Aquel día el cielo amaneció rasgado, una niebla gris cubría la ciudad mientras las gotas se hacían paso entre los edificios. Despertó con su cuerpo pesado, las cobijas la aplastaban como si el peso del mundo enmantara su cuerpo desnudo contra la cama. Una calma emanaba de la habitación mientras que la lluvia cesaba lentamente; a su vez en su cabeza los pensamientos se precipitaban, andaban como caballos desbocados por el fango, como un tren sin rumbo en línea recta. Podía escuchar el chasquido de las llantas de los carros rozar el asfalto mojado. Las ganas de llorar la inundaron, pero su cuerpo ya había derramado lagrimas a caudales, le era imposible dejar brotar una más así quisiera y no había peor sensación que esa.
Había pasando tanto tiempo caminando sin pensamiento alguno, tan solo sintiendo la brisa en la cara, apagando y encendiendo un día a la vez sin casi recuerdo alguno, pensaba en vivir absorta en cada día sin que fuera trascendental nada, ni nadie. No pensaba en que sus historias quedaran escritas y tampoco la desvelaban; Yacía inmóvil aún.
Se sentía como si hubiera quedado atrapada entre un capítulo de su propio libro, leyendo las mismas páginas en donde solo cambiaba el nombre de los personajes. Aveces imaginaba conversaciones con palabras que nunca iba a poder decir, le ponía nuevos rumbos a los caminos tomados y fantaseaba con el destino de los que estaba por tomar. Inquiría sobre temas sociales, no solo porque le indignaban si no porque escribir de las injusticias sociales le dolía tanto como el capítulo en el que se encontraba y de alguna manera era una forma de poder salir de este por un momento. Ahora no podía dejar de escribir, sin darse cuenta tenía repleta una pared de pequeños pedazos de papel en donde a mano escribía aquellas cosas que luego llevaría a las redes o que quizás terminarían más tarde en la basura; se negaba abandonar el papel rasgado, repisado, con tachones y tinta de colores, no podía migrar a la era digital del todo.
Había logrado mover sus piernas, sintió el roce suave de la cobija de algodón, un calor empezó a circuir su cuerpo, podía sentir el aire frío que desprendía la mañana entrar hasta su pecho. A medida que repasaba los eventos de su vida, había empezado arrogarles un significado, añoraba los días en que los sentimientos se evaporaban como una llovizna en un día soleado que apenas logra rozar la tierra; pero en sus días las intensas lluvias habían logrado abrir grietas en diferentes direcciones y profundidades.
Un rayo de sol se hizo paso por entre las nubes y luego por sus persianas apuntando a sus recortes. Se puso de pie dispuesta a seguir dejando su corazón en sus convicciones esta vez sus lagrimas atrapadas daban un nuevo brillo a sus ojos, quizás sus experiencias solo eran para dejarle brotar letras, quería buscar la manera de compartirlas y tenía tantas por contar. Intento recordar algunas viejas historias de su niñez y adolescencia. Podría empezar por las más intensas como cuando estuvo en medio de un tiroteo, el día que la persiguió aquel ladrón por el centro de la ciudad tras las candongas de oro que le había regalado su padre y colgaban esperando no terminar arrancadas de sus orejas, o el día que tras una fiesta su amigo fue herido con un cuchillo cuatro veces y como caminaban recordando algunas otras viejas historias entre ellos para tranquilizarlo mientras caminaban al hospital y la sangre bajaba por su espalda en medio de la madrugada. Podría hablar de algunas otras que no la enorgullecían tanto como el día que arrebatadamente lanzó a viajar un tenedor desde el otro lado de la mesa directo al ojo de su hermano tras cantarle aquella canción que le había compuesto a ella y que tanto le molestaba, por fortuna le dió en la ceja; o tal vez aquellas historias de su abuela y el día que le dislocó la espalda a la vieja sin querer, por lo menos así lo hizo parecer ella. Se detuvo a pensar en aquellos días en los que no era tan permeable a sus emociones pero menos palpables eran los recuerdos y más le costaba hilar una idea para plasmarla en el papel.
Se dirigió hacía la ventana y abrió la persiana mientras un color naranja tiño sus paredes blancas, se detuvo atesorar ese atardecer como nunca antes lo había hecho. Ahora podía percibir los cambios que constantemente habían en cada breve lapso de tiempo por eso quizás algunos los sentía como eternidad. Vío que el asfalto todavía permanecía un poco húmedo, siguió con su mirada las grietas que habían en este buscando la trayectoria del agua y se percató de aquellos depósitos de agua que aún quedaban formando pequeños espejos de agua con el sol resplandeciendo sobre ellos; podía ver su cara reflejarse a lo lejos en uno de ellos justo debajo de la ventana y se quedo parada ahí hasta que se terminó por evaporar cada uno de ellos. Al final sus piernas quedaron inmóviles por haber estado de pie un prolongado tiempo pero de a poco fue dando pasos a la vez que sentía un intenso cosquilleo desde los pies a la cintura, llegó al escritorio, tomó el lápiz y empezó a escribir de nuevo.
Ese día aprendió que aunque tengamos que leer una y otra vez las mismas páginas, aunque vuelvan a brotar gotas de los ojos y aunque un torrencial se vislumbre de nuevo a lo lejos, ni su intensidad al caer, ni las grietas, ni la trayectoria del agua, ni los depósitos, ni los espejos, ni el mismo sol reflejado sobre ellos van a ser los mismos; pero siempre al final va haber un cielo azul reflejándose y un tiempo variable en hacer desaparecer cualquier indicio de que hubo agua. A medida que escribía ya no sentía el mismo crujir de sus dedos, los cuales siempre comparaba con madera vieja, escribía y sentía como se disipaba el frío desde sus dedos, haciéndose camino por cada ranura de su cuerpo y abrigando su nostalgia, había aceptado sus eventos transitorios, había admitido que como el trayecto del agua en el suelo de aquella calle levemente empinada el futuro es irresoluble y lo que finalmente nos construye es trasformar esas vivencias en experiencias, pues es justo allí cuando dejan de ser un cúmulo de sucesos y caminamos con un significado.
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