Él ya estaría tomándose un daiquiri en el Malecón, ignorando el caos que había dejado tras de si, y que sin saber, lo había llevado consigo.
Para Carla fue primero, la impotencia; después la bronca y luego el alivio de haber terminado con algo que ya no valía la pena.
Maquilló sus ojos, encendió sus labios con un rojo brillante, tomó un paracetamol para calmar su insistente dolor de cabeza y después de pagar la cuenta de hotel, se dirigió al aeropuerto.
No se sentía culpable: quiso decirlo y no quiso escucharla: su examen infectológico había dado positivo.
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