Pensé mientras mi coche se lanzaba contra el muro que mis problemas se acabarían. No tendría que afrontar los pagos de la hipoteca ni las denuncias por impago de la manutención de mi ex, ni siquiera la cara de asco con la que me miraba la vecina de enfrente cada vez que llegaba borracho de mis juergas diarias. Estaba harto y cansado. Pero no conté que los planes nunca salen bien y que hasta la muerte se puede eludir momentaneamente.
Ahora mi cobardia me tiene atrapado en una cama de hospital sin poder comunicarme con el mundo.

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