Una tarde, en un banco de mi amado pueblo, observaba cómo el sol daba por terminado el día. Con el paso del tiempo, una chica se acercó y se sentó a mi lado. La miré con arrogancia, y ella sonrió. Me pregunté: ¿cómo pudo hacer eso? Sin embargo, no le dirigí la palabra y continué...
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         Ana Maria
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