Su barba y su melena expuestas al viento. Cinco semanas sin profanar la calle para descubrir que su perilla empezaba a ser blanca y su cabello había perdido fulgor. Se escapó. Consiguió escalar hasta allí sin ser notado. En su habitación solo había una ventana, una maldita ventana desde la que había visto asomarse el día treinta y cinco veces. Engulló aire fresco. Desplegó su cuerpo y aulló hasta que escuchó las sirenas.

Lo cogieron entre cuatro y lo volvieron a sentar delante del cristal. Esta vez con una camisa de fuerza.

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