Si eres de esas personas que presta atención a los detalles probablemente alguna vez te ha sucedido que sin razón aparente recuerdas a alguien, a una persona que ya no está en tu vida de forma recurrente, tal vez por un sitio que visitaste, alguna frase que escuchaste, un olor que percibiste, una situación o ve tú a saber qué pero le recuerdas y poco tiempo después (días o posiblemente horas) recibes noticias de esa persona; estabas en la plaza y la encuentras, o un amigo te la menciona, o ves alguna publicación en redes después de no haberlas visto en mucho tiempo. En mi caso fue una llamada, apenas unas horas antes por alguna extraña razón que no tengo clara la recordé y por la tarde atónito recibo su llamada.
—Hola ¿Hannah?
— Hola Isaac ¿es tan sorprendente escucharme?
— No, no es eso, es que… —Intenté terminar la frase, pero me interrumpió.
—No, no te preocupes. Entiendo, hace mucho tiempo que no sabemos uno del otro y repentinamente te llamo, debe ser sorpresivo.
Hannah fue mi amor de colegio, mi amor adolescente, mi amor, aunque no sé si realmente podría llamarle así, nunca tuvimos una relación de noviazgo, pero siempre estuvimos enamorados el uno del otro y ambos lo sabíamos, mientras estábamos con otras personas. Recuerdo claro cómo la conocí, era sábado y tuvimos que ir a la escuela a seleccionar nuestras actividades extra académicas. Ella estaba sentada en una jardinera recargando una vieja guitarra en sus piernas, tocando una canción que era de mis favoritas. Yo que por aquellos días no tenía la timidez de hoy ni la seriedad que a algunos nos va dejando la adultez, me acerqué y le hice un comentario como si creyera que a ella le importaría.
—Esa canción me gusta mucho. —Levantó su cara hacia a mí sin dejar de tocar.
— ¿Te gustaría cantarla conmigo?
— Ah no, disculpa, la verdad es que no se me da cantar, pero se me da escuchar y me gustaría mucho seguirte escuchando.
No puedo decir que tenía la voz más bella que he escuchado, pero puedo decir que su voz me había hecho sentir algo que nadie más y cuando lo pienso en retrospectiva, me pregunto si con aquella pregunta no hablaba de cantar en el sentido literal de la palabra, era la primera vez que hablábamos y me invitaba a cantar con ella aquella canción. Si has tenido uno de esos momentos sabrás que realmente se trata de sentir y no de pensar.
Mientras estaba con ella al teléfono me pasó por la mente decirle que por la mañana la había recordado, pero aún no procesaba bien los eventos.
—Pues, a decir verdad —dije dubitativo— sí me ha tomado por sorpresa.
—Entiendo, bueno no pretendo quitarte mucho tiempo y seré directa. Me gustaría verte. Así que quisiera saber qué piensas tú. ¿Podríamos vernos para charlar una de estas noches?
—Vaya, eso es aún más sorpresivo —seguía atónito— pero claro, siempre es bueno vernos y actualizarnos. ¿Cuándo te gustaría que fuera eso?
—Sinceramente no pensé mucho en los detalles, de hecho, no pensé mucho, solo tuve ganas de hacerlo y no quise posponerlo, así que dime cuando estás disponible y trataré de ajustarme.
—Pues estoy disponible el día de hoy si quieres puedo pasar a tu casa.
Es curioso, hay personas con las que, aunque pase el tiempo el vínculo se mantiene intacto, como si no dejaran de verse, ese tipo de vínculo en que las palabras sobran, todo se trata de algo más. Quedamos para vernos ese día en la noche. Hannah se había casado un par de años antes y se había mudado a una casa grande a las afueras de la ciudad. Lo sé, en este punto de la historia podrías estarte preguntando para qué una mujer casada quería ver a un viejo amigo, o tal vez más que amigo con tanta urgencia, la vida de las personas a veces es mucho más compleja de lo que aparenta. Es una tremenda simplificación de la biología decir que la vida es nacer, crecer, reproducirse y morir, pero a veces por razones de tiempo y espacio hay que ahorrarnos explicaciones.
Era una noche tremendamente estrellada o quizás era que a las afueras de la ciudad un poco alejados de la luz y el resto de contaminación podían verse más y mejor las estrellas, o quizás solo es eso que dice Bennedetti acerca de que hay personas que te hacen ver las cosas con otros ojos. Llegué con expectativas simples o al menos eso creía, realmente me daba mucho gusto verla y esperaba que tuviéramos una conversación de amigos, de dos viejos amigos que quieren saber que el otro está bien y tal vez recordar un par de anécdotas en el transcurso.
