LA CONTIENDA
JAIRO MARTÍN DE LA FUENTE
Ninguno de los dos sabía exactamente como había llegado a ese punto. La vida da muchos giros, en ocasiones te pone ante situaciones difíciles y es en estas situaciones cuando el ser humano saca lo mejor o lo peor de sí mismo. Es esa nuestra elección ante los hechos. Pero a lo que estamos obligados como seres pensantes es al menos a plantearnos el por qué.
Un jardín de ramas ofuscadas, hierbajos recorren la silueta de la pared desdibujada. Una pared blanca de jardín burgués. La trastienda de una fachada que se mantiene en pie ante los escombros de toda Europa. Un sol políticamente ardiente que complace la mirada de dos protagonistas. Las nubes se ciernen en otros lares, cerca, muy cerca, pero despojan el lugar de cualquier tensión. En ese instante la calma se apodera del lugar, la calma antes de la tormenta. Aunque la tormenta hace tiempo que estalló en las cabezas de aquellos dos hombres.
Una mesa se interpone frágil entre los contendientes. Una mesa ligera, de una madera pobre que se humedece con las lluvias y abrupta su superficie dificultando así el apoyo del tablero. Dos sillas una frente a otra. Dos sillas solitarias que hace tiempo que no son acompañadas, que desde un tiempo a esta parte perdieron el apoyo de todo su mobiliario. Dos rebeldes de cuatro patas que distancian a los protagonistas, Uno a cada extremo del conglomerado de madera donde se sitúa el tablero. Dos ejércitos que se miran fijamente antes de la batalla. Siempre al límite, siempre buscando el horizonte del pensamiento, donde las contradicciones ajenas toman forma en lo propio. Ahí es donde les gustaba jugar. El calor de ese sol que pica, que hiere y lastima toda Europa hace de sus vestimentas lo más ligeras posibles. Como si ya no quedase nada que aparentar, todos se han quitado ya la máscara y ahora el baile esta en las fronteras y en poco tiempo en las calles de aquel Svendborg sumergido en la vergüenza.Un sol de descanso, un sol de tregua que arropa pero evidencia que la tormenta aún no ha concluido, es tan solo un reflejo de lo que será cuando todo acabe. Si es que aun siguen vivos. Un chaleco sin mangas pero con un as bajo ellas. Unos monóculos que esconden una mirada tímida de ojos negros hundidos sobre una cara cansada. Un pelo que hace tiempo que nadie cuida, no es necesario en la confianza del respeto mutuo, de la admiración por el rival que relaja lo más superficial para sumergirse en el fuego amigo.Unas manos entrelazadas, pensativas viendo como el peón avanza en dirección a la reina, buscando la manera de interponer al alfil en su camino. La mirada inquietante de su oponente que consume en un movimiento de sístole y diástole un cigarrillo también humedecido por la tormenta. Era difícil encontrar un buen cigarrillo. Tan solo estaban al alcance de los que se situaban fuera del ojo del huracán de los que movían pieza desde una silla, esta sí arropada de un gran mobiliario en tonos dorados del ocaso. Tras unos instantes el peón de su oponente avanza una cuadricula. El siempre fue más de peones que de alfil. Confiaba en que los peones eran más y si los organizabas de la manera adecuada podían destronar al rey. En la cabeza de su oponente solo se percibía la búsqueda de esa organización que pudiese acabar con el rey, la búsqueda del jaque mate desde el tablero, desde las piezas más básicas del juego, aunque años después descubriría que fue un imposible, tan solo el sueño de unos pocos. Se cruzan sus miradas, una violenta y poderosa, la otra de admirativa resignación. Mientras uno mueve ficha el otro se limita a comentar la jugada con displicencia. Una sonrisa cómplice entre ambos. Tras la sonrisa de nuevo la calma. Dos peones acechan a la reina y el alfil aguarda paciente su momento. Otra bocanada de humo inunda los pulmones de su oponente, mientras, el ya se ha percatado de la jugada. Sabe que no puede ganar pero tampoco perder. Sabe quién se cuestiona lo que sabe, Se indigna contra sí mismo, la lucha ya no está en el tablero. Ahora ambos se han percatado de que aquello terminará en tablas. Un final irónico dada su situación, aquello nunca terminaría en tablas, siempre hay un perdedor. Pero ahora se miran fijamente, la lucha esta ahora dentro de ellos. Pelean contra su propio pensamiento. Desafían su propio conocimiento, lo cuestionan con los parámetros del ajeno. Buscan en esta dualidad la respuesta a la tormenta que se acerca cada vez más. Retiran el tablero que ha demostrado que no sirve para explicar la realidad pues esta es mucho más cruda que el duro tablero de ajedrez. En el ajedrez tan solo hay dos colores y en aquel parís, ya se atisbaba el rojo. La realidad desde el tablero es tan solo un juego y los juegos son para los niños. La realidad ahora es la tormenta, el baile en las fronteras y todos aquellos invitados que miran despreocupadamente la partida desde la grada. Sus dos mentes se resignan a buscar la respuesta que quizá nunca encontraron. Dan por concluido el sistema y buscan la alternativa que pueda despojar las mentes del tablero con forma de mapamundi de aquellos aires que poblaron sus cabezas, aquellos aires de grandeza que hicieron minúsculo al ser humano.
Walter se levanta, la silla cae a sus espaldas, torpe, por el césped sin cortar. Ajusta sus vestimentas estirando el chaleco hasta la altura de la cintura y tiende la mano a su oponente. Bertolt sonríe, deja que su silla acompañe a la de su oponente en el césped húmedo. Ambas siluetas, erguidas, se estrechan la mano en señal de admiración. El sol, que alerta de la tormenta, dibuja su sombra sobre el césped, una sombra alargada e incompleta que rebasa la frontera de aquel patio burgués de 1934.
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