No entiendo nada, no entiendo por qué papá no para de llorar mientras nos habla, ni por qué Paquito ha dejado que le mate el zombi mientras jugábamos al Resident Evil. ¡Íbamos ganando la partida! Pero se ha quedado bloqueado, ha dejado de mover las flechas del mando mientras yo luchaba para que los zombies no fuesen a por él.
No entiendo nada. Quiero que papá deje de llorar, hoy hay colegio por la tarde y llego tarde. Solo quería jugar un rato antes de tener que soportar la clase de mates de la señorita Margarita, que eso sí que nos convierte en zombies todos los días.
– ¡Papá! ¡ya basta! ¡deja de llorar!
– Pero… ¿has escuchado lo que te he dicho cariño?
– ¡Qué sí papá! Pero llego tarde al colegio y la profe ya me echó la bronca el otro día por entrar tarde a clase.
Miro a mi padre, le doy un besito en la mejilla, le digo que no pasa nada y me voy corriendo al colegio.
¡Ups, por los pelos! Justo cuando entraba la profe estaba cerrando la puerta.
– Casi casi consuelo, la próxima vez intenta llegar un pelín antes anda.
– Vale profe.
María me mira al entrar en la clase y me hace gestos con la mano, siempre nos sentamos juntas y siempre me guarda el sitio. Somos amigas como desde hace un montón, nos conocimos en la guardería y de ahí hasta ahora, inseparables.
Hemos tenido nuestras peleillas pero siempre acabamos haciendo las paces.
Hubo una vez que casi dejamos de ser amigas. El chico que le gustaba a ella me mandó una notita en clase y se molestó un poco, pero yo la rompí delante suya y… ¡tan amigas!
Apuf. La clase de mates de hoy está siendo insoportable, ¡vaya coñazo las ecuaciones! Creo que es la asignatura que más odio de todas. Historia o filosofía se me dan mejor, mi profe Juan el de filosofía siempre me dice que se me dan bien las palabras y por eso cuando saco un diez me lo escribe con letras en vez de ponérmelo con números añade algo tipo: “palabras para la de las palabras”.
Toc Toc, Toc Toc. El director acaba de llamar a la puerta de la clase y entra directo a hablar con la profe Margarita. Cuchichean muy bajito, pero de repente noto como me miran los dos desde fuera. ¿Y ahora qué pasa? El último examen me salió bastante bien… ¡y nada de copiar! que eso se me da fatal.
– Consuelo, ¿puedes salir un momento?
– Claro Don Joaquín.
Todos me miran mientras salgo de clase un poco nerviosa, me sudan un pelín las manos.
– ¿Cómo estás Consuelo? ¿todo bien?
– Sí claro, ¿por qué?
– Ha llamado tu padre y nos lo ha contado todo.
– Ya ya, pero estoy bien.
Dentro de clase todos miran hacia mí mientras la profe Margarita les habla, incluso mi amiga María tiene lágrimas en los ojos. No entiendo nada.
– Consuelo, ¿por qué no te vas a casa?
– Estoy bien de verdad, no quiero irme a casa que además luego tengo clase de filosofía.
– Vale vale, pues quédate a la clase de filosofía, pero luego vete, anda.
Entro en clase, otra vez la mirada de antes proyectada por 30 de mis compañeros.
Y María claro, pero su mirada tenía lágrimas extra.
Me siento a su lado y noto que no sabe qué decirme, así que me adelanto.,
– ¿Hacemos juntas el trabajo de historia de la semana que viene?
– Sí, lo que quieras. Y si no puedes me puedo encargar yo de hacerlo por las dos.
– No, no, lo hacemos las dos, que me flipa la segunda guerra mundial.
La clase sigue tan normal, de vez en cuando noto como algunos me miran y hablan en bajito. No es la primera vez que cuchichean sobre mí, sinceramente no soy la chica más popular de la clase ni del cole, siempre estuve en el grupo de los normales.
La clase de la señorita Margarita termina y al rato entra el profe de filosofía.
Juan empieza la clase hablando de la teoría de la caverna de Platón, es de mis alegorías favoritas. Cuenta que había un grupo de personas que vivían en una caverna de la que no podían salir, y su realidad era solo las sombras de lo que pasaba fuera. Hasta que uno de los prisioneros se libera y se da cuenta de que las sombras no eran la realidad, que la verdadera realidad son los árboles, los pájaros, el sol…
Lo que más me gusta es la parte que viene luego, cuando el que se libera va a contarles a sus compañeros atrapados lo que ha visto, pero ellos no le creen, piensa que está loco e incluso intentan matarlo.
Es la que más me gusta porque refleja la realidad, lo que nos pasa a todos, lo incrédulos que somos a veces, viendo solo lo que queremos ver, sin ver más allá e incluso sin conocer más a las personas.
El profe empieza a hablar de otra cosa, pero yo me quedo en la caverna, dándole vueltas a los prejuicios que tiene la gente con las personas. De cómo piensan que conocen a los demás sin ni siquiera hablar con ellos. Realmente no me importa lo que piensen de mí en el cole o donde sea, lo que me enfada más es que ni siquiera se paren a conocerme, a saber más de mí.
