Pensé mientras el coche se lanzaba contra el muro. ¡Otro sería mi destino!
Cuando Valeria despidió a su último cliente, vino mí. Y yo, casto y puro, le hice un sitio a mis espaldas. La sangre caliente indicaba que allí estaba la adrenalina. ¡La lumbre que une el cielo y el infierno!
La intensidad de sus labios carnosos y pechos voluminosos, me hacía ver las estrellas, antes de tocar las constelaciones.
Hastiados de soledad, nos zambullimos sin conmiseración, en cada gota de licor.
Y hoy, heme aquí, imperceptible, lejos de la tierra y cerca del cielo.
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