Su barba y su melena expuestas al viento confirmaban que el retratista tenía buen pulso. Que pesado se puso aquel artista callejero insistiendo para hacerle la caricatura en ese momento. Faltaban dos horas para coger el avión. Nadie sospecharía del modelo estático. El caricaturista de mirada astuta seguía ensimismado en la tela haciendo caso omiso a los que corrían alejándose rápidos. ¡Victoria! Le voló la mente al instante en que pilló desprevenido al marchante al que dejó sin vida. 30 euros pagó gustoso por la tela. Al llegar al aeropuerto los vio. Teniente y retratista lo esperaban. Alea jacta est.
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