Te regalé una bonita sonrisa de Joker que tú tomaste como la campana de largada. Sacaste rápida ventaja mimetizándote entre el gentío que parecía ajeno a la desesperación de tu huida. Pero sabía que no llegarías lejos pues hay destinos de los que no podemos escapar, como de aquél tapado amarillo que te distrajo antes de llegar a la sección de ofertas.
Fue entonces que me escabullí entre las turistas alemanas que hurgaban en el perchero de corpiños sin darte tiempo a reaccionar.
Tu rostro mostró el horror: en mis manos, el último par de tacones verdes de la tienda.
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