Pensé mientras el coche se lanzaba contra el muro en la suerte que había tenido al saltar antes de la explosión y el fuego. Mi marido se esforzó por llorar mi pérdida pero no tardó en echarse a los brazos de otra. Grabé una conversación en la que confesaba como había preparado mi accidente y lo tonta que yo había sido. Me habría gustado decirle que tras mi funeral había regresado para juzgarlo y no iba a tener piedad. Fue tan idiota que no me reconoció hasta el juicio. Nadie le creyó cuando gritó que había resucitado, una verdadera pena.

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