El tren de la utopía de mi vida me ha llevado consigo al jardín de la ciudad de la poesía, mi poesía. Ahí la conocí, tenía su alameda decorada con un puente un tanto peculiar que incitaba al suicidio o daba vida, aún no lo descubría. Desde el vagón veía su puerto, veía una novela tan creíble, desde el andén ella gritaba: «Quédate». Casi por telepatía me conectaba al laberinto de sus pensamientos, sus ruidos los escuchaba en todas las emisoras. El mundo era desastroso,ella me entendía, escribía una canción y su voz a mi unía. Acabé curado de los amores vacíos de alfombra sin forma; nuestros ojos lo logran ver, el rompecabezas estaba completo, el hilo tenia sus dos lados atados, adiós a los incendios descontrolados.

Por el andén él corría, con su corazón desgarrado por el amor que ella no confesó, decidió irse sin despedidas alegres de verano, él guardó un beso de silencio que ella nunca escuchó. Quizá la monotonía mató este amor o fueron las manos de este melómano que la musica en ti cansó, no era una película pero que bien actuaba la muy soga. Te conocí por suerte pero lo que fácil viene, fácil se pierde. Ahora nuestro sueño de vivir juntos se consume, por su avaricia de querer un hombre con la billetera llena de monedas en vez de a uno con el corazón lleno de sorpresas. El jodido amor y su desvarío.

«Una vez que una mujer te da la espalda, olvídala: te aman y de repente algo se da la vuelta. Te pueden ver muriéndote en una cuneta, atropellado por un coche y pasarán a tu lado escupiéndote.» – Charles Bukowski

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