El 22 ya es historia. Yo era el 22 en clase: en el cuaderno, en el libro de ciencias, en la carpeta donde archivaba Don Nicolás los exámenes… Último curso de primaria. Aquella mañana, sin consciencia de ello, dibujaba flores y corazones en los márgenes del cuaderno. Sonó el timbre que marcaba el fin de clase y terminé apresurada las cuentas para entregarlas. Al día siguiente: “el 22”, me acerqué a su mesa y dándome el cuaderno corregido me sonrió mirando los corazones. Me sonrojé y no pude levantar la cabeza al volver al pupitre. ¡Maldita adolescencia!
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