—A esta gatita aún le quedan muchas vidas por vivir y lugares por conocer… —masculló mi ayudante.
Había sido un felino de belleza insuperable y las cicatrices de mis manos daban fe de su juventud rebelde. De mis instalaciones partían diariamente hacia todo el mundo preciosas gatas persas; su clonación me había hecho inmensamente rico.
Anciana, tuerta, y con el lomo lleno de calvas, observaba con cierta resignación como me acercaba con la jeringa oculta en la manga de mi bata. Cegado por la codicia, me abalancé sobre el pobre animal divagando sobre los viajes que le podían quedar.
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