Él ya estaría tomándose un daiquiri en el Malecón, esperando el amanecer junto a una bella mulata, mientras suena una y otra vez el estribillo en la vieja radio: “Hasta que se seque el Malecón, hasta que se seque el Malecón”.
Lo imaginaba con los ojos encendidos, rodeándola por la cintura y una sonrisa cómplice de satisfacción en la foto que nos enviaría a los compañeros. A saber cuándo vuelve.
Y pensar que yo, soltero y sin compromiso, tendría que haber viajado en su lugar. ¡En qué hora se me ocurriría coger el coronavirus!
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