El veintidós ya es historia. ¡Siempre lo supe! Luego de haber permanecido indefinible, apareció. Así, de la nada. Hecho un manojo de amores, buscando los labios ajados y el corazón herido, que aquella tarde gris, abandonó en el camposanto.
Me creyó muerta. Igual que su alma arpía. ¡Pero qué va! ¡Estoy aquí! Como el viejo roble, que acuclilló su fuerza más allá de las raíces.
Intrigado, por el nexo que formó su pensamiento, dio la vuelta, emprendiendo el viaje de regreso.
Juan Camilo, el vendedor de joyas, salvó mi alma y protegió mi cuerpo, de las garras del infierno.
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