Ella se levantó agitada, decía que había tenido un sueño terrible, una pesadilla, en la que estaba yo, y que no podía quitársela de la cabeza. Yo estaba a su lado, todavía revuelto entre las sábanas, intentando adecuarme a la luz. Ella empezó a mover su almohada, a quedarse pensativa de tiempo a tiempo, sentada, mirándome a mí a veces, otras veces por la ventana entreabierta. Era verano, recuerdo que los días eran buenos y yo me iba de viaje esa misma semana, en el aire había un tacto a frutas y poca gente por las calles. En la habitación olía a tabaco, y a ella.

Ella me dijo: “Pablo, he tenido un sueño, uno terrible”.

Yo le dije, “sólo ha sido un sueño, ya sabes que los sueños, sueños son”.

Acto seguido quise abrazarla para seguir durmiendo, era viernes, no tenía clase, podríamos pasar la mañana juntos, levantarnos tarde, con pereza, desayunar pan con tomate, fumar un cigarro con un café, hacerlo con calma, lejos de tener prisa o tener que estar en otro lado.

Pero ella no me dejó. Me dijo: “ha sido terrible”.

La verdad es que nos estábamos recuperando. Ella era un amor verdadero. Un amor de una vez, pero como todos los amores verdaderos normalmente no sólo traen cosas buenas. Los amores verdaderos son cosas únicas unipersonales, es algo que uno siente por otra persona y que para esa persona sólo es una carga, puede querer jugar con ella y ser feliz o puede simplemente ser él mismo, y un día jugar, otro estar triste, y otro estar más triste, y derrumbarse como se derrumban las personas. Ser un amor verdadero no te impide ser humano, lo más normal es que implique convertirse en condena.

O lo que es lo mismo, ella era mi femme fatale. Yo sabía que amarla era mi única manera, pero también que acabaría conmigo, con mis nervios, con mis ganas de dejar de fumar, y con todo lo demás.

Y hasta aquí habíamos llegado. Nos habíamos separado varias veces, nos habíamos vuelto a juntar varias veces, y habíamos trenzado cables entre nosotros que negaban a soltarse y otros que se soltaban sin parar. En los últimos meses nuestras recaídas en la esperanza de que podríamos ser felices juntos eran inconstantes, cada vez más cortas.

Este era el enésimo intento. Yo la había invitado a pasar unos días a mi casa, ella había venido, había tenido miedo de que no funcionara, y por eso no funcionó. Habíamos discutido la noche anterior, pero había sido una discusión buena, sentados en el suelo, cansados de nosotros mismos, honestos, pero no terribles. Habíamos hablado de sus manías, de su forma de cortar la cebolla y de mis formas de conducir, siempre con un brazo en la ventilla. Me dijo que fumaba demasiado, yo le dije que era verdad, pero que pararía, que por ella pararía, y era cierto.

Cuando me dijo que “ha sido terrible”, me dolió, yo sólo quería seguir abrazado a ella, ella era suave, y a mí eso me gustaba, me gustaba mucho, más que nada en esta vida. También era bonita, muy bonita, y tenía un timbre de voz, que a veces alargaba las palabras y con ello las sensaciones.

“He soñado que me dejabas, que me decías que ya no me querías” me dijo.

Yo abrí los ojos y me quedé callado.

“He soñado que te decía Pablo, yo te quiero, y tú te callabas”. Hubo una pausa, me miró fijamente, estaba muy bella, a contraluz, con todo el pelo revuelto de sentirse libre. “Te callabas Pa, te callabas como te callas ahora”.

Y es verdad, estaba callado. Todavía estaba en la en otro sitio, para mí en ese momento eran importantes la luz de verano, lo suave que era ella y que fuese un día tranquilo. No dije nada y me puse a fumar. En verdad estaba nervioso. No sabía cómo luchar contra un sueño, así que sin querer, me hice parte de él. Siempre había querido ser un sueño, pero nunca de ese tipo. Uno no puede querer ser una pesadilla, quiere ser un héroe, de esos que salen en las películas, que aparece en el momento justo y se queda hasta el final, que era otra cosa que nos faltaba a nosotros.

Entonces ella empezó a hablar de nuevo, empezó a hablar mucho y muy de carrerilla, me decía que su sueño tal y su sueño cual, yo no lo recuerdo. Me dijo algo así como que era verdad, que su sueño era verdad y que yo no la quería, que todo este tiempo de rompernos había hecho que lo bonito despareciera, y por eso la iba a abandonar y por eso me callaba.

Yo no estaba callado, estaba fumando y estaba intentando no escucharla a ella. Estaba intentando no recordar nada de lo que me estuviera diciendo. Intentaba que eso no pasara. La miraba a ella, y miraba por la ventana, hacía un azul nostálgico en un día de agosto. Me acuerdo que me fumé un cigarro y luego otro, y luego otro, y casi no tiré ceniza sobre las sábanas. Recuerdo que ella llevaba una camiseta azul, sin sujetador, y abajo sólo ropa interior negra, casi de encaje, muy bonita.

Recuerdo que quería irme a hacer malabares, quizá con algunas naranjas de la cocina, o con tres tazas de plástico. Me daba igual, mientras fumaba callado la miraba a ella, y a sus palabras, y pensaba en hacer malabares. Igual así se reía, porque ahora no se estaba riendo, su cara no era de reírse. Era una cara que había visto otras veces, y que temía. Era una cara que no ponía en las fotos, una cara con la que no saludaba a nadie, era una cara que sólo significaba que yo tendría que seguir fumando, intentando no tirarme la ceniza por encima.

Entonces ella dijo, “Es que es verdad Pablo, con todo lo que te he dicho, y no has dicho nada, dime que me quieres por favor”.

Y yo la quería, la quería de verdad, la quería como se quiere a un amor único y la quería para toda la vida. Pero no dije nada.

Me hice parte de su sueño, que es lo que ella quería. Me convertí en sus fantasmas, cansado de luchar contra ellos me uní al bando enemigo y ahí estaba, callado, diciendo palabras en silencio que ella quería escuchar, como que era verdad. Nadie te puede querer tanto, nadie te va a querer tanto, no vas a ser feliz nunca.

Así que no dije nada, pensé en hacer más malabares y en cómo podría ser mi vida si ella no estuviera diciendo todo eso. Convertido en sueño ensoñaba con fumar tranquilo mientras desayunábamos juntos y pegados, ella suave, bonita, dulce, utilizando el ruido justo para pedir otro abrazo o cinco minutos más de no pensar en nada y yo con ella, haciendo malabares con el tiempo que me quedaba antes de irme de vacaciones y así utilizarlo todo en no saber nada de nadie salvo de ella y de las nubes.

Pero claro, callado no se convence a nadie, y entonces los fantasmas hablaron más alto y yo no tenía hueco para más cicatrices. Así que el tiempo siguió siendo bueno, con el sol y las nubes en lo alto del calor del agosto en Madrid.

Ella se fue a la hora, alguien vino a recogerla y se fue.

No volvió nunca, y yo me quedé así, soñando, siendo un sueño que nunca tuve.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS