A esa gatita aún le quedan muchas vidas por vivir —pensaba— mientras ella saltaba por los tejados, y yo, desde mi ventana, observando cómo las bombillas de los postes le abrían huecos a la noche, accionaba el encendedor —un par de bocanadas antes de emprender el viaje—.
Mi maleta siempre va liviana, no quiero que me ate el peso, pero, ¿quién cuidará la gatita cuando yo no este? ¿en cuál de sus vidas la volveré a ver?
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