Su barba y su melena expuestas al viento, su cuerpo apolíneo se trasluce bajo su túnica de lino. Camina con seguridad en nuestra dirección.
—“¡Mierda! Que no pueda pasar a solas un momento con mi mujer”. Pienso con disgusto.
Saco pecho y hundo mi estómago para hacerle frente.
Se acerca con esa sonrisa inocente que me obliga a bajar mis escudos.
—Eva, te invito a la sombra del gran árbol. Hay algo que quiero mostrarte.
Y se van como si nada.
—Hay algo que quiero mostrarte— le imito indignado —¡Maldito!.
Me alejo rumiando impotencia— ojalá que solo sea la manzana.
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