Pensé mientras el coche se lanzaba contra el muro que su obsesión por destruir juguetes estaba llegando demasiado lejos. No me hubiera preocupado si el siguiente objetivo no hubiera sido nuestro gato, al que encontré sangrando tras haber sido atravesado con decenas de chinchetas. Poco a poco, su mirada cambió y dejé de ver en él inocencia.
– Mamá, ¿alguna vez has matado a alguien? – me preguntó sonriendo mientras coloreaba en su cuaderno de dibujo
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