— Él ya estaría tomándose un daiquiri en el Malecón —pensé mientras me miraba en el espejo intentando aceptar mi mediocridad.
Me advirtió de coger ese avión antes de que cerraran fronteras. No hice caso. Pedro siempre tendía a la exageración. Sin embargo, en lo que duró su vuelo, esta Europa fría se disponía a morir. El trópico del mundo cerraba puertas y caíamos como moscas.
He hecho muchas cosas en la vida pero sin convicción. Ahora me doy cuenta de que mi corazón solo latía a través de él. Por eso no tengo miedo. Sin su presencia, ¿qué soy?
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