Te regalé una bonita sonrisa de Joker, cuando te ví mirándome desde la taza personalizada que me regalaste, con tu cara pegada a la mía, colocada entre un CD de Los Panchos y el «manual de la perfecta cabrona», y que ahora sirve para almacenar miserias: alianzas de compromisos caducados, copias de llaves para invitados VIP, piedrecitas verdes recogidas en la playa más bonita del mundo, tarjetas de flores escritas en inglés y un imán recuerdo de aquel viaje a Canarias, donde me acabe arrimando a unas señoras de Soria. Allí aprendí a bailar pasodobles.
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