Pensé mientras el coche se lanzaba contra el muro en el manuscrito que descansaba en el asiento trasero. Inconcluso, repleto de borrones y anotaciones laberínticas.
Cerré los ojos y los puños dando gracias a la vida, anticipando el golpe.
La explosión fue ensordecedora. Cientos de páginas volaron por los aires, incendiadas y humeantes. Mi novela reducida a polvo de estrellas en un viaje sideral. Mi cuerpo y mi mente derrotados.
Maldije la torpeza de aquel taxista veterano y beodo.
Caí de rodillas junto la dársena de la estación. El viaje con mi editora tendría un comienzo fulgurante. No tenía nada.
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