Él ya estaría tomándose un daiquiri en el Malecón. Estaría con su elegante chaqueta, su rólex en la muñeca, y un teléfono de última generación, impresionando a las jineteras de por allí.
Ella ya estaría observando a los animales salvajes en el amanecer de la sabana. Reiría desde el jeep, coquetearía con el guía y cada noche contemplaría las estrellas africanas.
Desde el minúsculo balcón del apartamento alquilado, en un bloque tipo colmena a varios kilómetros de la playa, tomaban una cerveza, oyendo la borrachera de los turistas de al lado.
—Cariño, ¡qué estupendas vacaciones!
—Tan a gustito, mi amor.
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