El otro día llegó Fran a clase, Fran es uno de los chicos más populares de clase, siempre entra saludando a todo el mundo, súper sonriente y con sus miles de pecas por la nariz. Pero cuando entró ese día andaba cabizbajo, incluso parecía que la tristeza le había absorbido las alegres pecas. Yo pocas veces hablaba con él, pero no sé, sentí que tenía que hablar con él.
– Oye Fran, ¿estás bien?
– Sí no te preocupes.
– ¿De verdad?
– Bueno… no es nada, es solo que mis padres no están pasando por una buena racha, pero déjalo, estoy bien.
De repente uno de sus amiguitos le dio un cate en el cuello y ya dejó de mirarme y se empezó a reír con él.
Dinggg dinggg. La clase de filosofía ya ha terminado y no me he enterado de la mitad. Bueno, ya le preguntaré a María que he visto como pillaba apuntes sin parar.
Don Joaquín está esperando a la salida de la clase, no hace falta que me diga nada, cojo mi mochila y salgo. Sé que tengo que volver a casa, aunque no me apetezca mucho.
Mientras ando por los pasillos del colegio pienso en encerrarme en uno de los baños que hay al fondo. Simplemente cerrar la puerta y quedarme allí un rato, seguramente nadie se dé cuenta de que no estoy y no creo que pase nada. Pero veo de lejos a la profe Margarita que me mira desde la sala de profesores y espera a que salga por la puerta del cole.
Pues ala, ya estoy fuera, son las cinco de la tarde y no quiero ir a casa. Menos mal que de camino a casa paso por la playa, así me da un poco la brisa del mar.
Aunque sea enero hoy no llueve, solo hace un pelín de frío, así que me subo la cremallera del chaquetón y meto un poco cabeza en su interior.
Me siento en la arena y siento cómo el frío se me mete por el culo, y un poco de arena también. Pero no pasa nada, prefiero esa sensación que cualquiera otra ahora mismo.
Ahora que estoy fuera en horario de colegio se me viene a la cabeza la vez esa que hice peñas con María, Raquel y Lucía.
Decidimos un día no volver al cole por la tarde, era verano, así que nos fuimos directas a la playa después de comer en casa. Llevábamos escondidos en la mochila el bikini y los dos cigarrillos que nos fumábamos entre todas. Nos lo pasamos muy bien cotilleando sobre nuestros respectivos amores platónicos del colegio y leyendo la Super Pop.
Antes de llegar a casa tuve cuidado e intenté quitarme toda la arena que tenía por el pelo para que nadie se diese cuenta. Pero nada más abrir la puerta estaba mi padre esperándome con “la zapatilla que pica” en la mano. Era ver esa zapatilla y me entraban los calores. La “zapatilla que pica” era el utensilio que usaba mi padre conmigo y mis hermanos cuando hacíamos algo que estaba mal. Nos daba en el culete un poco… ¡pero te picaba el culo durante un buen rato!
Una gran bronca, un “no me esperaba esto de ti Consuelo” y lágrimas entre zapatilla que pica y zapatilla que pica.
Y aquí estaba de nuevo, en la playa, pero esta vez sin amigas y sin super pop pero con el mismo miedo de volver a casa.
Ha llegado el momento de subir a casa, de afrontar lo que viene ahora y de ser fuerte. No paraba de repetírmelo a mí misma mientras me sacudía los pies de arena sentada en el paseo marítimo.
Todo esto me viene demasiado grande, no quiero asumir todo lo que está pasando. Quiero creer que todo esto es mentira, que no ha pasado y que cuando llegue a casa no habrá cambiado nada. Que todo seguirá igual.
Antes de abrir la puerta de casa escucho a mi padre dentro hablando con mi abuelo.
– ¿Cuándo llega la niña Paco?
– Tiene que estar al llegar, he llamado al colegio y me han dicho que había salido hace un rato.
Pues allá voy. Abro la puerta de casa y voy corriendo hacia mi cuarto. No tengo ganas de hablar con nadie. Así que cierro la puerta corriendo y me siento justo detrás de la puerta.
– ¿Consuelo? ¿estás ahí?
– Sí abuelo, ¿qué quieres?
– ¿Estás bien cariño? ¿quieres hablar? Ábreme anda que tengo aquí una bolsa entera de pictolines de esos que te gustan a ti.
– Ahora no abuelo, salgo dentro de un rato.
– Vale cariño, estamos en la cocina para cuando quieras salir.
Me voy para la cama, me quito las zapatillas y me tumbo encima, parece que muy bien no me he sacudido los pies de arena.
Miro la foto que tengo en la mesita de noche en la que salimos todos, fue en el último viaje que hicimos a Tenerife. Salgo peleándome con mis hermanos mientras mi madre intenta separarnos.
Observo la cara de mi madre, con esos ojos marrones gigantes y con la cara de enfado que pone siempre que nos peleamos. Mi hermano Paquito me tira del pelo y mi hermano Alex me agarra de la pierna.
Y pienso que quizás deberíamos habernos portado mejor con ella, que las últimas semanas cuando estaba más débil deberíamos haberle dado más besos, más abrazos. O que el día ese que cogió un boli y un papel y empezó a escribirme una carta debería haberle prestado más atención, en vez de corregirle las faltas de ortografía que tenía.
Ya está, acabo de asumir algo que no quería asumir. No quería volver a casa para no tener que darme cuenta de que mi madre ya no está, que mi madre ha muerto.
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