Él ya estaría tomándose un daiquiri en el Malecón, de no ser porque hoy le tocaba currar.
Nuestros tembleques entraban en resonancia hacia la cuenta atrás.
Solo podía pensar que estarían haciendo mis hijos en esos momentos. Puede que nunca los volviera a ver.
Mis ojos se salían de las cuencas en el despegue. Quería gritar, pero ni siquiera me salía un hilo de voz.
Éramos la esperanza de millones de personas allí abajo y el 40% de probabilidades de volver merecía la pena.
Todo lo que soñábamos de pequeños desde aquí arriba se veía de forma bastante diferente.
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