Pensé mientras el coche se lanzaba contra el muro conocido como cordillera «por primera vez vamos a conocerla». Algo innegablemente primordial, en cada curva queríamos sacar fotos. Estábamos embelesados de ver los pueblos en las laderas y grandes árboles que acompañaban la ruta casi abrazándola.
Hermoso.
Privado poder admirarla mucho mas en la noche, estaba feliz.
Como explicar mi doble admiración por la naturaleza cuando una sorpresiva tormenta lejana me transformo en un nene que buscaba esas luminosas venas de energía que alumbraban el cielo. Todo tan primordial y lo más cercano a la magia que vería en mucho tiempo.
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