Pensé, mientras el coche se lanzaba contra el muro, que éramos demasiado jóvenes para morir. Todo por una apuesta: nosotros, pareja de guapos, siempre queríamos quedar por encima de la otra pareja de guapos. Rivalizábamos por ser los que más se querían, los más chulitos, los más valientes. Esa vez la cosa iba de frenar lo más tarde posible.

Éramos demasiado jóvenes, y también demasiado gilipollas, me dije, al sentir mis costillas astillándose, la sangre brotar de mi nariz, que nunca volvería a ser bonita. De refilón vi, antes de desmayarme, el coche de los otros, aplastado junto al nuestro.

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