A esa gatita aún le quedan mucha vidas por vivir, cuatro para ser exactos.
Desde 30 metros, cayó de pie, como todo gato. Bajé y la recogí. Le di un beso y le dije:
«¡minina traviesa! ¿qu-énes son unas gatas volado-as? ¿qu-énes? a-gugú»
De repente, un hombre, que me esperaba afuera, dispara.
Caigo al piso, la sangre sale. Mi mascota empieza a olerme y a chillar: ¡miaaauu!
Calibre 35, la apunta de nuevo a mi cabeza. Lo veo fijamente y lo reconozco:
«¡8000 kilómetros de viaje! ¡Finalmente me encontraste!»
¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!
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