Terminé de comer y un trueno hizo retumbar mis huesos. La lluvia se colaba por la puerta como se meten las moscas cuando no hay alambrera. Hasta mis pies estaban mojados. Suspiré. Los mágicos olores arremolinados en los pequeños murmullos del viento eran lo adecuado para acompañar mi llanto. Me habían atravesado y no sabía...