Su barba y su melena expuestas al viento se agitaban mientras las ruedas del viejo Corsa se desgastaban por el asfalto.
Después de unos doscientos kilómetros y varios avisos del indicador de combustible, paramos en una gasolinera en una zona casi desértica.
A través del espejo retrovisor, pude observar que comenzó a llenar el depósito mientras el empleado de la gasolinera se acercaba. Maldita su suerte.
Entró de nuevo en el coche y, antes de arrancar, me miró con altivez.
-Aflójame las esposas.- le rogué.
Omitiendo mis palabras, metió primera y pisó a fondo.
OPINIONES Y COMENTARIOS