadie… –sostuvo Albert, recordando todo el tema con Leasoir, desanimándose aún más por el agrio recuerdo.

¿Por qué el desánimo? No me digas que esperabas algún tipo de ofrecimiento… –consultó Blaze, malinterpretando al muchacho, poniendo cara de repulsión.

Nada que ver, sucede que me enteré de que mis consultas han sido cobradas por mi superior, algo que se suponía era un servicio gratuito a la comunidad, y otras cosas que no vienen al caso –aclaró Albert, moviendo las manos con desdén, destapándose el pie herido para evaluarlo–. Creo que esto se va a infectar.

Mi error. Por tu forma de ser, debe doler el saber que fuiste traicionado por tus camaradas –comentó la maga, sin darse cuenta de lo punzante de sus palabras.

¿A qué te refieres? –preguntó Albert, sin entender el sarcasmo de la joven.

Nada, nada, olvídalo… Fea herida, si quieres puedo repararla para pagarte por la consulta –ofreció Blaze, viendo una oportunidad de obtener fácilmente su respuesta y para desviar la atención de Albert por la hiriente frase que le lanzó.

¿Puedes hacerlo? Acaso… ¿eres una bruja? –preguntó Albert, viendo como la mirada de la maga se volvía demoníaca al escuchar tal denominación–. Hechicera, quiero decir, hechicera…

Sí, puedo, ¿tenemos un trato? –preguntó Blaze para confirmar, poniendo paños fríos a la situación de elección errónea de calificativos para con ella, olvidando que ella lo trató de similar manera hace poco rato.

Por supuesto, la verdad es que me duele un poco el pie –confirmó Albert, sonriendo.

¡Sí! –exclamó la maga, empuñando su mano derecha–. Pásame el pie.

Blaze utilizó el hechizo Regeneration, haciendo que la herida se cerrara completamente, cesando la molestia de Albert, mientras pensaba en el poco aguante del muchacho, tenía suerte de vivir dentro de esas murallas, fuera de ellas no duraría más de un día.

¡Gracias, Blaze, quedó como nuevo! –exclamó alegremente el muchacho, tocando su reconstituido pie, como si se tratara de un juguete nuevo–. ¿Ese es tu nombre verdadero o es sólo un seudónimo?

¿Qué te importa? –dijo Blaze mirándolo con el ceño fruncido–. ¿puedo realizar mi consulta ahora?

Sí, sí, claro… –respondió Albert, acobardándose frente a la respondona maga.

Quiero saber donde debo dirigirme para lograr encontrar a alguien capaz de sentir poderes mágicos a gran distancia –explayó Blaze, agarrando nuevamente el pie de Albert.

Ya sabe que debe tener contacto físico conmigo para realizar la consulta… –denotó Albert, cerrando los ojos, concentrándose en la petición de la maga–. Es una consulta muy específica, ¿qué estás buscando?

Limítate a responder lo que se te pregunta, no necesitas saber más –respondió Blaze, apretando los dedos del pie agarrado como amenaza de algo peor.

Perdón, perdón, no me inmiscuiré en tus asuntos, sólo es para responder de forma más clara –aclaró Albert, aguantando apenas el apretón recibido.

Albert se concentró, o al menos eso intentaba, abriendo los ojos cada cierto tiempo, observando a Blaze, que también había cerrado los ojos, esperando la respuesta a su pregunta. Sentada de esa manera no se veía amenazante, irradiando una sublime felicidad con una disimulada sonrisa, la que fue interrumpida por la muchacha para preguntar el porqué de la demora.

Discúlpame, estoy acostumbrado a que me toquen las manos para realizar esta tarea, me encuentro fuera de foco con tu mano sobre mi pie –explicó Albert, ofreciendo la mano a la joven.

Tampoco es que ande por la vida agarrándole los pies a la gente –replicó Blaze, recordando la curación de juanetes realizada hace poco, limpiándose las manos en la sotana que tomó prestada y sosteniendo la delgada extremidad superior del joven oráculo.

El oráculo retomó su meditación, olvidando para quien realizaba su trabajo, sumergiéndose en la oscuridad que siempre le traía las respuestas solicitadas. Blaze sintió un incremento en la energía mágica del muchacho, haciéndole abrir los ojos de repente, sabiendo que la contestación venía en camino.

Pasos te dirigirán a distintas direcciones e independiente de donde te lleven, sonrisas te generarán; pero de nada te servirán, ya que lo que buscas ha dejado de palpitar hace años… –versó Albert, abriendo los ojos, observando la perpleja cara de Blaze, que no acababa de entender las palabras recitadas.

Pregunté por el lugar, no por lo que sentiré al llegar allí –reclamó la maga, sintiéndose timada.

No funciona así, cuando una respuesta me llega, no es en forma de visiones, sino que en otro tipo de sensaciones –describió Albert–. En este caso sentí tus pasos viajando infinidad de millas, sintiendo la presencia de personas que te harán sentir complacida, pero que luego te desilusionarán, acallando y endureciendo a un corazón como una fría roca.

Espera, ¿quieres decir que eres una especie de… oráculo… ciego? –preguntó Blaze, cuidando de elegir correctamente las palabras a utilizar.

Si quieres llamarlo así, sí, eso soy –respondió Albert, dándose ínfulas, sabiendo de buena fuente que sus predicciones se cumplían en su totalidad, si eran bien interpretadas.

¡Eres un pedazo de inútil! –gritoneó la maga, levantándose de la cama, abriendo la puerta de la habitación y saliendo de esta–. ¡Debí curarte después de tener la respuesta!

