Su barba y su melena expuestas al viento eran para él sensación de libertad.

Furtivamente, había partido para enfrentarse a la vida. Surcaba el océano en su velero, sin puertos dispuestos a recibirle. El azul del rabioso mar se continuaba con el cielo. Cielo por momentos gris, tardes de naranjas. En las negras noches, las estrellas y la luna iluminaban el surco plateado del barco al avanzar.

Aquella maldita epidemia había destruido todo lo que amaba.

Navegó y navegó, buscando el canto de las sirenas, durante días. Sin embargo, aunque quería dejarse llevar, Ulises solo escuchó su aterrador silencio.

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