Le regalé una bonita sonrisa de joker cuando lo sorprendí, por quinta vez, dormido sobre el pupitre. Recordé entonces aquella película, la metralleta, el asesino y los payasos muertos. Respiré hondo, apreté el puño con fuerza, y lo invité a marcharse. Mientras se dirigía a la puerta, se liaba un cigarrillo, que colocó entre los labios, me lanzó una mirada a lo Humphrey Bogart, que terminó por matar mi indignación.

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