—A esta gatita aún le quedan muchas vidas por vivir —dijo papá colocando al animal, en su regazo.
Mi hermano y yo nos acercamos a verla, con curiosidad. Era una gata de angora, con el pelo largo y descuidado.
—¿Cómo habrá llegado hasta aquí…?
—Se habrá escapado… Parece abandonada.
Miramos a todos los conductores que estaban repostando, por si alguien la reconocía o reclamaba. Nadie preguntó.
Mamá salía, entonces, del servicio y yo me aferré a la gatita con fuerza.
—¿De quién es ese animal?
—¡Nuestro! —grité.
Y salí corriendo, disparado, con la Minina en brazos.
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