Pensé mientras el coche se lanzaba contra el muro: ufff, me he librado por los pelos. Ese salto en el último segundo me había puesto cardiaca. Estaba empapada en sudor pero, estaba segura, merecía la pena. Estaba preparada. Me acomodé allí mismo, sobre la yerba rala del suelo reseco, saqué mi cuaderno de notas y escribí: “Pensé mientras el coche se lanzaba contra el muro”. Me detuve un momento. Una sonrisa como un relámpago iluminó mi cara. Tamborileando el lápiz vislumbré con exactitud cómo iba a acabar mi relato. Nadie. Ninguno de los demás participantes podría emular mi realismo.

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