– A esta gatita aún le quedan muchas vidas por vivir – Se dijo el hombre mientras arrivaba a la habitación con el animal en brazos. Encontró solo penumbras.
– Esta vez somos tú y yo. Podremos ir a donde siempe hemos querido. Nadie hay que nos diga lo que se debe hacer – le hablaba al oído, con un mutuo ronroneo.
La luz eléctrica se derramó por la estancia, dejó ver la melancólica soledad; una jaula para gatos, una maleta de viaje.
Alguien, quizá muy azaroso, golpeó con violencia a la puerta: ¡cuándo dejará de robar a mi gata!.
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