Su barba y su melena expuestas al viento eran inconfundibles. Se veían desde lejos, como el faro en la oscuridad, dándome señales.
– Hasta aquí hemos llegado, – dijo mi acompañante, – te dejo, ya encontrarás el camino…
Salté, ligera, de la pequeña barca, mojándome los pies en el agua fresca de Leteo y me dirigí a la orilla, la otra orilla, donde me esperabas tú – con los brazos abiertos, con la sonrisa amplia, radiante y un poco pícara, lleno de ternura y amor.
Es verdad que a los poetas no les afecta ni el Tiempo, ni el Olvido…
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