Él ya estaría tomándose un daiquiri en el Malecón. Pero le cogió la tormenta. A medio camino se desmoronó todo.
La brisa y las aguas torrenciales impidieron hacer lo previsto.
Olía fuerte y el hedor inundaba sus fosas nasales. Y para colmo, las carreteras estaban cortadas.
Se perdería la puesta de Sol. El castillo de la punta, la famosa canchánchara que bebería después de cenar.
Malhumorado, enrojecido por la cólera pisó el acelerador a toda prisa y dio un volantazo.
No veía nada, de repente, se asomaba niebla.
Y si tuviera en el asiento del copiloto al menos Ron Malecón.
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