Albert salió tras la maga que gritaba desaforada, intentando atenuar su furia, subiendo juntos los peldaños de la escalera que comunicaba el subterráneo con la primera planta del recinto, encontrándose de frente con algunos monjes despiertos y armados con escobas y cuchillos sacados de la cocina, mientras que otros yacían durmientes sobre el piso. Blaze los observó con enojo e intentó encender las bolas aturdidoras que lanzó al entrar en el monasterio con un chasquido de sus dedos, pero éstas estaban sumergidas en el recipiente que utilizaban para fregar el piso, produciendo un burbujeo en el pantanoso líquido que llenaba el receptáculo.

Mataré a estos insolentes –afirmó Blaze, formando una luminosa Fire Ball frente a su mano derecha, apuntando a los temerosos hermanos.

¡No los hieras! –gritó Albert, levantando el brazo de la maga, haciéndole lanzar el hechizo al techo del recinto, golpeando las vigas, lo que hizo que una densa cortina de polvo cayera sobre todos los presentes–. Sígueme.

Albert intentó guiar a Blaze a la salida del monasterio mientras eran buscados por los hermanos armados, pero la polvareda los desvió a la sala de rezos, lugar en el que se encontraron a Leasoir, quien salía de la habitación para ver averiguar la razón del estruendo producido por el hechizo lanzado por la maga.

Señor Leasoir –dijo Albert, saludándolo, casi impactando al hombre en su torso.

¿Qué sucede aquí, Albert?, ¿por qué estás empolvado?, ¿quién es está mujer? –preguntó Leasoir, retrocediendo ante la imponente figura de la maga, tosiendo por el polvo en suspensión.

¿Lo que veo allá es dinero? –preguntó Blaze, observando una gran bolsa llena de monedas de distinta denominación dispuesta sobre una mesa, brillándole los ojos ante la cuantiosa suma–. Debe ser del dinero que cobró por tus servicios, Albert.

¿Señor…? –interrogó Albert, percibiendo cierta incomodidad en la cara del sacerdote al escuchar las palabras de Blaze, percatándose de cómo se agolpaban los monjes armados detrás de ellos–. ¿Dónde obtuvo tal cantidad de dinero?

No es lo que piensas, Albert –dijo Leasoir, intentando ganar tiempo para inventar una explicación.

¿Cree saber que estoy pensando? –preguntó Albert, mirando hacia atrás a la callada Blaze, que ahora estaba mirando la escultura del único ser divino con cara de interpretación.

Albert comenzaba a ganar confianza en sí mismo como para enfrentar a su superior por haberlo utilizado todos estos años para ganar dinero, pero la conversación fue interrumpida por una viga que se desprendió del techo producto del impacto del hechizo lanzado por Blaze, la que cayó sobre un desprevenido Leasoir, matándolo en el acto.

Mierda –dijo mentalmente la maga, aproximándose al oráculo ciego.

¡Señor Leasoir! –exclamó Albert, lanzándose en dirección del occiso, siendo detenido por Blaze, que lo jaló en la trayectoria opuesta.

La hechicera corrió con Albert sobre su hombro, quien no dejaba de gritar el nombre del religioso muerto, pasando por entre los hombres armados, los que no reaccionaron ante la huida de los jóvenes, atónitos por la repentina muerte del hermano Leasoir. Cuando salieron de su estupor, se precipitaron gritando a la calle, pidiendo ayuda a los habitantes de la pequeña ciudad.

¡Un año de consultas gratis a quien encuentre al oráculo, ha sido raptado por una malévola bruja! –gritó un airado sacerdote, con una cuchilla en la mano–. ¡Al que traiga la cabeza de la desgraciada, dos años gratis de consultas!

Los jóvenes fugitivos se desvanecieron en la oscuridad, sus captores les perdieron la pista en un par de horas, finalizando temporalmente el rastreo para dar el descanso final al aplastado Leasoir. Blaze y Albert se escondieron en las afueras de la ciudad, pero el acongojado oráculo se separó de la culposa maga, dejándola sola en su refugio, caminando sin rumbo fijo desde ese momento.

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Albert se escondió entre unos arbustos salvajes que crecieron alrededor del cementerio dispuesto detrás del monasterio, lugar en el que todos los habitantes de la ciudad iban a parar cuando les llegaba la hora, lo que no sería distinto para Leasoir. Asistió desde lejos al funeral de su superior, esperando a que todos los presentes se retiraran al interior de la abadía, dejando un par de horas extras para asegurarse de que no le vieran acercarse a la tumba, pudiendo recién aproximarse cuando el sol de la tarde se posaba en el horizonte.

Perdóneme, perdóneme, no quise que esto terminara así… –sollozó Albert, arrodillándose frente al sepulcro, con lágrimas en los ojos.

Blaze apareció desde detrás de la esquina de una casa, había estado siguiendo todo el día al destrozado oráculo, caminando lentamente hacia él.

Albert –dijo la hechicera, posando su mano en el hombro del joven–. Quiero disculparme contigo, de no ser por la Fire Ball que lancé, nada de esto habría pasado. Siempre que me enojo prometo que mataré a medio mundo, y…

Albert se levantó del piso, dándose la vuelta, quedando frente a Blaze. Se secó las lágrimas con la manga de su camisa, mirándola directamente a los ojos, sonriendo tristemente a la maga.

Ahora lo entendí. El artefacto que estás buscando es el corazón del único ser divino, te será imposible encontrarlo si te empeñas en sentir su emanación mágica, porque no tiene, ha dejado de latir, no tiene vida –dijo Albert, explicando la revelación que le hizo la noche anterior, dejando a Blaze estupefacta.

Dos caminos vuelven a separarse, Albert se aleja dejando atrás a Blaze para comenzar a vivir su vida por su propia cuenta. ¿Podrá nuestra hechicera encontrar el corazón del único ser divino encomendado por Echleón? Esto y mucho más en el próximo capítulo de BLAZE!

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