Nos saludamos con gusto, me invitó a pasar a su patio y nos sentamos en un par de sillas mecedoras de esas que dejan claro a qué ritmo vives la vida, si buscas aventura y emoción o te dejas llevar en busca de paz y tranquilidad, regularmente cuando pequeños iniciamos con la aventura y con la edad bajamos el ritmo, salvo excepciones hablando de mecedoras claro. Ese momento preciso me recordó un día en la casa de sus padres, ella había estado enferma por lo que no podía asistir al colegio, pero el grupo de amigos decidió ir a verla una vez que pudo recibir visitas. Comíamos todos en su mesa cuando ella se levantó y se fue en un momento de la conversación en que nadie prestó mucha atención o posiblemente hicieron como que no, entre amigos, aunque no se digan las cosas todo se sabe. Por supuesto me levanté y la seguí, sus padres tenían un jardín en el patio de atrás y en el uno de esos columpios de madera en forma de futón, ahí estaba sentada ella con su vieja guitarra y cantando aquella canción, me atrajo como en esas historias en que las sirenas atraen a los marineros con su voz y me senté junto a ella. No hablamos, ella tocaba, cantaba y de cuando en cuando, levantaba la vista y me regalaba una sonrisa a tono con la canción o una mirada que no puedo describir porque el lenguaje de los ojos no se puede poner en palabras.
—¿Te gustaría tomar algo? —Su voz me sacó de mi ensoñación.
—Muchas gracias, estoy bien. —Busqué la guitarra con la mirada, pero no la encontré.
—¿En qué estabas pensando? —Me miraba con picardía—. Te veías concentrado, pero feliz.
—Pues solo pensaba que aquí se ven mucho mejor las estrellas, uno se olvida que existen, pero momentos como este te lo recuerdan.
—Pensar siempre fue lo tuyo.
—¿Me lo estás diciendo como reclamo?
—Más bien era un intento de halago, pero ya que lo pienso bien, también eres muy intenso, así que, qué bueno que te das oportunidad de sentir.
—No siempre es fácil, ni uno, ni lo otro. ¿Qué días aquellos no? Sin tener tantas preocupaciones, básicamente nos dedicábamos a experimentar, a vivir en el estricto sentido de la palabra.
Guardamos silencio y volteamos al cielo, como preguntándonos que secretos nos estaba guardando aquella noche. Tras un momento comentó:
—El otro día estaba revisando mi galería y me encontré una foto tuya.
—No es posible, no creo que puedas tener una foto mía.
—Claro que sí, mira aquí está —dijo con confianza mientras me mostraba su teléfono.
—Ah ya veo, pero este no soy yo.
—¿Cómo? No entiendo, claramente eres tú.
—Mmm tal vez una mejor forma de decirlo sería… este ya no soy yo…
Me sonrió discretamente, de una forma que ella sabía que yo disfrutaba mucho y después dijo:
—Tienes razón, aquellos ya no somos nosotros. Hemos crecido, sin embargo, hay cosas que nunca cambian ¿no lo crees?
Iba a contestar, pero me regaló una de esas miradas y solo pude sonreír. De nuevo guardamos silencio.
—¿Sabes qué es una asíntota?
Dijimos ambos al mismo tiempo. Nos vimos el uno al otro sorprendidos por un instante y luego reímos a carcajadas.
—Claro, me he encontrado una publicación esta mañana, describía la asíntota como algo que se desea y se acerca mucho, pero nunca se alcanza. Recordé que vi tu foto hace unos días y decidí llamarte.
—Yo también me he acordado de ti esta mañana, sinceramente no tengo claro por qué, fue algo que sentí y ya.
—Es extraño, uno piensa que con la edad se adquiere claridad, pero al parecer no es así, más bien uno se va acostumbrando a no saber qué hacer.
La observé por unos instantes y noté el paso de los años en su rostro, pero su sonrisa era la misma, bajé un poco la mirada mientras le decía:
—¿Cuántos meses tienes?
—Por un momento pensé que no lo habías notado. Dijo sarcásticamente.
—Es difícil no notarlo.
—7 meses, no le falta mucho para conocer el mundo.
—Que afortunado. Espero no ser imprudente, pero ¿Eres feliz?
—Tú sabes que esa es una pregunta que no se contesta de forma tan simple. Pero en términos generales sí, soy feliz y tengo la vida que quiero.
—Eso pensaba, solo quería asegurarme. Muchas felicidades y espero que tu bebé nazca saludable.
—¿Y tú?
—Tú sabes que pienso que esa es una pregunta que no se contesta de forma tan simple. Pero no me puedo quejar. Una cosa que sí me ha dejado la edad es que, aunque no siempre las cosas salgan como queramos, hay que apreciar la experiencia, eso me hace feliz.
De nuevo guardamos silencio, nos vimos el uno al otro y aunque estaban ahí las palabras, de inmediato supimos que seguía, nos acercamos el uno al otro y nos dimos un cálido y profundo abrazo.
—Te quiero —me soltó.
—Yo también y me da gusto saber que estás bien —Le contesté.
Después de un rato de seguir actualizándonos decidí que era momento de irme, ella me acompañó hasta su portal, desde donde se quedó viéndome subir al automóvil. Me despedí de ella desde ahí, mientras al verla una vez más recordé algunas de nuestras experiencias, encendí la radio y justo sonaba aquella canción… una noche.
OPINIONES Y COMENTARIOS