Su barba y su melena expuestas al viento, en proa de un barco de papel. Los brazos abiertos, el cuerpo en aspa, los ojos cerrados. El aire salado mojándole entero. Gotitas del mar surcado saltaban alegres intersectando en su ropa blanca.
Así se marchó, una mañana de abril. Salió pronto de casa, antes de que el sol se viera siquiera. Descalzo por la arena del jardín llegó a la playa donde el barquito le esperaba. Sin capitán ni rumbo embarcó. Enfadado y feliz a la vez, tozudo y triste.
El viaje hacia el naufragio era su ilusión y su sino.
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