Te regalé una bonita sonrisa de joker. Las lágrimas corrían por tus mejillas mojando las sábanas que cubrían el colchón sobre el que yacíamos de lado, desnudos, frente a frente, mirándonos sin parpadear. Sobre la mesilla de noche los frascos vacíos que contenían el cocktail que una organización suiza nos había proporcionado hace unos meses, cuando nos dijeron que no había solución.
Pero sí que la había, sí. Aunque nos haya dejado este poso amargo de mi sonrisa de cartón y sábanas mojadas de llanto. Aquel frasco nos enseñó la puerta de salida.
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